Little Nicky
¡El milenarismo va a llegar! Por Àlex P. Lascort
Excusatio non petita, accusatio manifesta
Puede que sea una cuestión de influencia satánica, de pecado más capital que venial, quien sabe, pero la violación de uno de los mandamientos sagrados del cinéfilo “verás todas las películas en su versión original” queda automáticamente anulado por Little Nicky. Entendámonos, puede que la calidad inherente al film esté ahí detrás, sagrada e inamovible, pero su versión doblada (repetimos: quién sabe si por influencia de Satán) al castellano eleva hasta cotas inimaginables su goce y disfrute. En el fondo, este ejercicio de doblaje, a veces con líneas de diálogo directamente inventadas, muy al estilo de lo realizado en Austin Powers: La espía que me achuchó (Austin Powers: The Spy who shagged me, Jay Roach, 1999), no es más que pura obediencia a uno de los lemas más utilizados en la película. Una invitación al desmadre y a prescindir de toda reverencia y santidad. Sí, como dicen los hermanos de Nicky, Adrian y Cassius: “Hermanos, ¡A pecar como marranos!”
“¿Qué todo va bien? ¡No me jodas! ¡La última vez que me dijiste que todo va bien empezó el Renacimiento!«
-Abuelo Satán –
El demonio, al igual que su contrapartida aburrida llamada Dios, se ha presentado a través de los siglos con diferentes nombres y aspectos, pero con una condición inamovible: su eternidad y, por tanto, inmutable en su condición de entidad unipersonal. No sabemos si a causa de celos o de querer llevar la contraria, Dios protagonizó un delicado capítulo con una paloma, una virgen y un hijo que en realidad conformaban una sola entidad, ya saben, aquello de ser uno y trino, un auténtico galimatías de difícil resolución, incluso para doctores en teología, y que, sin embargo, en Little Nicky resuelven de forma pragmática aunque problemática. Es evidente que la sucesión de la maldad, en realidad de cualquier forma de poder, conlleva renovación, sangre fresca y una mirada más fresca y actual al contexto. Sin embargo, como ya apuntaba Orwell en 1984, el principal problema de las sagas familiares está en el desgaste, la degeneración dinástica, en la idea de poder otorgado por nacimiento sin ningún otro mérito. Por ello la propuesta era la de herencia basada en la continuidad del proyecto, desentendiéndose de lazos sanguíneos que pudieran lastrarlo. Es la idea del poder, y de cómo ejercerlo por encima de cualquier otra consideración. En Little Nicky, este teorema orwelliano se sugiere en forma de mix. Se es consciente de que el poder debe cambiar de manos para continuar esparciendo la maldad de forma efectiva pero, sin embargo, se siguen aferrando al concepto familiar, tal como describíamos anteriormente. Por ello, y casi como parodia a la trinidad divina, los candidatos a heredar el trono del mal también son 3. Este trío representa individualmente características siempre otorgadas a lo diabólico. Cassius, el de la fuerza bruta por encima de cualquier razonamiento. Adrian, la crueldad sibilina, como un Maquiavelo desatado y Nicky, bueno, Nicky vendría a representar la oveja descarriada, al outsider absoluto, al marginado incomprendido incluso fuera de los parámetros de la habitual en lo demoníaco.
Sí, la figura, o mejor dicho su cara desfigurada a palazos, vienen a ejercer de chivo expiatorio de la maldad, la figura siempre dispuesta a recibir maltrato y humillación, a ser una especie de bufón silente. Por eso mismo es quizás el candidato más obvio a la sucesión, por ser a ojos de su padre Satán el que mejor representa la fragilidad de la condición humana. No obstante, esta capacidad de soportar castigo tampoco es suficiente por sí sola para el advenimiento de un nuevo ser supremo maligno. Por lo que, como si fuera consciente del aviso orwelliano sobre la decadencia, padre Satán decide seguir reinando. Al fin y al cabo el máximo objetivo del mal es seguir perpetuándose en concepto y actos. Lo importante es seguir siendo un contrapeso al concepto divino de bondad, de seguir siendo igual de fuerte, tentador, sutil y humillante. De no dejar que vuelva ese Renacimiento al que hacía referencia el abuelo.
“Solo digo que dentro de ti habita el mal, lo sé por tus ronquidos así que, ¡libera el mal!”
-Gordie-
Sí, puede que Little Nicky pretenda ser una parodia, una comedia del absurdo sobre la posible llegada del Anticristo a la tierra (y no deja de ser paradójico que lo interprete Adam Sandler, lo más parecido que hay al Anticristo para la taquilla y para la crítica cinematográfica), una astracanada de trazo grueso sin mayor interés. Sin embargo hay veces en que el contexto lo es todo: que Little Nicky sea una producción del año 2000 nos habla de una sociedad pre 11-S y también inmediatamente post paranoia “efecto 2000”. Recordemos todas las profecías al respecto de la llegada del nuevo milenio, las conspiraciones, las amenazas de la destrucción global, del colapso informático y del advenimiento del mal en estado puro. El cine no había quedado al margen de este clima de desconfianza y pesimismo, así desde el neo-noir con Días Extraños (Strange Days, Kathryn Bigelow, 1995) hasta el cine de terror, el tema del año 2000 se había trasladado a la pantalla con tintes más bien pesimistas. Recordemos a modo de ejemplo que, tan solo un año antes, se había producido otra llegada del maligno a la tierra. Efectivamente, El fin de los días (End of Days, Peter Hyams, 1999) daba una visión apocalíptica y negra del asunto (aunque por momentos rozara la comedia involuntaria con Arnold Schwarzenegger liándose a bazokazos con el diablo), poniendo el conflicto entre el bien y el mal en un plano de lucha entre absolutos cuya trascendencia iba más allá del mero símbolo religioso para ser una advertencia sobre la encrucijada de caminos en el que se hallaba la humanidad.
Así pues, Little Nicky vendría a ser no solo una chanza temática, sino también una suerte de desahogo, una celebración optimista del mal trago no acontecido. Lo diabólico funciona pues como motor de relax, como mecanismo desestresante que pone a toda una sociedad delante del espejo de su propia credulidad y psicosis (colectiva) y la invita, no tanto a la autocrítica voraz, sino más bien a reírse sin complejos de sí misma.
El desahogo por sí mismo no deja de ser, y perdonen la obviedad, sencillamente eso, un desahogo. Puede ser reconocible o no, pero su efectividad es tan limitada como el suspiro que produce. Por ello Little Nicky busca crear espacios de conexión emocional, de vínculos perdurables más allá del recuerdo de algunos gags. En este sentido podemos hablar de film generacional que se vehicula en una doble dirección. Por un lado certifica la defunción de toda una generación (X) cuyos valores están en extinción (aun cuando ni ellos se han dado cuenta). Por otro el nacimiento de sangre nueva, con nuevas visiones y relativismos morales. En este sentido podríamos hablar de primera película “millenial” o al menos precuela del movimiento.
Un discurso que se articula a través del uso irónico de su banda sonora y la configuración de sus personajes. El uso del nu-metal contraponiéndolo con la presencia de unos heavies adoradores del diablo anclados en el métal clásico nos indica el cambio de parámetros en lo que se asocia tradicionalmente a los sonidos satánicos.
Tampoco se escapa de esta demolición generacional el ataque a iconos de la anterior década como Quentin Tarantino. Es cierto que el director ya había participado en cameos de diversa índole pero nunca, como en este caso, como víctima de escarnio y mucho menos como objeto de violencia continua. La parodia pues funciona no solo como artefacto de demolición sino también como mensaje meta referencial al respecto del gusto tarantiniano por la violencia en sus films.
Pero como indicábamos Little Nicky propone una nueva visión, un nuevo foco moral para las nuevas generaciones. En lo musical encontramos el ejemplo más claro de ello en el uso de Bohemian Like You de los The Dandy Warhols que a pesar de su espíritu revivalista no deja de ser, como diría el crítico cinematográfico y musical David Martínez de la Haza, una respuesta lúdica al angst expresado con el grunge. Y es que el mal adopta muchas formas, y si hablamos de rock probablemente nada mejor que The Dandy Warhols para expresar la malignidad en su forma más pura y absoluta, disfrazada eso sí de banal entretenimiento banal.
“El pollo Popeye es la polla”
-Nicky-
Nicky pues representa una nueva forma de advenimiento de lo maligno. Una suerte de mixtura entre bondad naïf, superficialidad banal y relativismo moral que le permite tanto sobrevivir a su particular guerra civil demoníaca como para imponer un nuevo modelo de relaciones sociales donde la escala de grises se impone a la tradicional visión de lo que es el bien y el mal en términos absolutos.
Nicky representa la llegada de un nuevo sistema que pivota entre el gusto a lo eterno en términos de belleza y juventud como por lo efímero en cuento a gustos culturales, gastronómicos o vivenciales. Nicky, en cierta manera es el padre de los millenials, del fast way of living, de la despreocupación por lo sagrado y del hedonismo terrenal en píldoras de usar y tirar, del debate entre Pepsi y Coca-Cola o de la connivencia con la homosexualidad mientras se puede humillar al colectivo con chistes soeces al respecto.
Con Nicky llega, pues, un nuevo stock market de las almas. Ya no hace falta firmar contratos con sangre ni aspirar a grandes imposibles como la inmortalidad. No, Nicky inaugura un nuevo dominio donde todo está en venta a precios tan irresistibles como irrechazables. El intercambio no puede ser más ventajoso: el alma inmortal a cambio de bagatelas, de oropeles brillantes hechos de chapa barata de todo a 100. Este es el gran triunfo del demonio que vino del “muy, muy al sur”: conseguir lo que su hermanos Adrian y Cassius querían, trasladar el infierno a la tierra, pero de forma sibilina, amable incluso.
Pero no cabe llevarse a engaño, esta revolución no consiste en la abolición absoluta del dominio demoniaco, es más bien un update, una versión 2.0 del gatopardismo consistente en cambiarlo todo para que, en definitiva, no cambie absolutamente nada. Sí, el demonio, al igual que todo sistema totalitario que aspire a sobrevivir, es consciente que el desgaste es germen de revolución y por tanto su enrocamiento en lo tradicional solo lleva a su destrucción. Por tanto la elección de Nicky, recordemos hijo de Satán y de un ángel, ofrece la oportunidad perfecta para llevar a cabo la actualización del viejo truco del diablo: hacer creer que no existe mientras saboreamos un cubo de Pollo Popeye al grito de: ¡Es la polla!