Lo imaginario, lo simbólico y lo real
Les rencontres d'après minuit, Noche y El tercero Por Manu Argüelles
El sexo parece que vuelve a figurar en la front line de la autoría más inmediata. Los ejemplos recientes se nos agolpan y se acumulan: La vida de Adèle (La vie d’Adèle – Chapitre 1 & 2, Abdellatif Kechiche, 2013) , Nymphomaniac parte I y II (Lars Von Trier, 2013), El desconocido del lago (L’inconnu du lac, Alain Guiraudie, 2013), etc… Justamente, esta última, la que sirvió de inauguración para el Atlántida Film Fest, me va servir de lanzadera para afirmar que también está muy presente en las películas seleccionadas para esta edición del festival on line. Me voy a centrar en Noche, El tercero y Les rencontres d’après minuit, dos argentinas y una francesa, para analizar cómo se enuncia lo erótico a través de estos exponentes. Trataré de argumentar que las tres películas pueden formar parte de un único discurso que puede fragmentarse en tres planos: lo imaginario (Les rencontres d’après minuit), lo simbólico (Noche) y lo real (El tercero). No voy a seguir los principios lacanianos para reforzar mi argumentación, pero me van a permitir que me apropie de estas tres instancias para hablarles de unos largometrajes que se me presentan interconectados en su forma de procesar lo erótico.
Les recontres d’ après minuit (You and the night)
Les rencontres d’après minuit (You and the Night). Francia, 2013. Director: Yann Gonzalez
Uno, si un día se pone vago, estaría tentado a despachar la película de Yann González como una especie de reactualización de Pink Narcissus (James Bidgood, 1971). En mundo twitter así se hace. Soltamos la sentencia reduccionista y nos quedamos tan panchos. Aquel filme era un catálogo puramente visual de la imaginería homo, dado que lo que se pretendía era visibilizar un magma contracultural que circulaba entre la población homosexual como un universo de ficción erótico y propio, que sólo era compartido entre la población gay. Formaba parte de ese proceso de reafirmación del colectivo tras Stonewall, por lo que en esta plasmación de ilusiones eróticas en clave gay se procedía a visibilizarlo y, con ello, a legitimarlo. Su influencia quedó patente en el arte pictórico de Pierre et Gilles y Fassbinder lo llevó al límite en Querelle (1982). Les rencontres d’après minuit lo reformula ampliándolo a un tipo de sexualidad mucho más abierta e indefinida, donde los cuerpos se desprenden de cualquier adscripción a una tendencia sexual determinada y, por tanto, rendidos plenamente al deseo, sea este del signo que sea. No obstante, su escritura sí que parte de una mirada gay en cuanto sus fuentes de inspiración parecen estar enraizadas en lo queer como construcción cultural, dadas las huellas visibles de Fassbinder en su abstracción distanciada y teatral, también en su forma de cimentar el artificio construido a partir de lo kitsch, signos también compartidos en el universo de Almodóvar, con alusión explícita en su arranque a Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). La música de M83 también nos da unas pistas conforme Yann González está navegando en un ambiente retro que bebe de los horteras setenta y ochenta (no lo digo en tono despectivo), los de Cielo Líquido (Liquid Sky, 1982), por ejemplo. Eran los balbuceos de lo tecno, cuando lo naif y lo kitsch se amalgamaba en un énfasis de lo tecnológico (lo robótico en Kraftwerk o el Bowie de Ashes to Ashes), en clave extravagante y estrafalaria. Todo esto es reconocible en Les rencontres d’après minuit y le aplica una solemnidad y gravedad diríamos que típicamente francesa. Los personajes sienten el peso de lo trágico en una declamación afectada; el relato se pulveriza y el filme se compone mediante episodios que disgregan la narración y a la vez permite que esta funcione en clave radial, desde los anfitriones de la orgía y propulsada hacia los diferentes invitados, todos ellos con su background, con su dolor incrustado en sus entrañas. El angst pasado por la licuadora de lo estridente.
Les rencontres d’ après minuit
El sexo en la ensoñación de Les recontres d’après minuit (You and the night) busca culminarse, como si al alojarse en los lindes de lo irreal encontrase el lugar idóneo para materializarse. El espacio que construye González evoca, no casualmente, a nuestro pasado pop, como si en aquel entonces, ingenuos e inocentes, fuésemos felices. Pero rápidamente advertiremos que lo fantástico como tal no funciona como escudo protector frente a lo real, expulsado completamente en una ficción hermética. Porque, para empezar, el ambiente está creado a partir de los restos y eso lleva implícito una melancolía. La perra, el semental, la estrellas son arquetipos puros, proyecciones de un pasado (la sirvienta travesti como efigie de la androginia de los setenta, de Bowie a The Rocky Horror Picture Show) que por mucho que se invoque arrastran tras de sí una certeza insoslayable. Ya podemos insistir en recrear los tiempos pasados, pero estos ya no pueden ser lo que eran. Sólo pueden representarse desencajados, fracturados, extraños. ¿Dónde está el goce sin traumas, la pura exudación masturbatoria de Pink Narcissus? La libido parece que va encontrarse en un entorno y en un territorio donde puede fluir porque no hay límites. Hay frontalidad y mucha discursividad deslenguada sobre el sexo pero orgasmos más bien pocos.
Porque Les recontres d’après minuit (You and the night) se construye a partir de la imposibilidad. Todos los personajes quieren ser felices pero ninguno de ellos lo consigue. Todos están aferrados a algo que les encadena. Quizás si viajamos al pasado más desenfadado, aquél despreocupado y hedonista, podremos encontrar la diversión. Y qué mejor que hacerlo en un ambiente libertario, en un clima de tolerancia y de apertura. Pero lo que debería ser un principio de placer, ¿a través de la imaginación no podemos ser más libres?, acaba siendo un martirologio donde aquellos personajes que van a buscar el éxtasis, acaban sumidos en un ejercicio confesional, donde recrean sus frustraciones y sus angustias más aprisionadoras.
Lo erótico ya no puede fluir libre través del ensueño, ni siquiera a través del petardeo, como lo hacía en Pink Narcissus. Somos incapaces de desprendernos de nuestro sufrimiento. Uno debería emanciparse y sin embargo sigue siendo prisionero de sus carencias. El dolor que no cesa.
Les rencontres d’ après minuit, (You and the night)
Noche. Argentina, 2013. Director: Leonardo Brzezicki
Aquí es donde Les rencontres d’après minuit va a encontrarse con Noche, en su mirada fantasmal, en una subjetividad frágil e impotente, en su quemazón de las fracturas internas. Lo exuberante no puede encontrarse en lo fantástico, tampoco en lo simbólico, porque este funciona como capa aislante para no enfrentarse al horror en bruto. Podríamos seguir con la holgazanería y decir que Noche es el recambio de Leones (Jazmín López, 2012) para esta edición. Película de inmersión en lo sensorial, atmósfera arraigada en lo natural como esotérico, y un secreto por descubrir entre lo opaco de su contenido, este minimalista, más centrado en el régimen abierto de la imagen que en la palabra, débil y engañoso indicador. De hecho, en su forma de procesarla esta pierde su valor, se reduce a mero significante que ha extraviado su significado, este planteado como un enigma que debe ser descifrado a través de la expresión formal, manera de vehicular los sentimientos de los personajes y los que recíprocamente debe generar en el espectador. También es un grupo reunidos por una ocasión especial, como los de Les rencontres d’après minuit. Evocaciones de Carlos Reygadas en su aprensión de la naturaleza, en un entorno enrarecido, prestado a la contemplación y la evocación, y también como fuente de hipnosis. En su forma de radiar la abstracción la erótica se manifiesta fría e hiriente. La noche muestra sus fauces opresivas, el ambiente se carga de sensualidad, la quietud, el misterio…pero es un perfume de una flor rara, un sexo ciego y atormentado, también marcado por un tiempo pasado que no cesa de manifestarse pero que se licua como algo artificial (los sonidos grabados e inconexos que van puntuando de forma obsesiva el largometraje), como si el recuerdo estuviese deformado, grotesco en su voluntad de rescatarlo, en negar su desaparición. Es el trauma que genera un sexo brumoso y decadente.
La forma en que las imágenes se yuxtaponen donde la precedente se niega a desaparecer, consiguen que se disuelvan para dar lugar a una única figuración, como si fuese un eclipse, donde poco a poco la anterior deja paso a una nueva. Esas transiciones ralentizadas, que se leen como pinturas en movimiento, muestran esa resistencia, esa potencia del pasado como determinante en el tiempo presente, el de la angustia y la confusión. En Noche, los personajes son siluetas, con menos entidad que los arquetipos de Les rencontres d’après minuit. Están desdibujados y, de hecho, la disociación entre la imagen y el sonido revela a un yo escindido que no puede vivir el presente porque se ha perdido en un laberinto. No se expresan con tanta virulencia y no se abocan a una oratoria trasnochada y cursi, la del film de Yann González, pero revelan una introspección disfuncional, un no sentir porque están aturdidos, desorientados. Se folla, se baila y se canta pero sobre ellos pesa el vacío.
Noche
El tercero. Argentina, 2014. Director: Rodrigo Guerrero
Pues miren, al final, dejémonos de circunloquios recargados. Salgamos del enfrascamiento en dimensiones irreales y abracemos el presente en su simplicidad, en las pequeñas cosas, en las pequeñas conquistas de nuestros temores e inseguridades y en las nuevas vías de relaciones interpersonales. Lo real en su artesanal registro de carácter documental. Sencillo en su composición, sin retórica, adusto y frontal, sin ambages, distendido. Porque, después de todo, la ascensión a través del sexo (la secuencia del coito entre los tres, que filma la cama en vertical lo dice todo), se encuentra en el aquí y el ahora, el de El tercero. El holgazán que vive siempre dentro de uno dirá: una mini Weekend. He gastado menos de 140 caracteres, que no se diga.
Porque cuantas menos pretensiones tengamos de resultar rompedores o cuando menos estemos obsesionados en parecer progresista, tolerante, abierto y open minded, cuando menos nos preocupemos de ser frente a los demás y más de lo que somos, quizás conseguiremos mejor resultado. No se puede jugar a las trampas del naturalismo y después romperlo implantando una secuencia de sexo coreografiado, artificial e inverosímil. No hablo de El tercero, no. Eso es marcar las cartas. Me quedo con la sencillez de El tercero frente a la épica sentimental de Adèle. Porque el mejor bálsamo para aplacar el dolor no es otro que el sexo. Es la mejor forma de ahuyentar la muerte, porque la expresión de vida está ahí, en la estimulación, en el placer de nuestro cuerpo, en entregarnos al prójimo y que se entreguen a ti. Y si nuestra estructura sociocultural está aposentada en el dualismo, en los pares, en la simetría, en las relaciones de dos, Rodrigo Guerrero apuesta por presentar otras vías alternativas donde tres no son multitud y donde se recupera el sexo más directo y también el más limpio, el más gratificante y también el menos problemático, aquel que se descubrió de forma jubilosa y alocada cuando el telón de acero de la censura no pudo contener más la representación explícita en pantalla. Los retornos frustrantes y claustrofóbicos de Les rencontres d’après minuit y Noche se resuelven en El tercero de la forma más sencilla: construyo a los personajes en una secuencia de plano-contraplano, les dejo que después follen y finalizo la película. El espectador ya está dentro sin darse cuenta. Uno ve como recrean el encuentro, la inseguridad y la timidez, la expectación y la pérdida del nerviosismo cuando uno va ganando comodidad, la escenificación para caer en gracia, la mirada furtiva llena de deseo, ese silencio incómodo que urge descodificar y reaccionar frente a él, las constantes autopreguntas, la evaluación del ambiente, ¿esto funciona?, y mientras crees que estás viendo una ficción, estás activando el proceso del recuerdo y viajando a través de tus propias experiencias. Fin y el sexo vuelve a recuperar su plenitud, esa que parece negarse de forma insistente en esta recuperación reciente de la autoría.
El tercero