Lore
Crecer en tiempos de guerra Por Jose Cabello
La delgada línea que separa la ingenuidad de la infancia y los primeros cuestionamientos con la llegada de la adolescencia supone el punto de partida de Lore. Lore es una joven alemana marcada por unos padres de ideología fascista muy cercanos al gobierno del Tercer Reich alemán. La directora Cate Shortland basa su relato en una de las tres novelas que conforman la obra de Rachel Seiffert “The Dark Room”: Helmut, Lore y Micha, tres libros independientes pero con la temática común del fascismo representado a través de momentos históricos diferentes: la ascensión del nazismo, la inmediatez de la caída del III Reich -caso de Lore– y la posguerra alemana.
Las primeras escenas del film perfilan a Lore como una niña cándida retozando en la bañera y observando tras la ventana. No obstante, lo inevitable del contexto la catapulta a obviar su fase final de infante para asumir el rol de adulto en su familia. Si el cambio de etapa de Lore se alza como componente fundamental para entender el desarrollo del film, el segundo ingrediente que define el futuro de los personajes será el engaño. La semilla de la desconfianza se siembra cuando Lore y su familia deben abandonar de modo abrupto su casa y quemar todo rastro de vida. De cara a Lore, los padres simulan dar libertad al perro, ya que no pueden llevarlo con ellos. Pero un disparo en el silencio de la madrugada rompe su fidelidad en la palabra de los demás. El engaño se vuelve recurrente para, hipotéticamente, mitigar la crudeza de la realidad a unos niños que no carecen de ojos y oídos. Sin embargo la historia se repite. Al igual que los padres engañan a los hijos, Lore también acude a la mentira cuando tiene que asumir el control de la situación para construir una realidad alternativa a sus hermanos.
Y justamente en este aspecto, con la confusión creada en unos personajes que lejos de ser adultos acatan la objetividad filtrada por los ojos de sus padres, es donde Lore crece.
Pues el film utiliza la figura de un chico judío para desarmar las patrañas y los mitos injertados en la mentalidad de Lore, cuestionando así la verdad absoluta que ella cree heredar de sus progenitores.
La perdida de perspectiva frustra más a la joven que se crió en torno a una férrea disciplina matriarcal, caracterizada por el rigor y la frialdad, asimilando el modelo como el único patrón de mujer que le es conocido. La personalidad de Lore es modelada continuamente a gusto de una maquiavélica madre que no duda en aplastar cualquier atisbo de sentimiento y llevar hasta el extremo a su hija para traumatizarla incluso con sus últimas palabras: “trata de recordar quién eres”.
¿Pero quién es Lore en realidad? A estas alturas, el personaje convulsionado por los acontecimientos, padece un desmembramiento que le hace desconocer su yo interior al observar que los actos, o las personas, no pueden catalogarse de buenos o malos sin contemplar toda una amplia gama de adjetivos intermedios. Y este desconcierto se apodera también del viaje que deben emprender para llegar a territorio seguro y guarecerse en la casa de un familiar. Los parajes a atravesar, en su mayoría frondosos bosques, refuerzan el halo de misterio. Al mismo tiempo, la música, o más bien los ruidos extraídos de la propia naturaleza, preludian la cercanía de una desgracia: la aleación niños más selva, entendida bajo un fondo bélico donde los niños no están ni ajenos al conflicto ni utilizan la imaginación para evadirse como en El laberinto del fauno (2006), sino que, participan, a su manera, para defenderse de aquello que consideran el enemigo, como en El mar (2000).
La llegada de la primera adolescencia no tiene sentido sin un tímido contacto con la sexualidad. La visión del sexo en la película, cuando aún todos residen en la primera casa, se limita al plano observacional. Lore se encuentra con escenas de sexo frígido y de apariencia forzada donde su madre, más que disfrutar, parece verse obligada a pasar por el trámite. La otra cara del sexo, cuando Lore quiere llevarlo a la práctica, denota la influencia inconsciente por la imagen materna. La joven, marcada por lo anterior, utiliza su gancho sexual para conseguir lo que quiere, sin importar las consecuencias de sus actos.
Y es que la alegoría final de Lore recuerda al plano final de Los condenados (2009) donde una densa capa de niebla cubre todo el bosque, como metáfora de las consecuencias de una guerra fratricida que daña incluso a generaciones no partícipes en el conflicto. Generaciones de guerras heredadas, los vasos comunicantes entre Lore y Los condenados. Al igual que sucede a los protagonistas del film de Isaki Lacuesta, la joven alemana también queda condenada a cargar con una mochila que la ha transformado para siempre. Lejos de olvidar unos hechos que no iban con ellos, la revelación de un secreto en Los condenados y la caída de la venda en Lore, copian actitudes de sus antecesores, forzando así la inevitable repetición de la Historia. En las últimas escenas, ya dentro de la casa, la hermana de Lore escucha música y la invita a bailar. Pero Lore se niega. Ya no sabe bailar. No sabe divertirse ni jugar como lo hacía antes en las primeras escenas. Su ciclo como niña ya terminó.
Dar infinitas gracias a Dios por no haber vivido en esos tiempos, historias tan desgarradoras como se presenta en la película ver el futuro y anhelar que esto no suceda. Valorar lo que somos hoy.