Los mercen4rios

Heroísmo terminal Por Lorenzo Ayuso

Perdido en un escenario huero, que intuímos como una de las pantalla azules diseminadas por las distintas sedes del rodaje multinacional de Los mercen4rios (Expend4bles, Scott Waugh, 2023), Dolph Lundgren frunce el ceño y hunde la mirada en busca de un objetivo. Rodeado de algunos de sus camaradas de calaveras, el sansónico sueco esboza una mueca dolorida, aterido por un peligro indivisible en el horizonte digital que nos ofrece el contraplano, a juego con los fondos. La media melena cobriza que le serpentea bajo la frente, cubriéndole parte del rostro, desdibuja aún más la imagen del superhombre nórdico. No parece estar en el momento, en la lucha. En mayo de 2023, cuatro meses antes de formar para el paseíllo por salas, el inquebrantable Ivan Drago se rompía ante las cámaras cuando revelaba que llevaba ocho años en tratamiento contra un agresivo cáncer de riñón cuyo pronóstico recrudeció a pocos meses de enrolarse en este rodaje. Un rodaje que, para más inri, habría de compatibilizar con el de Aquaman y el Reino Perdido (Aquaman and the Lost Kingdom, James Wan, 2023). La confusión que se advierte en la percepción del entorno de Lundgren, un soldado fogueado en tantos lances y acostumbrado a sostener sobre sus rodillas el peso de producciones de mimbres enclenques, trasciende la naturaleza de la película. Ni siquiera la citación de un individuo cinematográficamente tan letal como Iko Uwais, con un ejército de esbirros tan voluminoso como para abarcar un buque montacargas, pareciera inquietarlo. ¿Cómo iba a hacerlo, cuando una amenaza tal se ha amotinado en el cuerpo propio? ¿Qué sentido tiene todo esto?

Los mercen4rios

Dolph Lundgren en Los mercen4rios.

En Los mercen4rios, nada tiene sentido, empezando por su propia continuidad. Estrenada nueve años después de Los mercenarios 3 (Expendables 3, Patrick Hughes, 2014) y dos largos años después de rodarse, lo que inclina a pensar en una producción atrompiconada, se diría que el tiempo en reserva ha hecho que los presentes olviden el señuelo que usaba la tercera gran franquicia auspiciada por Sylvester Stallone para asegurarse la atención: la feliz recuperación de los más rotundos y recios action men que el cine había creado de los ochenta en adelante, reunidos para afrontar una última embestida contra la taquilla. Poco importaba que, ya desde la fundacional Los mercenarios (The Expendables, Sylvester Stallone, 2010), el gancho no superase la anécdota. El reencuentro planethollywoodiense entre Sly, espoleado tras las excelentes resurrecciones de Rocky Balboa y John Rambo, un Arnold Schwarzenegger recién abandonada la carrera política y un Bruce Willis aún lejos de sus abúlicas apariciones de reintegro apenas se extendía durante tres de los 103 minutos contabilizados para el filme. Suficiente. El star power aún refulgía, según el box office, como para justificar que se repitiera la jugada en Los mercenarios 2 (The Expendables 2, Simon West, 2012), donde la conjunción de glorias alcanzaba lo paródico ya en las piezas promocionales. Acostumbrados, en mayor o menor medida, al first billing en los créditos, la categoría viene establecida por el acopio de conjunciones y adverbios: “También con Van Damme”. Algo perduraba en la ya notablemente inferior tercera entrega, donde se testeaba una apertura a nuevos públicos introduciendo a nuevas generaciones de futuribles héroes al redil, relegando a los talludos a un plano secundario y anticipando un relevo nunca consumado. En el paréntesis entre aquella y esta, las luminarias del vetusto firmamento hollywoodiense han ido apagándose, saldando los estertores de luz en el mercado de VOD, donde han hecho negocio a su alrededor entidades tan sospechosas como Randall Emmett[1], o estableciendo apacibles planes de pensiones en el mercado del streaming. Solo Statham continúa en pie como el Omega Man de una era en extinción, si no extinta, sobreviviendo a fuerza de escalas en transatlánticos, de Megalodón a Fast & Furious. Con el británico resignado en el centro, el cartel de Los mercen4rios previene del desengaño definitivo con un reparto compuesto a remiendos sin capacidad de convocatoria: Megan Fox, sirviendo a Millennium Media para simular una erradísima actualización del producto, un elogio de una masculinidad añeja, con un personaje pretendidamente feminista pero escrito desde un enfoque retrógado; Curtis “50 Cent” Jackson, asimilándose a Stallone tras trazar juntos un Plan de escape hasta tres veces; el inglés Jacob Spicio, capitalizando su emergente ubicuidad como latino funcional de Hollywood para suplir a Antonio Banderas, desaparecido en combate por problemas de agenda. Lejos quedan esas expresiones de autosuficiencia en los rostros de las estrellas que se amontonaban en los afiches previos, como avanzándonos que asistíamos a una fiesta entre viejos amigos; ahora no queda otra que empequeñecer las figuras, envolverlas en una explosión de colores chillones y brochazos de Photoshop para evitar que nadie las (des)conozca.

Sin fuego de cobertura, lo que debiera ser una nueva iteración de Los mercenarios solo carbura cuando, durante algunos minutos centrales, se transforma en un prototípico vehículo de lucimiento para Statham. Con Stallone (77 años en el momento del estreno) encarando el camino de salida del género, el guion coescrito por Kurt Wimmer, Max Adams y Tad Daggerhart (en la historia contribuye también Spenser Cohen, primer guionista asociado) se apresura a ocultarlo el máximo tiempo posible bajo el chasis del Antonov 26B, derribado en una misión fallida. La presunción de la muerte de Barney Ross, el eterno líder encarnado por el italoamericano, deja no solo desamparado emocionalmente a Lee Christmas, su mano derecha, sino retirado del servicio activo. En una primera escena, el actor pasa de meditar si eliminar el contacto de su amigo de la memoria de su teléfono a sopesar ofertas de trabajo que se adecuen a unas habilidades impropias de una vida mundana. La acción de revisar las páginas de un periódico resulta tan anacrónica en 2023 como el código de conducta que Stath defiende película a película. De ahí, a la secuencia cumbre del filme: un simulacro de directo de un streamer para el que Christmas trabaja como seguridad, y a quien somete a un contundente correctivo por sus comentarios inapropiados hacia las mujeres durante una emisión en directo en redes sociales. El soldado acredita con su caballería el desajuste con su tiempo, extensible a una saga que preserva, hasta cierto punto, la noción del héroe clásico del western: aquel que salva y protege la pureza en un mundo corrompido, y que está destinado a habitar en los márgenes, a morir por ello. Al menos, a apartarse y perderse en la bruma, como le ocurre al factotum en Redención (Hummingbird, Steven Knight, 2013), una vez repartida la debida justicia.

Los mercen4rios 2

Jason Statham en Los mercen4rios.

El sacrificio define al guerrero, imposibilitado a tener una vida privada, a disfrutar de una jubilación plácida. Le obliga a guerrear hasta que un día no vuelva a levantarse. Hasta que lo que te hacía humano haya desvanecido. El cuerpo se degrada; la consciencia de uno mismo, también. Perdura el tintineo de las medallas de los caídos, una imagen presente en Los mercenarios 3, que emparentaba a sus integrantes con John Rambo, sumido aquel en las catacumbas de su memoria en Rambo: Last Blood (idem, Adrian Grunberg, 2019). Antes de recorrer el sendero narrativo de la venganza, y de echar por tierra el significado de la muerte del protagonista al revivirlo en un giro gratuito, Los mercen4rios sorprende al negarle a Stallone siquiera una toma de despedida antes de que la aeronave que pilota se estrelle en suelo libio. No deja testamento al que aferrarse, solo vacío. Lo que luego descubriremos como una torpe estrategia de falsear el drama (una analepsis apresurada desvelará el pobre ardid), provoca una incertidumbre en Statham que compartimos como espectadores. Cuesta concebir la derrota de quien lleva ahí tanto con nosotros. Lo hemos vivido al desaparecer Bruce Willis, de súbito, cuando ya nadie podía seguir escondiendo los efectos de su demencia frontotemporal; para entonces, ya se había procurado amortizar su poderoso primer plano hasta rebajarlo a una imagen abismal. Cuando Barney resurge triunfante para salvar el día, el engaño hace que en su vuelta sea una aparición fantasmal. Una proyección de algo que ya no existe; lo acentúa la interpretación despreocupada de Sylvester, desconectado del bagaje trágico que definía su rictus en las acometidas previas. Darse mortaja no estaba entre las opciones, por más que el personaje asumiera tal destino. El artista resume su mantra con dos palabras: Keep punching, frase que toma prestada de su otro alter ego Rocky aplica tanto en lo metafórico como en la literalidad. Tal vez por eso procuró también agregar una coda a su última escaramuza sobre Rambo, mostrándonoslo tras los créditos surcando el plano a caballo, así como a “The Schizo” le permite reírse de su propio entierro. Sin embargo, si al veterano de Vietnam le concedemos la posibilidad de seguir golpeando más allá de la muerte, pues tras casi cuarenta años transita hacia un estatus mítico, la resurrección del paramilitar es pura impostura. No golpea, simplemente permanece plantado. Y como él, el resto de componentes del escuadrón: atemperados, indiferentes a la acción.

El interés de Los mercenarios, en su conjunto, recaía en la lectura sobre la vejez que hacía Sly de la propuesta ideada por el guionista Dave Callaham: “La edad no ha alterado en modo alguno las capacidades de sus héroes”, lo sintetiza Lisa-Nike Bürhing[2]. Todos sus miembros, en mayor o menor medida, delataban el envejecimiento en sus facciones y en sus carnes; aún con todo, demostraban con sus actos no haber perdido su fortaleza física, su agilidad o la rapidez de reflejos. Los más bisoños caían -véase el caso de Liam Hemsworth en la segunda parte, fulminado a las primeras de cambio por Van Damme; o el secuestro de los nuevos integrantes de la tercera a manos de Mel Gibson- mientras que los más mayores continuaban adelante para vengarlos o salvarlos, casi obligados por una cuestión moral: quienes ya han vivido no debieran enterrar a quienes aún han de hacerlo. Más allá de la nostalgia intrínseca, ver a estos tipos repartiendo estopa suponía una enmienda a las formas y normas del negocio. Statham lo verbalizaba con un diálogo que sirve de leitmotiv: “No se puede ganar a una leyenda”. La participación de duchos coreógrafos y especialistas como Chad Stahelski, sumada a la experiencia misma de sus ídolos en el cuerpo a cuerpo, se plasmaba en la puesta en escena de las dos primeras aventuras. Primaba el contacto, la fisicidad. Expurgado el gore digital, aún se podía sentir el impacto. La ficción se nutre del daño real. El cuello fracturado de Stallone, fruto de escenificar una reyerta con Steve “Stone Cold” Austin en la película matriz, hubiera sido una anécdota perfecta de haberla referido su Barney en las secuelas. La metaficción, la alusión a los hitos extraordinarios de estos gigantes, ha levantado en peso muerto la serie. Algo se conserva en Los mercen4rios cuando Toll Road (Randy Couture) data el origen de sus orejas de coliflor, tan llamativas para los más jóvenes del equipo, en su pasado en las artes marciales mixtas, disciplina que “The Natural” dominó mucho antes de que la UFC alcanzara su mayor pegada mediática. Las cicatrices atestiguan su estatus, justifican la confianza en sus capacidades. Sin embargo, nada en la puesta en escena ayuda a corroborar esa plenitud física.

Nada los apoya, empezando por un diseño de producción que fía la construcción de escenarios a la pantalla azul, hasta hacer de cada entorno un forillo digital indiferente, sin margen para la profundidad de campo. La predominancia de los cromas difumina los espacios e impide crear una geografía coherente. Que los créditos notifiquen la existencia de incluso terceras unidades de dirección da cuenta del rompecabezas para ensamblar decorados a medio completar, entornos virtuales y ubicaciones por medios mundo. El montaje, a cargo de Michael J. Duthie, no solo fracasa al tratar de resolver el problema de la unidad espacial, sino también al establecer un orden secuencial coherente. A saber: la escena inicial, que permite presentar a Rahmat (Uwais) en su frenético asalto a Libia para hacerse con unas cabezas nucleares, se interrumpe para introducirnos en la rutina diaria de los expendables, de los problemas maritales entre Christmas y Gina (Fox) a una pelea en un bar de moteros; cuando finalmente son enviados al país norafricano, tras el imprescindible briefing, el relato se encuentra aún con el golpe del terrorista in media res, como si el tiempo de la fábula se hubiera paralizado para que los cascados profesionales de la metralla tuvieran margen de reacción. La disposición del relato tiende a dilatar los tiempos para encajar las piezas, haciendo de los héroes de acción sujetos de inacción. Cuando tiene lugar la esperable gran set piece del tercer acto, solo Statham conoce su propósito, el objetivo de su personaje. Con el montacargas funcionando como un circuito sin confines aparentes, con pasillos interminables y esquinas por doquier, hallamos a los actores perdidos los unos de los otros, compartimentados en planos inconexos. Lucen estáticos, renqueantes, débiles. La planificación no tiene en cuenta sus necesidades, las fortalezas que aprovechar, o sus achaques por esconder.

Los mercen4rios 3

Dolph Lundgren, Randy Couture, 50 Cent, Levy Tran y Jacob Scipio en Los mercen4rios.

Por momentos, cuesta pensar en Los mercen4rios como un producto debidamente terminado. Al menos, uno no terminado con las luces de emergencia encendidas. Los 100 millones que, apuntan las fuentes oficiales, costó manufacturar el producto nunca se ven en pantalla, acaso destinados a una logística interna desordenada. Esto ya ocurría en Hidden Strike (ídem, 2023), el anterior armatoste de Waugh estrenado directamente en Netflix cinco años después de terminar la fotografía principal, y tras infinidad de reshoots y remiendos para amoldarse a las necesidades geopolíticas de la taquilla. A falta de información de inteligencia que lo verifique, los dos años que transcurren desde las grabaciones (de septiembre a noviembre de 2021) hasta el lanzamiento en salas de Los mercen4rios, sumados al dilatado arranque de la promoción, apenas con tres meses de maniobra, sugieren otra producción sin rumbo y sin cabeza. Desde luego, no la cabeza de Stallone, cuya vehemencia es de apreciar aun cuando yerra en sus juicios. En 2017, durante el larguísimo proceso de desarrollo, el mitólogo neoyorquino se desviculaba del larguísimo desarrollo al no coincidir en unos mínimos de calidad con Avi Lerner[3], para retornar una vez enmendados los desencuentros, pero refiriéndose al proyecto como un spin-off y no como una cuatricuela. Los antecedentes fundaban la sospecha; su nula implicación en la escritura y su ausencia prolongada en el metraje lo confirmarían. Terminar el filme, sacarlo como fuese, se antoja como el objetivo último. No hay estilo, solo ruido; tampoco estética, solo colores saturados y artificiales. Sus hechuras la adecuan para hacer fondo en las fosas comunes del contenido de plataforma, perdida su identidad y su razón de ser.

Cuando preguntan a Jean-Claude Van Damme por su opinión sobre el trompazo en taquilla de esta entrega, el espléndido villano de Los mercenarios 2 no halla respuesta, pero propone una solución: recuperarle para el reparto explotando su recurrente gimmick del personaje doble, con un gemelo para su Jean Vilain convenientemente bautizado Claude. Al menos eso le prometió Stallone. “Siempre habrá una Expendables 5”, sugiere el entrevistador. “O una 25[4], apostilla con guasa el belga, recién cumplidos los 63 años, como comparando la elasticidad de la franquicia con la de sus aductores. Si se mantienen flexibles es porque ha ralentizado el ritmo, se ha procurado descanso y más tiempo para calentar, a cambio de limitar su productividad. Pero hasta él se ha sometido a dos operaciones de cadera para asegurarse la movilidad, la primera a comienzos de 2013, tras lastimarse curtiéndose el lomo con Sly. Gajes del oficio. Cuando uno se planta ante el objetivo, ha de soportar el escrutinio de las miradas mientras se va descomponiendo. Carlos Losilla escribe que “ningún director puede proporcionar una imagen de sí mismo tan rotunda, en pleno proceso de tránsito hacia la nada, como la que se desprende del cuerpo del actor en sus momentos postreros”[5]. Los héroes del género, cuya anatomía es su arma más poderosa, se desguazan incluso más rápido. En agosto de 2022, Dolph Lundgren mostraba el estado de su tobillo izquierdo tras décadas de suplicio y lesiones mal curadas. “La articulación ahora está básicamente destruida”, probaba con una fotografía de un pie embotado, disforme[6]. Cuesta imaginar cómo caminar soportando los males, cómo equilibrarse corriendo entre marcas. Más aún, cómo no derrumbarse cuando a ese dolor físico se le añade un tratamiento contra el cáncer que se reproduce caprichoso por los tejidos. El primer diagnóstico, por fortuna contradicho, le auguraba no más de dos años; de haberse cumplido, ni siquiera habría visto el resultado de machacarse una cuarta vez por el papel, una enésima ocasión por un público que empequeñece en número a cada lance. Los mercen4rios responde a ese esfuerzo intangible con una mirada insolidaria. No trasluce emoción al observar a estos colosos que se han gastado las aristas por nosotros, a los que no les quedan tantas oportunidades. Se clausura una época, pero nada importa si la marca registrada aún puede exprimirse. Ahora sin ironías, el título original avala el tratamiento, pues se les usa como si fueran prescindibles. Es un entierro deshonroso. No se lo merecían.

Los mercen4rios 4

Sylvester Stallone en Los mercen4rios.

[1]    HUNT, Joshua (2021): “The King of the Geezer Teasers Inside Randall Emmett’s direct-to-video empire, where many Hollywood stars have found lucrative early retirement”. Vulture. 31 de marzo de 2021 (Fecha de consulta: 23.10.2023) https://www.vulture.com/article/randall-emmett-movies.html

[2]    BÜHRING, Lisa-Nike (2017). “Men Refusing to Be Marginalised. Aged Tough Guys in The Expendables and The Expendables 2”. Journal of Extreme Anthropology, Vol.1, No.3, p. 44.

[3]    FLEMING, Jr. Mike (2017). “Sylvester Stallone Departs ‘The Expendables’ Franchise”. Deadline, 31 de marzo de 2017 (Fecha de consulta: 24.10.2023). https://deadline.com/2017/03/sylvester-stallone-departs-the-expendables-franchise-1202057171/

[4]    FORDY, Tom (2023). “Jean-Claude Van Damme: ‘I was offered $20m to fight Steven Seagal in Vegas – he backed out’”. The Telegraph, 20 de octubre de 2023 (Fecha de consulta: 24.10.2023): https://www.telegraph.co.uk/films/0/jean-claude-van-damme-interview-steven-seagal-feud/

[5]    LOSILLA, Carlos (2020). “Evolución del cuerpo del actor”. Transit. Cine y otros desvíos. 21 de diciembre de 2020 (Fecha de consulta: 23.10.2023). http://cinentransit.com/evolucion-del-cuerpo-del-actor/

[6]    LUNDGREN, Dolph [dolphlundgren] (17 de octubre de 2022). Finally doing surgery on my left ankle. I’ve had this injury since my time in the military. [Imagen adjunta]. Instagram. https://www.instagram.com/p/ChQDa8UPEvH/

Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>