Los ojos de Tammy Faye
Una patria llamada Fe Por Javier Acevedo Nieto
Este fue mi último visionado del festival. También fue un visionado condicionado de antemano por el habitual prejuicio crítico: quería pensar que no había mucho de interés en un biopic sobre la telepredicadora Tammy Faye Bakker. Más bien, quería pensar que nuevamente el cine estadounidense actual iba a fagocitar su legado de excentricidad poptriótica —la cultura pop como patria y autobiografía nacional— con la codificación del presente; a saber, una tremenda querencia por los montajes acelerados, la excentricidad de registros al borde del ictus dramático y una constante conmiseración infantiloide hacia sus personajes. Todo eso está, muy a mi pesar o muy a mi gusto —disculpen que confiese mi prejuicio de antemano— en un ejemplo más dentro del festival de hasta qué punto la espiritualidad y la fe han pasado de ser modos de existencia a parodias de existencia para el cine contemporáneo.
En su columna Ruido de fondo, Diego Salgado y Elisa McCausland 1 recuperaban ciertas constantes de lo que se ha venido en llamar política de los actores para ilustrar la importancia del intérprete en la impresión mediática de determinas películas. “Sus rostros funcionan como guías emocionales de lo que se nos cuenta, y sus cuerpos como proyecciones de los nuestros; en sus movimientos fantasmales sobre la pantalla sublimamos nuestros deseos y nuestras limitaciones”, afirmaban los críticos y hay mucho de esa sublimación o, mejor dicho, de búsqueda de esa sublimación en Los ojos de Tammy Faye (The Eyes of Tammy Faye, Michael Showalter, 2021). En gran medida, ha sido el empeño de Jessica Chastain el que ha conseguido que Los ojos de Tammy Faye tenga su preestreno en España en el marco del festival. El filme ahonda en un retrato de la telepredicadora que, solo en sus tramos finales, alcanza una fusión plena entre la sublimación dramática de su personaje y la impresión de verdad y trascendencia iconográfica entre la Chastain actriz y la Faye personaje. Una soldadura fílmica perfecta que se intuye en los últimos instantes, pero que hasta entonces se ha ido desangrando en cada montaje acelerado y en cada pereza discursiva narrada en secuencias musicales. De nuevo, la codificación contemporánea no alcanza a problematizar la relación de todo un país con sus iconos. Lejos quedan complejos retratos individuales capaces de hacer lo que el biopic estadounidense siempre supo hacer: mostrar la excentricidad individual siendo absorbida por la mediocre homogeneidad colectiva. Porque, no nos engañemos, Estados Unidos siempre ha sido una sociedad mediocre repleta de individuos extraordinarios. Es el biopic uno de esos géneros tan capaces de cartografiar el alcance simbólico de sus héroes y su drama pragmático: el lenguaje individual rompiéndose en la comunicación con el resto.
Todo esto viene a cuento porque hay una pregunta esencial en Los ojos de Tammy Faye. Está planteada en el especial de Transit dedicado al actor-autor y fue formulada por Carlos Losilla en su ensayo 2: “¿pueden contradecir, los actores y las actrices, los sentidos creados por la persona que se ocupa de la dirección? ¿O se trata solo de sentidos paralelos?” La respuesta es difícil y, como concluye el crítico, solo el tiempo será verdadero autor. Chastain sí contradice constantemente el sentido de Showalter, aunque permanece permanentemente asfixiada por la planificación del cineasta y su escritura. Una escritura que nunca sabe distinguir dónde empieza la cosmética y máscara del personaje —la realidad externa— y dónde acaba la impresión del rostro-icono de la estrella pop evangélica —con todos los matices, cicatrices y arrugas expresivas que Chastain sí acierta a transmitir—. Showalter solo se limita a evidenciar un mal común del cine norteamericano reciente y es su incapacidad para permutar entre el mito y el logos, entre las creencias culturales, históricas y sociales y el discurso razonado y emancipado de esas creencias. Una permuta que implicaría saber moverse entre dos esquemas de pensamiento para operar transformaciones progresivas que terminen por marcar una evolución en las formas de pensar el lenguaje que conecta los esquemas. En definitiva, poner en imágenes las transiciones entre la cultura pop y la realidad social a través de una tradición directa que trabaje con el material original sin aspavientos.
Los ojos de Tammy Faye termina perdiéndose en su propia cosmética del género. Encerrada en su intelectualismo moral, ese que nos dice que la virtud radica en el saber actual y desdeña el conocimiento pasado, redunda en una forma de ver al Otro —una América de espiritualidad añeja y tremendamente compleja— con una superioridad presentista sumamente ingenua. Solo Chastain es capaz de conferir a la película cierto aura de cine de actor y una determinada ambigüedad que su personaje exigía. Recupero una cita de Ortega y Gasset quien decía que “la filosofía sólo puede brotar cuando han acontecido estos dos hechos: que el hombre ha perdido una fe tradicional y ha ganado una nueva fe en un nuevo poder de que se descubre poseedor: el poder de los conceptos o razón. La filosofía es duda hacia todo lo tradicional; pero, a la vez, confianza en una vía novísima que ante sí encuentra franca el hombre»” 3. Hay puro sofismo de la imagen escondido en todo el cine norteamericano actual, pero no una filosofía audiovisual que mane de una confianza en remirar lo antiguo con el poder de una razón renovada. Es el gran problema de entender el cine como un proceso sincrónico que solo se mueve en presente en lugar de como un proceso diacrónico capaz de mirar la evolución de su propia historia.
- Salgado, Diego y McCausland, Elisa. (2020). Actor, autor. Ruido de fondo. Disponible en: https://www.elsaltodiario.com/ruido-fondo/actor-autor ↩
- Losilla, Carlos. (2020). Evolución del cuerpo del actor. Transit. Disponible en: http://cinentransit.com/evolucion-del-cuerpo-del-actor/ ↩
- Ortega y Gasset, José. (1983). Obras Completas. Madrid: Alianza ↩