Loving
Our house… Por Fernando Solla
A chair is still a chair
Even when there’s no one sitting there
But a chair is not a house
And a house is not a home
When there’s no one there to hold you tight
And no one there you can kiss good night
Hay algo en el cine de Jeff Nichols que le distingue como narrador. En apariencia contenido y siempre cuidando a sus personajes protagonistas, los acompaña a través de todas las piezas que componen el engranaje cinematográfico de su lenguaje narrativo. Ya se trate de filmar las pesadillas apocalípticas de un personaje en Take Shelter (2011) o de retratar el fin de la infancia en imágenes de otro en Mud (2012). Incluso para trasladar a la gran pantalla la historia real de un matrimonio interracial en el sureste norteamericano en 1958. La desaparición, el abandono, la ausencia, el exilio, el destierro… Temas, ideas y conceptos que el cineasta sabe traducir en imágenes con paciencia y detenimiento.
En el caso de Loving nos trasladaremos a Virginia (Estados Unidos), durante la segunda mitad del siglo pasado. En un estado donde el matrimonio mestizo se consideraba delito, el filme mostrará una década en la vida de Mildred y Richard Loving. La persecución y las dificultades a las que la ley sometió a la pareja se descubrirán antes nosotros de un modo nada artificioso pero sin caer nunca en la gratuidad del melodrama más templado.
Si hay un leitmotiv más o menos consensuado en los filmes de Nichols es su contextualización geográfica en un ámbito rural y, aquí, se sigue en esta línea, incluyéndola como un motivo más que significativo tanto para los protagonistas como para el desarrollo de su historia. El autor avanza varios peldaños en su escalón cinematográfico, asimilando historia (fílmica) e Historia (real). Es posible que el espectador sienta en algunos momentos que no se le tiene en cuenta o que no forma parte de la historia de la pareja protagonista. El montaje de Julie Monroe lo quiere así, estupendamente alineado con el guión de Nichols. No hay omisión de información, sino que la actitud de los personajes se nos mostrará completamente ajena a la jurisprudencia de su localidad. En ningún momento, más allá de los acontecimientos veraces que se retratan, se tomará partido ideológico o moral. Se mostrará una realidad determinada que para sus protagonistas-víctimas resulta tanto o más marciana y arcaica como para el espectador.
La secuenciación nos enseñará como Mildred y Richard viven su historia con total normalidad entre el resto de secundarios. Uno de los grandes logros del filme es cómo retrata el ambiente y las situaciones más o menos cotidianas. No habrá un desarrollo exhaustivo de estos últimos personajes, sino que cada uno aparecerá en el momento justo para vehicular el relato hacia el siguiente estado. Aquí, sobresale de nuevo el vigor narrativo del autor. Familiares, amigos y demás se usarán como peones o puntos de unión, pero su arquetipo no será tal gracias a la sentencia lapidaria que Nichols les tiene reservada. Siempre en el momento adecuado, siempre precisa. Este contraste de elipsis y diálogo dota a Loving de una persuasión (nunca manipulación) absoluta y para nada arquetípica. Muy emocionante, pero sin olvidar el razonamiento.
Cabeza y corazón. Estos serán Mildred y Richard (y viceversa). Ambos personajes irán intercambiando roles en función del punto de la historia en el que nos encontremos. El trabajo de estos intérpretes es adecuado y cómplice de la dirección de Nichols. La progresión que muestran ambos es complementaria y precisa, delicada y sutil. Sólo con sus rostros podremos asimilar y atesorar todo el proceso anímico que vivirán de principio a final. Las palabras que no dirán y las escenas que no veremos, las comprendemos y asimilamos gracias a las magníficas composiciones de Joel Edgerton y Ruth Negga. Ambos saben aprovechar la inestimable caracterización a la que se ven sometidos para completarla con un trabajo figurativo excepcional, siempre en el punto del plano óptimo para recrear algunas fotografías e imágenes de sus homólogos en la vida real. Hay dos escenas en las que esta labor es clave, una en casa y otra en el juzgado, en el que su posición mira a izquierda o derecha de plano, respectivamente. Mirada al pasado y hacia el futuro. Sutilidad, elegancia y contención. En el caso de Negga, como valor añadido, se consigue transmitir (además de la racial) toda la cuestión de género inherente a la historia, algo que redondea el resultado final.
Además de la caracterización y el vestuario (Erin Benach) hay un trabajo conjunto con la fotografía de Adam Stone y la construcción de los sets ideados por Jonathan Guggenheim muy importantes para que la expresividad de la propuesta consiga hermanarse con la estructura elíptica que comentábamos más arriba. Los planos detalle de algunos elementos del paisaje en contraste con los más generales de paisajes abiertos donde se va a construir la posibilidad e ilusión de un hogar son muy significativos y aportan tanto información como emoción. La construcción de interiores está cuidada hasta el mínimo detalle para contextualizar tanto la época como el estatus social de los personajes. Finalmente, el trato del color en lo referente al vestuario muda progresivamente de la viveza inicial a tonos más ocre al final. La sensación que transmite este detalle es inherente a un sentimiento que va despertando en el espectador. Parecerá que en un principio estamos viviendo en primera persona lo que sucede en pantalla, para progresivamente, con el paso (y el peso) del tiempo-metraje acabar contemplando una vieja fotografía algo gastada por el paso del tiempo, pero todavía nítida y vívida en nuestro recuerdo. Nosotros también formaremos parte del retrato.
Finalmente, Loving es un largometraje algo a contracorriente hoy en día. Pocos realizadores (y guionistas) saben cómo superar todos los baches narrativos que provocan los lugares comunes de las historias basadas en hechos reales para (manteniéndose totalmente fieles a la misma) transformarlas en historias que en pantalla resultan tan apasionantes tanto a nivel argumental, como expresivo e, incluso, ético. Con este título, el nombre de Jeff Nichols se convierte en sinónimo de confianza cuando se trata de dejarnos llevar de la mano de un autor para que el viaje y el aprendizaje de toda obra suceda a tiempo real durante el visionado. Una suerte.