Lucky
La sencillez de una verdad Por Paula López Montero
“¡Qué lejos estoy del suelo donde he nacido!
Inmensa nostalgia invade mi pensamiento
Al verme tan solo y triste cual hoja al viento
Quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento”
Harry Dean Stanton se abre paso en el cielo, y no solo por su reciente fallecimiento tras el estreno de Lucky, ni por crear un espacio propio en el universo del cine norteamericano –interpreta casi 250 películas a lo largo de toda su carrera- sino porque en los primeros minutos de Lucky también se abre paso literalmente en el cielo, en una secuencia de fotogramas inundada por el azul claro y puro típico del paisaje western, en el que mediante un contrapicado aparece la figura del actor mirando al horizonte, desafiando el tiempo. Y es que la ópera prima de John Carrol Lynch va de eso, de un desafío típico del cine del oeste, pero esta vez un desafío a la interpretación, a la sobrecarga barroca de sentidos y de significados; y ahonda en la búsqueda de la verdad, del realismo, aunque este acabe en la innegable premisa de que todo al final desaparece. Lucky es toda una narración hecha en base y para Dean Stanton, una parte de biografía medio ficcionada al final de sus días, un santuario que le consagra a las puertas del final y que hace honor a un tipo de cinematografía, que por su sencillez y realismo, toca de lleno y conecta con el espectador.
Es una biografía porque Lucky, que parte o bien de la literalidad del título “el afortunado” o bien de una tradición de personaje de western como Lucky Luke, en cualquier caso, es una biografía porque Lucky es Harry Dean Stanton, su personaje rutinario, solitario, callado, que va al mismo bar desde hace más de 40 años, que toca la armónica, que canta rancheras, ese es Harry Dean Stanton. En un documental rodado en 2012 de Sophie Huber, Harry Dean Stanton, partly fiction, se puede hacer toda una retrospectiva de una vida ligada al cine pero sin renunciar a la vida misma, quiero decir, a la posibilidad de que el cine sea concebido con la mayor naturalidad posible porque Dean Stanton poseía esa cualidad de inocencia, de naturalidad, de estar presente en cada momento como si no hubiera una cámara, como si el cine fuera una continuidad de la vida. Su rostro, parecía ser el de cualquiera, nada en particular, pero todo puesto sobre la actuación, poseía un toque indescifrable, te atrapaba en su cercanía, como si le conocieses de toda la vida, y no te engañaba nunca. En ese mismo documental aparece David Lynch con quien ha hecho seis películas [destaco Una historia verdadera (The Straight Story, 1999) de la que luego hablaremos] que le pregunta ‘How do you describe yourself?’ a lo que Dean Stanton contesta ‘There’s nothing, there’s no self.’ Premisa que repite continuamente el personaje de Lucky cada vez que entra en la cafetería y le dice al camarero de forma cómplice ‘no eres nada’. Eso es lo que piensa Harry, de lo que habla Lucky, no somos nada.
Lucky versa y ahonda en la búsqueda del realismo. Realismo será una palabra que vertebrará el eje discursivo del filme. Un realismo basado en la búsqueda de sentido de esta temida existencia. Lucky, que desarrolla sus días en algo que parece una acomodada y descarada rutina, con sus rituales y repeticiones, al final acaba confesando a su vecina en un gesto del todo humano y sincero: ‘Te puedo contar un secreto: tengo miedo’. Un miedo inevitable, ante la incertidumbre, pero a lo que Lucky da una gran lección de vida. No hay que renunciar a nuestra sonrisa.
Me gustaría traer a colación una película con la que creo que Lucky mantiene un diálogo. Me refiero a Una historia verdadera a lo que me pregunto ¿Cómo es posible que David Lynch fuera capaz de contraponer sencillez y complejidad en su filmografía? Una premisa en su cine es que la verdad es siempre sencilla, la interpretación siempre compleja, fue capaz de los filmes más enrevesados así como de la luminosidad más certera en una película como esa historia verdadera. David Lynch por otra parte viene a interpretar un papel fundamental en Lucky como mejor amigo del protagonista al que se le escapa su tortuga a la que quiere dejar su herencia y a aquello que puede parecer ridículo, con un monólogo, desmonta toda la comicidad: ¿por qué reírnos de una tortuga, si es un ser superior a nosotros? Nos reímos de su lentitud, porque arrastra un caparazón más pesado que ella misma y que luego le servirá de ataúd. Sin embargo, vemos como al final del filme la tortuga y los cactus son lo único que quedarán en el paisaje.
El final de Lucky es digno de mención porque con la sencillez de un camino árido lleno de cactus, Lucky sigue desafiando al paso del tiempo como si ese ‘rodar y rodar’ fuera lo más humano, con el silencio que no hay que llenar ni de sonidos ni de artilugios, simplemente con el propio sonido del paisaje Lucky se para a mirar al horizonte, como en esos primeros minutos del filme, para luego con una sonrisa -como si del narrador de El gran Lebowski (The Big Lebowski, Joel Coen, 1998) se tratara- mirar a cámara y, con sus ojos, transmitirnos la calma más profunda. Cabe resaltar por último la estética, cada encuadre, cada situación están acompañadas de la narración y la hacen excelente, además de los personajes dignos de darnos una lección de convivencia, respeto y aceptación de la diferencia. Bajo mi punto de vista y para ser una ópera prima de alguien que lleva también mucho tiempo actuando y que es sin duda otro de los Dean Stanton de los que cabrá hablar dentro de unos años, Carrol Lynch hace honor a su amigo y recupera el diálogo de un cine inocente, ingenuo, al fin y al cabo verdadero que merece la pena ver aunque sólo sea para rendir tributo al gran Harry Dean Stanton.
Descanse en paz, amigo.