Mad Max, La trilogía (1979-1985)
Mundo Macho Por Samuel Sebastian
1979 fue el curioso año en el que se iniciaron dos series cinematográficas sucias y transgresoras con ánimo de romper los esquemas tradicionales que hasta entonces imperaban en el cine más comercial, con pocas o ninguna concesión a la audiencia y cuyo valor principal era el de reciclar algunos referentes de la serie B de los años cincuenta y sesenta, agitarlo con un buen condimento inspirado en los cómics de la época y servirlo con una renovada puesta en escena que anticipaba la postmodernidad cyberpunk de los ochenta y noventa. Hablamos de las, hasta ahora, cuatrilogía de Alien y la trilogía de Mad Max, que además han creado un universo de imitaciones, spin offs, reboots, etc. cuyas más recientes entregas son Prometeus (Prometheus, 2012) de Ridley Scott y Mad Max 4 (Mad Max: Fury Road, 2015) de George Miller, dirigidas precisamente por los directores que impulsaron ambas sagas.
Imagen final de Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno (Mad Max: Beyond the Thunderdome, 1985) de George Miller
Aunque la producción de ambas sagas sea completamente diferente, por un lado Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) de Ridley Scott fue una coproducción de cierta relevancia entre Gran Bretaña y Estados Unidos que se vendía como una «asquerosa Guerra de las galaxias» y que sin embargo no renunció a su sugerente estilo europeo gracias al ritmo pausado de la primera parte de la película y el trabajo tanto de su director como del diseño de producción (en el que participaron entre otros H. R. Giger y Moebius); Mad Max: Salvajes del autopista (Mad Max, 1979) de George Miller en cambio era una película de bajo presupuesto netamente australiana (los actores no ocultan su fuerte acento oceánico) que de forma voluntaria menosprecia cualquier concesión al lirismo o al sentimentalismo. Su estética es deliberadamente feísta y su poética apela a la violencia gratuita y a los instintos más primarios de los personajes y la audiencia. Así como los antecedentes de Alien resultan fáciles de rastrear y entre ellos se encuentran nombres ilustres de la serie B tanto americana [It, the terror from beyond space (1958) de Edward L. Cahn] como europea [Terror en el espacio (Terrore nello spazio, 1965), visionaria película de Mario Bava], en Mad Max, sus precedentes resultan bastante bien definidos por las películas de serie B postapocalípticas como Last Woman on Earth (1960) de Roger Corman o los sucios eurowesterns de Sergio Leone, algo que quedará mucho más patente en la segunda entrega de la saga. Pero lo que más llama la atención en cuanto a sus diferencias son sus diferentes modos de representación: mientras que la primera entrega de Mad Max aún posee una puesta en escena y un uso de ciertos recursos aún muy anclados en el cine clásico de Hollywood como la planificación de las escenas dramáticas o los obvios subrayados musicales; en cuanto a Alien sí se puede decir que entra de lleno en la modernidad tanto por su estética como por sus interesantes reflexiones sobre la naturaleza del mal (si es que este existe como tal) y sobre la naturaleza de los organismos cibernéticos que comparten un origen humano y artificial al mismo tiempo.
En ese aspecto, pocas novedades en cambio ofrece Mad Max, nada de reflexiones filosóficas o aportaciones cinematográficas. Su razón de ser es la de encontrar un nicho en las películas comerciales de un tipo de cine basado en incluir grandes dosis de violencia y sexo y que por entonces estaba relegado a la marginalidad y a proyecciones semiclandestinas. Ese éxito comercial estaba al alcance de muy pocas películas, como La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) de Tobe Hooper o La violencia del sexo (I spit on your grave, 1978) de Meir Zarchi, y sin lugar a dudas que Mad Max lo consiguió, en gran parte gracias a la caracterización de su protagonista, un joven Mel Gibson que saltó a la fama gracias a esta trilogía.
De Max Rockatansky a Mad Max
La evolución del personaje de Max en las tres películas de la trilogía, de izquierda a derecha: Mad Max: Salvajes del autopista, Mad Max 2: El guerrero de la carretera (Mad Max 2, 1981) y Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno (Mad Max: Beyond the Thunderdome, 1985) todas de George Miller.
Importa muy poco lo que sepamos de Max Rockatansky, de hecho su apellido solo aparece mencionado dos veces en la primera parte de la trilogía y ya no vuelve a aparecer en el resto de la saga. Tampoco en ningún momento de la trilogía se refieren a Max con el apelativo de Mad (que vendría a significar loco o descerebrado) aunque sí aparece con ese sobrenombre en los créditos finales. Max vive en un mundo en el que las personas no tienen pasado ni inquietudes ni tampoco perspectiva de futuro, es un mundo despiadado en el que mostrar los sentimientos te puede hacer sentir vulnerable frente a los demás, un mundo de continuos referentes masculinos, dominado por la fuerza bruta y la violencia. No es de extrañar que la única mención al pasado de Max sea en el primer filme y, naturalmente, hable de la admiración que Max sentía por su padre: nunca supo lo orgulloso que estaba de él ni lo bien que me sentía estando a su lado, sin más, dice Max Rockatansky. Ninguna referencia a la figura materna ni hermana ni ninguna compañera de trabajo ya que todos los policías y sus jefes son hombres. Los valores femeninos, hasta la tercera entrega, quedan completamente anulados.
No obstante, y a pesar de lo simple y esquemático de la caracterización de Max, hay algo atractivo en torno a su personalidad, el áurea enigmática que le envuelve, su construcción como un personaje legendario a medida que evoluciona la trilogía, su salvaje atractivo físico, su desinterés mercenario y por supuesto ese aire nómada que le hace evitar cualquier compromiso. Max es un personaje anacrónico, fuera de lugar, alérgico a la sociedad, escéptico aunque no cínico, enraizado en el western y en los violentos justicieron que proliferaron en los años setenta, aunque evidentemente del personaje del que es más deudor el justiciero Max es del hombre sin nombre de la trilogía del dólar de Sergio Leone interpretado por Clint Eastwood, en particular en Mad Max 2.
A la izquierda, Clint Eastwood como «El bueno» en El bueno, el feo y el malo (The Good, the Bad and the Ugly, 1966) de Sergio Leone. A la derecha, Mel Gibson como Mad Max en Mad Max 2.
Cuando Mad Max aún es Max Rockatansky se nos presenta por un lado como una persona amante de su familia y de la vida apacible pero por otro es un implacable policía que cree a pies juntillas en el ojo por ojo como un gaje más de su oficio y que ejecuta a los delincuentes de manera efectiva, rápida y sin cargos de conciencia. Al fin y al cabo, dentro de este mundo maniqueo, Max Rockatansky es uno de los mejores interceptadores del cuerpo de policía (la otra categoría es la de «perseguidores») y forma parte de una élite que abandonará cuando uno de sus compañeros muera a manos de una banda de motoristas. La venganza es el móvil de toda la primera parte, algo que cambia radicalmente en Mad Max 2 y Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno, en las que la única motivación del protagonista es la supervivencia. De forma similar a la trilogía del dólar de Sergio Leone, que realmente agrupa tres películas conceptualmente similares aunque con diferentes personajes, el Max Rockatansky del primer filme poco tiene que ver con el Mad Max del segundo ya que se trata de un personaje más distante, notablemente envejecido, de muy pocas palabras, similar a ese nombre sin nombre que encumbró a Eastwood, de hecho solamente se menciona su nombre en una escena de la película cuando le preguntan por su pasado. Al Max de Mad Max 2 no le interesa nada más que su propia supervivencia, no quiere asociarse con nadie y si lo hace es únicamente en su propio beneficio. Para él no hay ni buenos ni malos (aunque en la trama de la película queden perfectamente definidos), sino gente de la que puede sacar algún partido y gente que no y una vez ha encontrado lo que buscaba se marcha sin dejar rastro. Max pasa de ser el rudo policía de la primera parte al legendario guerrero de la carretera de la segunda entrega, una leyenda que continuará en la tercera parte, en la que se cerrará tanto la trilogía como el arco de un personaje que vuelve a encontrar algunas de las emociones perdidas.
La trilogía
Primer y último fotograma de Mad Max 2.
Vista de forma global, la mayor virtud de la trilogía de Mad Max es su coherencia narrativa. Así como la cuatrilogía de Alien sufre unos peligrosos altibajos y se desarrolla de una forma irregular y dubitativa, la evolución de la trilogía australiana en cambio resulta interesante porque el trasfondo de la historia se despliega a la par que evoluciona el personaje principal en cada película.
La sociedad de Mad Max: Salvajes del autopista se encuentra al borde del caos, las instituciones apenas funcionan y el estado se ve obligado a ejercer la violencia para mantener el orden. Las ciudades están desiertas y una gran parte de la población se ve obligada a ejercer el nomadismo para sobrevivir. En la segunda parte, unos años después, ya no aparece ninguna referencia urbana, la sociedad definitivamente se ha colapsado y los supervivientes se dedican al saqueo y al pillaje. Lo más parecido a una urbe que aparece en toda la película es una pequeña población fortificada enclavada en medio del desierto y que se dedica a la extracción y suministro de gasolina. El caos es el que definitivamente gobierna la sociedad. En Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno, en cambio las ciudades vuelven a reconstruirse. Aunt Entity (interpretada por Tina Turner) gobierna una ciudad primitiva en la que vuelven a florecer los negocios, se utilizan nuevas fuentes de energía y existe una relativa tranquilidad para los habitantes. El ocio está canalizado a través de la cúpula del trueno, un remedo postnuclear del circo romano. La evolución de la sociedad es paralela a la del personaje de Max, como ya hemos señalado, que pasa de ser un rudo pero familiar policía en la primera entrega a un nómada escéptico en la segunda y un mercenario solidario en la última entrega.
Igualmente, los referentes de las tres películas son diferentes y el gran valor de George Miller es el de haberlos asumido e integrado en el mundo de Mad Max de manera muy eficaz. No cabe duda de que la trilogía a pesar de su maniqueísmo, limitaciones temáticas y narrativas y su cierto aroma fascista (especialmente en la primera entrega), también está ejemplarmente realizada, algo en lo que ha tenido mucho que ver la buena labor de su director, que dominia a la perfección tanto el medio cinematográfico como los referentes que maneja.
Mad Max: Salvajes del autopista está planteada como una serie B policiaca en un mundo postapocalíptico. Los justicieros que poblaron los cines de barrio y los videoclubs durante los años setenta y ochenta, con Charles Bronson y Harry Callaghan a la cabeza, son la inspiración principal de este violento policiaco que deliberadamente renuncia a ir más allá de lo que su simple historia de venganza cuenta. En ningún momento se menciona qué es lo que ha sucedido en el pasado para que la sociedad se encuentre en descomposición, ni se justifica esa situación, ya que la historia se centra únicamente en las venganzas mutuas entre los policías protagonistas y la cruel banda de motoristas. No obstante, entre los momentos más estimables de la película, y por ende de la saga, encontramos una espectacular persecución inicial en la que el director pone toda la carne en el asador para mantener enganchada a la audiencia.
En Mad Max 2: El guerrero de la carretera los referentes cambian radicalmente y pasamos del policiaco al western. Si, como ya hemos dicho, el personaje de Mad Max está inspirado en parte en los eurowesterns de Sergio Leone, el argumento de esta entrega está extraído de Raíces profundas (Shane, 1956) de George Stevens que trata sobre la llegada de un forastero a una pequeña población a la que salva de los ataques de unos forajidos, con la diferencia de que si bien la película de Stevens está narrada desde el punto de vista de la población, la de Miller opta por mostrar el punto de vista del protagonista. Igualmente en Mad Max 2 aparece por primera vez ese tono épico que se repetirá en tercera parte y que es el que ha ayudado a mitificar a su personaje principal. Por último y no menos importante, el segundo filme asume una cierta estética de cómic tanto en la estética estrafalaria de algunos personajes, vehículos y lugares en los que transcurre como en la inverosimilitud de algunas secuencias, como por ejemplo la espectacular y cáotica persecución final, casi de dibujos animados, y que luego sería tan frecuentemente imitada, incluso por el mismo George Miller en Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno. Por todo lo dicho anteriormente, es casi unánime la opinión de que esta segunda parte es la mejor de la trilogía y sin duda, la más influyente. A partir de aquí el fenómeno Mad Max se globalizaría y comenzarían a aparecer imitaciones por todo el mundo.
La última entrega, Mad Max: Más allá de la cúpula del trueno, renuncia al previsible título de Mad Max 3 por razones de estrategia comercial. A pesar de que continuó planteándose como una producción netamente australiana, con dos iconos del país oceánico a la cabeza, Tina Turner en el cénit de su fama junto al habitual Mel Gibson, la intención de los productores era la de entrar directamente en el mercado americano, por lo que se prescindió del número ordinal en el título para acercar la película a la audiencia que no conociera las dos anteriores. También los referentes cambiaron de nuevo y se tomaron como referencia las películas de aventuras tan en boga en aquel momento tras el éxito de la saga de Indiana Jones, la violencia (y en especial la violencia sexual) se suavizó notablemente y el personaje de Max pasó del egoísmo distante de la segunda entrega a una especie de solidaridad nómada. Unas concesiones a a la audiencia que se llevaron al extremo al incluir una tribu de niños a la que Max dirige a modo de capitán. Por otro lado, la película sigue algunos rasgos de la entrega anterior: el tono épico, la configuración de Max como un personaje legendario, la llegada de Max a una población con la finalidad de solucionar los problemas o la persecución final. Todo ello fue visto para sus seguidores como una traición a la saga y en general se considera como la peor película de la saga pero para mí continúa contando con algunas simpatías, por ejemplo por el hecho de ser la única película en la que aparecen personajes verdaderamente matizados, ni buenos ni malos, algo insólito en una saga que hasta entonces se había mostrado simplistamente maniquea. Igualmente toda la primera parte de la película, hasta la aparición de los niños, posee algunos de los mejores momentos de la saga, incluyendo algunas gotas de humor negro. La trilogía concluye igual que la segunda parte, con Max como un nómada buscando un nuevo lugar en el que sobrevivir.
Más allá de Max
No cabe duda de que la última entrega de la trilogía consiguió el éxito deseado y permitió a George Miller debutar en Hollywood por la puerta grande con la que, a la postre, sería considerada como su mejor película, la cínica Las brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, 1987) con un espectacular reparto que incluía a actores en la cima de su éxito como Jack Nicholson, Michelle Pfeiffer, Susan Sarandon y Cher. Para entonces, Mad Max era ya un fenómeno global que había invadido las salas comerciales especializadas en serie B y los video clubs que por entonces experimentaban un auge espectacular. Películas como 2019: Tras la caída de Nueva York (2019: Doppo la caduta de New York) de Martin Dolman (en realidad, Sergio Martino), realizada en Italia o Stryker (Stryker, 1983) de Cirio H. Santiago, realizada en Filipinas, muestran cómo la atracción por el personaje Max era global. En realidad estas imitaciones se fijaban más la segunda entrega que en la primera e incidían en aspectos puntuales de la película de Miller, por ejemplo el erotismo violento en 2019: Tras la caída de Nueva York o la despiadada lucha por el agua en Stryker, que era un remedo de la lucha por la gasolina en Mad Max 2.
Estas películas de serie Z, sin embargo, ponen en valor la trilogía de Mad Max, no solo por reconocer el buen trabajo de dirección de George Miller sino también al demostrar que no es nada fácil hacer una película de éxito mundial con un presupuesto bajo. Las imitaciones de Mad Max fueron tan descaradas como en su momento lo habían sido de El exorcista (The Exorcist, 1973) de William Friedkin o de La noche de los muertos vivientes (The Night of the Living Dead, 1969) de George A. Romero y llegaban a copiar la planificación de las películas de Miller pero sin duda con mucho menos talento.
Con el renacimiento de la saga, dirigida por el mismo Miller, Max Rockatansky adquiere el status casi de superhéroe, un personaje que atraviesa el tiempo y las generaciones y vuelve a aparecer en un largometraje tras treinta años de ausencia.
Otra de mis sagas favoritas… pero habrá por ahí una reseña de la Ultima Mad Max Fury Road??
Porque si que es la corona de esta obra, tetralogía perfecta y que bien ejecutada por George Miller.
Saludos.
Hola. Aquí lo tienes: https://cinedivergente.com/ensayos/especiales/especial-quinto-aniversario/mad-max-furia-en-la-carretera