madre!
El ciclo de la tradición Por Paula López Montero
¿Qué significa un signo de exclamación? Si fuéramos a la literalidad de la palabra, exclamar significa “Expresar algo en voz alta, con fuerza o vehemencia manifestando emoción o dando vigor y eficacia a lo que se dice”, pero si intentásemos ir un poco más allá, ex-clamar significa fuera o más allá (ex-) del clamar (del lat. clamāre.) exigir, llamar, quejarse; de donde por cierto también viene clamor “Conjunto de voces y gritos proferidos con vehemencia por una multitud, en especial para quejarse de algo, pedir algo o aclamar a alguien.” Desde el título de la última película del maestro Aronofsky, madre! (con minúscula, por cierto) ya se puede leer algo de lo que vendrá a continuación. Es un madre! también poético, que actúa a veces como oración o salmo (no olvidemos que la gran tradición poética, deriva en las grandes religiones que hoy conocemos). madre! nos sitúa ante la necesidad de énfasis de una palabra que por cotidiana que parezca: ¿qué significa?
La narración de madre! se hace clara para quien esté un poco avispado y conozca ya la tradición del propio director: Pi: fe en el caos (Pi: Faith in Chaos, 1998), La fuente de la vida (The Fountain, 2006) o Noé (Noah, 2014). madre! (2017) nos viene a contar una historia que sucede en una casa aislada en medio de la naturaleza en la que viven un poeta (Javier Bardem) y su mujer (Jennifer Lawrence). Él se dedica a escribir en la soledad y ella a reconstruir paso a paso los cimientos de una casa que estaba en ruinas tras arder en un incendio del que sólo su marido sobrevive. Dos oficios, por cierto, que ya vienen a aludirnos la construcción identitaria que propone la tradición y que Aronofsky continúa para darle la vuelta: la mujer reina de la casa y sus cuidados, el hombre artista y figura de la vida pública. El matrimonio se nos presenta con alguna que otra fractura, fractura que vendrá a desvelar el personaje interpretado por Ed Harris seguido de Michelle Pfeiffer. Dos extraños que aparecen de la nada buscando cobijo, una hospitalidad que el poeta Javier Bardem no puede negar y que será el motor, in crescendo, de la saturación y quiebra de la mujer (Jennifer Lawrence).
Seguido del matrimonio de Harris y Pfeiffer llegan sus dos hijos, uno de ellos enfurecido por la herencia que le deja su padre o por el amor que sienten ambos hacia su otro hermano, que comienzan una discusión que acabará en fratricidio y que dejará una huella, herida o llaga en el parqué de la amada casa de la esposa (Jennifer Lawrence). Este fratricidio no viene a significar algo ante nosotros hasta el final de la película y será una de las piezas claves para que la narración y sus alegorías se desvelen ante nosotros. Tras el funeral del hijo, la desbordante hospitalidad del poeta, la mujer ahogada entre la anulación o la omisión de él y la destrucción paulatina que va sufriendo su hogar, parece que llega un momento de calma entre todo el tumulto. Una parición, a-parición. La mujer se queda embarazada y es esta anunciación la que devuelve la inspiración al poeta y la calma al hogar. Pero tras acabar el libro, un libro que tiene fieles a millares, con el alumbramiento del bebé todo se vuelve de nuevo caótico y la casa se va volviendo más y más asfixiante, en ella vemos la guerra, la masacre y también como son los fieles los que acaban por matar al bebé tan ansiado y del que seguidamente no hacen más que comer su carne: ¿a qué recuerda esto?
No es fácil salir ileso de la sala. Aronofsky no hace más que ironizar hasta el lado más oscuro sobre la gran fábula constructora de nuestra tradición: el cristianismo o el judeocristianismo. Desde el final todo se puede leer como metáfora y figuras simbólicas y bíblicas: Adán (Ed Harris) y Eva (Michelle Pfeiffer) que tras haber tenido un pasado glorioso se ven desterrados a la vida mundana, sus dos hijos Caín y Abel. Javier Bardem que hace de padre-Dios, la mujer que hace de madre-María y el hijo, Jesucristo, sacrificado por los fieles.
Lo que más cabe destacar de la película de Aronofsky es la unión entre narración y atmósfera. La cámara en un equilibrio constante, sigilosa como si de un espíritu se tratase sigue a la madre en todo momento como la seda y es la que creará ese ambiente en el que la casa (la tradición) será un personaje más de todo el film. Además, hay otras metáforas muy alusivas y bien construidas como la piedra brillante, que acaba por ser el corazón, el amor de la madre y que Dios custodia como amuleto de amor eterno de la madre-mujer y su hogar. O Las Heridas (el impulso de la mujer es tapar las heridas y ahondar en ellas), donde es muy significativo que durante todo el film estas heridas conduzcan al sótano, lugar al que sólo acceden las dos mujeres (Pfeiffer y Lawrence). Pero ante el Apocalipsis final Aronofsky vuelve a proponer un ciclo de nueva vida y esperanza. La película así, se abre y cierra con las mismas imágenes, con la reconstrucción de la casa por el aliento de la nueva madre-mujer que habita en ella.
La alusión a la religión judeocristiana es casi obvia. Todos los personajes que aparecen en la película vienen a representar un personaje bíblico. Pero con todo ello la lectura que nos propone Aronofsky es que nos pongamos en el lugar de la madre, ese lugar secundario en el que la religión no se pone, y exploremos sus emociones y sentimientos desde el abandono y el dolor más extremo hasta el sacrificio y la entrega.
Si sólo cogiésemos las oraciones más rezadas por los fieles Padre Nuestro, Ave María y Gloria, y las desgranásemos para encontrar ahí la identidad que la religión propone, encontramos una atenta adoración al hombre, al padre figura de la salvación (“Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo // no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.”); una auténtica sumisión al poder del padre por parte de la mujer (Dios te salve María) y la única acción posible es la del ruego o lamento (ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte.); y la Gloria que propone la única jerarquía posible en la que no está la mujer (“Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos”).
Me parece acertadísimo proponer hoy, siglo XXI, una narración que nos haga replantearnos la figura de la madre en nuestra tradición. El tema, además de la femineidad ha sido tratado largo y tendido por numerosos pensadores, todos hombres hasta la llegada de Simone de Beauvoir y las oleadas feministas que nos dieron el arma para poder decidir por nosotras mismas. Ahora queda abierta la cuestión, como tantas otras después de la era de las deconstrucciones: ¿qué es ser mujer? ¿qué es ser madre? y la más importante ¿qué somos sin la tradición?
Hay quien podría decir aquí que vuelve a ser un hombre el que nos propone esa reflexión.Es cierto. Pero Aronofsky, bajo mi criterio y muy posicionado en su propio universo muy tendiente a seguir encontrando fe y esperanza más allá de la humanidad, lo desmonta y nos propone una reflexión que debe hacer pensar a todos los que la vean sobre los discursos que hemos consumido durante siglos y sobre la construcción que hoy somos. La pregunta es, como metáfora de la película: ¿sin esa tradición, hay construcción, hay casa?
El director no hace balance del bien y el mal, solo expone algo para que nosotros como espectadores cuestionemos. madre!, así, se enmarca perfectamente en el cine de Aronofsky y sigue haciendo toda su filmografía muy compacta en sus temas: ahonda en el éxito, la creación artística en una sociedad consumista y con tendencia a generar problemas mentales y que solo tiene un marco de fondo: la tradición.