Maravilloso Bocaccio

Lo perfecto no es siempre lo mejor Por Pablo López

A mediados del siglo XIV, la peste asola Florencia. Mientras las familias se desmoronan y los muertos se apilan en las carretas, un grupo de jóvenes huye de la ciudad en busca de un lugar donde alejarse de tanto sufrimiento. Tras llegar a una villa en el campo, deciden pasar allí unos días, entregados a tareas sencillas que les devuelvan el gusto por la vida: amasar pan, bañarse en el lago, amar y contar historias…

 Maravilloso Bocaccio #1

Este es tanto el punto de partida de la obra de Giovanni Bocaccio, El Decamerón, como de la nueva película de Paolo y Vittorio Taviani, Maravilloso Bocaccio, que, como el nombre ya indica, rinde tributo al trabajo del escritor italiano. Pero, a diferencia de la famosa adaptación que hizo Pasolini en 1971, los Taviani no ponen aquí el acento en la irreverencia y la celebración de la vida carnal (en todos los posibles sentidos del término, no solo el sexual), sino en el poder de la narrativa para curar el cuerpo y el alma.

Los diez protagonistas tienen el espíritu quebrado por los horrores que han visto. Nada más empezar la película, un hombre lleno de pústulas se arroja desde una torre para acabar con su sufrimiento. Más tarde, un grupo de enterradores, cansados de esperar a que un padre se aparte de los cadáveres de sus hijos, comienzan a enterrarle junto a ellos. Lo poco que vemos de Florencia nos muestra una ciudad fantasma, de gente aterrorizada de todo y de todos. Ante un panorama así, resulta fácil entender que los jóvenes protagonistas hayan perdido el entusiasmo por la vida: la realidad a su alrededor se ha vuelto el mismísimo infierno. Su huida es la única forma que tienen de no perder la cordura.

 Maravilloso Bocaccio #2

Entonces comienza la curación. A través de la convivencia en la casa de campo y del simple placer de escuchar historias, algunas cómicas, otras trágicas, pero todas ellas imbuidas de cierta pasión por la vida, los jóvenes recuperan el ardor de la juventud y se ven capaces de volver a Florencia y enfrentar lo que allí les espere, por trágico que sea. Es un canto al poder de la evasión, a la capacidad que tiene la narrativa para sustraernos de la realidad y luego devolvernos a ella con energías renovadas. De hecho, el final de la película es casi una invocación directa al espectador, recordándole que ha llegado el momento de salir de la sala y volver al mundo, pero que no tiene por qué hacerlo igual que entró.

Esa es la intención, al menos. Por desgracia, los Taviani tiene claro el objetivo, pero no tanto la forma de alcanzarlo, y es, de hecho, la forma la que les impide llegar a él. A una planificación estática y una fotografía sin textura ni brillo se suma una dirección artística en la que todo se ve impoluto, como recién sacado de la caja. El resultado es un conjunto incapaz de transmitir ninguna emoción, y que recuerda un poco a aquellos Grandes relatos con los que Telecinco nos machacó a finales de los 90. Maravilloso Bocaccio solo encuentra belleza en sus localizaciones y, por supuesto, en el propio texto de Bocaccio, que tiene la oportunidad de brillar ocasionalmente.

 Maravilloso Bocaccio #3

Este problema se puede entender fácilmente si se compara el trabajo de los rostros en la película de Pasolini con el hecho aquí por los Taviani. En El Decamerón (Il Decameron, 1971), Pasolini está constantemente buscando la belleza de lo humano. Cuando nos cuenta como una mujer se enamora de un chico que trabaja en los establos, vemos que este tiene el pelo lacio y la piel sucia, pero su sonrisa es arrebatadora. Su belleza nos resulta real, cercana y, por eso, mucho más poderosa. Por el contrario, los jóvenes de Maravilloso Bocaccio lucen cabelleras sedosas y una piel de alabastro, como si también acabasen de sacarles del embalaje. Su belleza es tan perfecta que resulta sintética, o incluso divina, lo que es aún peor en este caso. El Decamerón de Bocaccio es una celebración de la vida terrenal, escandalosa en una época en la que esta se entendía casi como un tránsito hacia el cielo. Bocaccio, ese mismo Bocaccio al que los Taviani quieren rendir tributo, plasmó en sus textos un nuevo mundo en el que el aquí y el ahora, el carpe diem, tenían más sentido que las promesas de un futuro paradisiaco. Pasolini lo entendió muy bien, y por eso optó por lo imperfecto, lo vivo.

En resumen, mientras El Decamerón de Pasolini es un filme vibrante y sorprendente, Maravilloso Bocaccio resulta distante y acartonada. A pesar de lo diferente de su enfoque, ambas parten de lo mismo, Bocaccio, y parecen querer llegar al mismo sitio, la exaltación de la vida a través de los placeres que nos ofrece. Por supuesto, se puede llegar ahí por múltiples caminos: por ejemplo, Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing, Kenneth Branagh, 1993), una película formalmente en las antípodas de Pasolini, consigue transmitir esa misma exaltación. No, el problema aquí es que los Taviani han despojado al texto original de toda su frescura y su poder irreverente, encorsetándolo en una imagen insípida, sin voluntad de juego ni imaginación. Es lícito (e incluso deseable) que Maravilloso Bocaccio quiera hablar de El Decamerón de forma diferente a como lo hizo Pasolini, pero hacerlo con una película sobre el placer de contar historias en la que es precisamente ese placer el que está ausente es poco más que una triste paradoja.

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