MARC FITOUSSI, director de Luces de París
Por Mireia Mullor
“Esta película no está nunca donde se supone que tiene que estar”. Así resume el cineasta francés Marc Fitoussi el carácter de su nueva película, Luces de París. Fitoussi da una vuelta a los tópicos, los esquemas clásicos de la comedia romántica e incluso a las normas no escritas de la conducta amorosa social para conformar una película, como él mismo la define, “tierna pero ingenua”. Hemos hablado con él de los momentos clave del film, de sus intenciones y sus ideas más controvertidas, de cómo se atrevió a cambiar el rol de chica parisina de Isabelle Huppert (protagonista de la película) por una agricultora de Normandía y a que, en contra de los que se pueda pensar, los finales nunca son tan felices y cerrados como se suelen pintar en el cine.
En Luces de París se contraponen dos mundos tradicionalmente opuestos: el del campo y el de la ciudad. ¿Cómo han conectado?
Soy parisino, siempre he vivido en la gran ciudad. En consecuencia, siempre he imaginado el mundo del campo como un lugar más bien retrasado y retro. Y gracias a la estancia que hice en la casa de los padres de unos amigos, que eran agricultores, tuve la ocasión de descubrir que el mundo rural también es un mundo moderno, un mundo de negocios. Por aquel entonces quería hacer una película sobre una pareja francesa de hoy, y me pareció totalmente legítimo que fuera una pareja de agricultores del campo como los que acababa de conocer en vez de dos personas de París, que viene a ser lo de siempre. Y, por otro lado, también tenía ganas de contar la historia de una mujer que quería huir de todo para tomar un poco de aire y desahogarse, y que ese aire fresco lo encontrase, no en el campo como suele pasar en todas las películas, sino en la ciudad. Una persona del campo que se siente asfixiada en él y se va a la ciudad no es algo que se vea en las comedias románticas.
Cambiar el modelo clásico.
Sí, he intentado renovar un poco los códigos de la comedia romántica, y en particular de este tipo de películas de ‘volver a encontrarse’. Esos personajes que salen de un matrimonio porque se tienen que volver a encontrar a sí mismos.
¿Qué referentes manejó cuando escribió el guion?
Honestamente, ninguno. Lo que no quiere decir que yo haya inventado el cine (ríe). Pero simplemente quería contar una historia de amor, de una pareja, pero también llena de pistas falsas que te llevan a mirar a puntos que parecen que te van a llevar a un sitio y luego no lo hacen. Me ha gustado eso.
En un momento de la película, uno de los personajes jóvenes que están en una fiesta al lado de la casa de la pareja protagonista materializa el prejuicio de pensar que la gente del campo es inculta. ¿Era un propósito desmentir estos prejuicios como te pasó a ti?
Sí, sí. A este joven también le sorprende encontrar a una agricultora que tenga el mismo nivel cultural que él. Pero no era mi intención ponerme a desmentir prejuicios o ideas preconcebidas, sino que, más allá del campo y la ciudad, quiero destacar que esta es una película que sorprende, que intenta ir mucho más allá de lo que uno espera. Nunca está donde se supone que tiene que estar. Es más, presenta la infidelidad casi como una manera de salvar un matrimonio.
Esa es una teoría peculiar. ¿Es una idea propia o un elemento de provocación?
No se trata de provocación en cuanto a este tema. Está claro que la película habla de ella, pero no se muestra como se hace normalmente, con lloros, llantos, peleas y reproches. Aquí es algo muy tierno, muy dulce, muy pudoroso. Suave, en definitiva.
La única provocación que he querido hacer es coger a Isabelle Huppert, una actriz conocida como una parisina sofisticada y muy chic, y colocarla en un entorno rural con botas y rodeada de vacas.
¿Qué pensó Huppert de ese cambio de perfil?
Isabelle está encantada siempre de hacer cosas que la aleja de lo que es en la vida normal. Siempre está por la labor. Creo que eso le atrae más, de hecho, que cuando le ofrecen papeles de mujer fría, marcial, cerebral.
El personaje de Huppert, ahora que lo comentas, es el más complejo de la película. Claramente al principio se ve que es infeliz, pero acaba volviendo al campo. ¿Todo se ha arreglado o es que la ciudad le ha venido un poco grande?
No creo que la gran ciudad haya arreglado todos los problemas que tenía este matrimonio, no estoy muy seguro de eso. Pero sí que, cuando vuelve, hay cierto aire de frescura, de algo nuevo. Esta crisis es el detonante de un momento de revitalización, de despertar en la vida de esta mujer. Al final, es verdad que a todos en algún momento de nuestra vida nos dan ganas de irnos y hacer algo nuevo, inesperado, diferente dentro de nuestra rutina diaria.
Hay otro de los personajes que llama la atención: el indio que Brigitte conoce vendiendo frutas en las calles de París. ¿Había un mensaje relacionado con el tema de la inmigración ahí?
Lo primero que tengo que decir es que Luces de París es una película tierna, a veces conscientemente naif o ingenua. Pero aun así sigue siendo una película muy anclada en la realidad, una buena muestra de ello es el aparatoso parto de la vaca dentro de un paisaje tan bonito y poético. También, dentro de esta búsqueda del retrato real, me parecía interesante enseñar París, no sólo desde la faceta turística, de los monumentos y las zonas más transitadas, sino también una ciudad donde hay muchos sin papeles en la calle y perseguidos por la policía. El final de este personaje es un poco utópico, porque encuentra trabajo en la granja con ellos, pero es algo que me parece verosímil y el cine puede aspirar a hacer estas cosas.
Hay una escena que creo que marca un punto de inflexión en la película, y que además rompe con la forma que venía llevando hasta ahora, que es la del espectáculo de acrobacias del hijo. ¿Cómo la planteó?
Esta escena la había pensado mucho mientras realizábamos el guion, pero nunca me pensé que acabaría siendo un momento tan crucial y tan fundamental en la película. Expresa muchas cosas. Para empezar, hace que el marido sea una persona que realmente lleguemos a amar profundamente en la película y justifica que Brigitte no quiera perderlo. Y además es un momento emocionante, pero el peor para él, porque es en ese instante cuando se da cuenta de que está a punto de perder a su mujer. A través de la visión de su hijo se da cuenta de la belleza que tiene su relación con ella, el valor de su matrimonio. Y además, lo que ve en esa actuación de su hijo es la imagen de alguien que cae, pero se vuelve a levantar. Cae, y se vuelve a levantar. Claro, toda la película, todos los personajes, todo el recorrido que hacen, se hace en función precisamente de esa filosofía.
Ya que el film tiene un final “feliz”, pero como comentabas antes también quedan incógnitas sobre la mesa, ¿qué sensación o mensaje quiere que se le quede al espectador?
A mí me gusta mucho que se pueda hacer una película sin tener que zanjarla totalmente en un sentido o en otro. No creo que sea nada utópico, simplemente me parece una pareja que está ahí, y no se hunde. Entonces, puede ser algo positivo, un final que se acerca a la felicidad. Sin embargo, hay espectadores que me han dicho que han visto en la última escena un símbolo de dos cuerpos muertos que yacen en el Mar Muerto. Así que, visto así, no es tan positivo. Aunque se pueda percibir ahí una imagen de la muerte, mi naturaleza no deja de decirme que es una imagen bonita, los cuerpos flotando sobre el agua, así que no era una intención planeada ni en un sentido ni en otro.
¿Proyectos a la vista?
Tengo una película nueva que estoy montando ahora. Estará lista para estrenarse en Francia a finales de este año.
¿También sobre el amor?
No exclusivamente. Pero siempre hay amor en cualquier historia.