Márgenes

Por Jose Cabello

La tercera edición del Festival de Márgenes se caracterizó por la incorporación de la plataforma online a su circuito de exhibición; es decir, además de contar con el sistema tradicional en salas, utilizando Cineteca Madrid como medio de proyección de la parrilla que integraba la programación, las doce películas continúan aún disponibles en la página oficial de Márgenes, de manera gratuita, hasta el último día de este año 2013. Una tímida novedad pues lo interesante hubiese sido solapar el streaming con la asistencia física  para desmontar de una vez por todas los falsos mitos relativos al poco interés que levantan las salas de cine. A esta novedad se le añade la incorporación de proyectos sudamericanos, ya que hasta la fecha la participación se circunscribía estrictamente a territorio nacional. Una apertura hacia nuevos horizontes.

La gala de inauguración rescató el film del gallego Louis Patiño Costa da Morte, premiado en el Festival de Locarno como Mejor Director Emergente. Pero antes de la proyección, Márgenes rindió homenaje a la figura de uno de los cineastas españoles más subversivos e influyentes en lo que aún no era un género muy explotado en este país: el documental. Así, Basilio Martín Patino fue galardonado por toda su carrera. La admiración y el discurso de Patino llegó en consonancia con el alma de esta edición que, a pesar de la heterogeneidad de films, Gonzalo de Pedro, uno de los motores del festival, definió aludiendo a una frase extraída de un eslogan feminista: “Lo personal es político”, y así lo demostraron todos los films que componían la sección oficial de Márgenes confluyendo en el compromiso político como arma para paliar la actual esterilidad.

Costa da Morte plantea un dilema cada vez más repetido en el cine actual: ¿dónde está la frontera en aquello que denominamos “cine”? La nítida línea divisoria entre el reportaje y el documental, que más de una vez definió Antonio Weinrichter como dos terrenos que comparten materia pero con fines totalmente divergentes, vuelve a debate con proyectos como Costa da Morte donde el límite queda desdibujado. A priori, nada de malo hay en desfigurar géneros o crear híbridos. El conflicto aflora cuando un film excesivamente contemplativo se toma tan en serio que roza la verdad categórica, en el extremo de Finisterrae (Finisterrae, 2010) que hace un corte de mangas gigante a propuestas como ésta. Louis Patiño se recrea en la naturaleza muerta, las puestas de sol o el ruido de la nada con el fin de elaborar un bello conjunto de lo que podría ser un marketing adecuado de la tierra gallega, pero arduo resulta acceder a otra concepción de este film. El sonido, intenta fintar a un meteorito, pues el producto final vocifera el notorio trabajo posterior de edición y montaje, restándole interés al atribuirle un componente ficticio demasiado evidente.

 Costa da Morte

Costa da Morte

Cada vez que un helicóptero surca el cielo de Madrid, además de llorar los bolsillos de los contribuyentes, también se lamenta algo que en su día se conoció con el nombre de libertad de expresión. Una manifestación está celebrándose, el pueblo se moviliza. Aunque no ocurre demasiado, el gobierno cruza dedos, ocurre lo justo para cabrear a cualquier ciudadano que reflexione mínimamente o encienda el televisor y deje, si es que aguanta, el noticiero diario. Falsos Horizontes viene a agitar conciencias y desentumecer la inactividad y la falta de compromiso político. Este proyecto se gestó en pleno levantamiento de la asentada pacífica del movimiento que los medios de comunicación denominaron como 15M. Un desarme impuesto por el Gobierno del que Carlos Serrano Azcona aprovechó la incertidumbre en esos últimos días para bajar a la Puerta del Sol con su cámara y dejar huella del episodio.

Falsos Horizontes no quiere ser un reflejo del ideario 15M ni trasladar la filosofía política que defendía, solo pretende acumular distintas visiones de un mismo acontecimiento. En este intento, Carlos Serrano Azcona divaga en exceso al poner frente a la cámara a individuos que inventan unas teorías conspiratorias de agente 007. Nutriéndose exclusivamente de sus testimonios para construir el documento, aumenta los prejuicios que el propio espectador ya tenía instalados en su mente y ahora corrobora su retina. Ropajes, peinados, e incluso lemas del tipo “no nos representan” contribuyen al estereotipo que en su momento ya quisieron vender los medios sobre un tipo de juventud sin futuro y, como siempre, tachada de radical que no tenía otro divertimento que instalarse en la plaza neurálgica de Madrid. Pero una vez abandonados los prejuicios, si se escucha atentamente las hipótesis planteadas por los distintos sujetos, ya en 2011 vaticinaban parte de lo que ocurre ahora: privatizaciones, recortes, militarización de la sociedad, en definitiva el desarme del fingido Estado del bienestar. Un estado que venía ligado a una promesa hecha al nacer, un pacto tácito que, por una parte, comprometía al ciudadano a actuar de manera correcta cumpliendo con unas obligaciones cívicas mientras, por otro lado y en contraprestación, el Estado debía responder proporcionalmente a sus derechos y necesidades. Una promesa que a día de hoy se revela como una auténtica falacia destapando así los falsos horizontes de la venta del paraíso.

 Falsos Horizontes

Falsos Horizontes

La inmigración también tuvo cabida en esta tercera edición de Márgenes. Con el film Slimane, Jose Ángel Alayón propone un acercamiento a la problemática del inmigrante pero sin una pizca de condescendencia en su mirada, una aproximación real y sin contemplaciones. Tras erigir una estampa alejada de lo establecido para películas de esta temática y contando con un reparto amateur, quizás por esta razón se soslaya lo real de la interpretación, lo débil del relato engulle al conjunto. El método anárquico de rodaje eclipsa la recreación de unas localizaciones que aluden a un limbo existencial donde parecen vivir los protagonistas, pero el intento se quedan en un mero esbozo.

Pocas cámaras consiguen un aspecto tan fluido, como si un espíritu gobernara en su interior decidiendo la dirección determinada, Enter the Void (Enter the Void, 2009) consigue mutar de sólido a líquido el ambiente de este Tokyo que parece residir únicamente en la mente del protagonista. Similar proeza alcanza El espacio entre las cosas al mostrar una ciudad cargada de lírica y cimentando una atmósfera de tal magnetismo que embriaga el viaje; mientras pasea, guiña a símbolos del cine sensorial como David Lynch y el trabajo que  éste realizó en la construcción del microcosmos de Rabbits (Rabbits, 2002).La potencia de la obra del peruano Raúl del Busto no puede extraerse en un solo visionado, el film reconoce la inteligencia al otro lado de la pantalla y solo será desmigado en sesiones posteriores. El director se acerca al planteamiento fílmico de Andrés Duque combinado con la narración de Chris Marker, pero contando con un aspecto insólito al depositar una de las subtramas en un detective de novela quijotesca.

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