Mariposa
El laberinto del deseo Por Manu Argüelles
Al ver Mariposa de Marco Berger pensé enseguida en una de mis reservas recurrentes a la hora de enfrentarme a ciertos films. Cuando una película vuelve a plantear en primer término el asunto del destino y la predestinación en clave romántica es para ponerse a temblar. Suele suceder que cuando se apoyan en el famoso efecto mariposa (que en teoría sería lo contrario en cuanto el azar es un agente activo del cambio), estas son atravesadas por cierta espiritualidad new age que pervierte el principio de lo indecible (no hay nada escrito por encima de nosotros que nos determina). Desde la óptica de que todo está conectado desde una perspectiva cósmica y que un mínimo agente patógeno puede cambiar el flujo de los acontecimientos de un mismo régimen, se utiliza como tapadera para ametrallarnos con un jardín lleno de estupideces y cursiladas en torno a eso de que, a pesar de todo, existe la persona de nuestra vida. Así acaban destapándose como un taimado intento de estructurar una trascendencia desprovista de religiosidad, una modalidad de laicismo que acaba acercándose peligrosamente a ese pensamiento de baratillo de la autoayuda y demás zarandajas que acostumbran a ponerme enfermo. Por suerte para mí, Mariposa renuncia a ese soporte y a pesar de un aparente desplazamiento de las preocupaciones recurrentes de su director, la película sigue insistiendo en todo aquello que ha explorado en sus anteriores films como Ausente (2011) o Plan B (2009). A Mariposa si uno le implanta la música de Enya esta no encaja. La prueba del algodón.
Berger sigue tratando el tabú (cómo superarlo) y sus conflictos, sin la moral y su peso, y enfocándolo desde una perspectiva contemporánea. En Mariposa se incorpora el incesto de la misma manera que en Ausente se abordaba la paidofilia. Desde un tratamiento que no hiera sensibilidades (los dos personajes en una de las historias son hermanastros), pero que a la vez legitima y no censura ese tipo de atracción. Con Mariposa el artefacto del efecto mariposa es más un dispositivo para jugar con el desdoblamiento narrativo, perfecta plataforma para delinear ingeniosos engarces entre las secuencias y dar forma a imaginativos espejos en una escritura del doble muy brillante. Las situaciones de las dos historias (diferentes pero que en esencia son la misma historia contada dos veces) se plasman de forma sucesiva (el cambio físico de los actores ayuda al seguimiento). Se trata de una forma original de trenzar las narraciones, algo que demuestra el interés de Berger por experimentar con el relato sin apoyarse en los habituales manejos en el área manoseada de las historias cruzadas. El reto también reposa en sus actores que deben aportar matices diferenciales a un mismo papel, donde Javier De Pietro encarnando a Germán tiene el desafío de expresar dos personalidades casi antagónicas (una extrovertida y relajada, otra distante e introspectiva) pero donde ambas cumplen con el mismo perfil.
También parece que la homosexualidad, a diferencia de su trayectoria anterior, está en un segundo plano, vehiculada a través del personaje de Bruno (Julián Infantino). Lo que me lleva a preguntarme hasta qué punto podemos hablar de homosexualidad a través de su films 1. Creo que, en realidad, a Berger siempre le interesa aquello que es la materia prima del psicoanálisis, la gestión del deseo, la fuerza de lo reprimido y del subconsciente, sin encasillar su materia narrativa en una tendencia sexual concreta. Pero él, por suerte, para estructurar las tensiones y las latencias de sus personajes no se apoya en todo el aparato de Edipo y dista mucho del tratamiento que el psicoanálisis suele ofrecer de la sexualidad no heterosexual 2. Por eso suele interesarme mucho su cine y por eso le guardo fidelidad desde que vi Plan B.
Las categorías entran en suspensión y, justamente, a partir del emborronamiento de lo estanco y definido es como se construye el sustrato dramático. Porque, siguiendo la línea de Ausente, en Mariposa se hace patente una dualidad a la hora de caracterizar a los personajes, dos modalidades de sentir y actuar que generan la fricción, en cuanto ambas se van acercando mutuamente, y es esta energía la que da todo el corpus al film. Porque Berger suele concebir sus ficciones de forma desnuda, concentradas y desprovistas de retórica, plenamente abocadas a ese juego de atracciones que no se consumen rápidamente. Todo lo contrario. Berger dilata hasta el extremo, cierra el foco en un intimismo radical porque detalla con mucha generosidad ese intercambio de miradas furtivas y ese flujo de diálogos con doble sentido. Una serie continuada de momentos de la inacción donde Berger se esfuerza en hacernos explícito aquello que hierve dentro del plano, aquello que está ardiendo interiormente en los personajes. El deseo en todo su esplendor. En este mundo de hipervelocidad, el cine de Berger es una apología del detallismo que yo disfruto horrores, de la cocción a fuego lento, muy lento, que acaba convirtiéndose en una actitud fílmica a contracorriente, en cuanto su ritmo viene determinado a partir de la demora de sus personajes en asumir su identidad, en hacerse conscientes y propietarios de su deseo.
Tenemos, por un lado, aquellos que tienen clara la dirección que seguir y son los que empujan y ponen en marcha la maquinaria para que este se materialice. Aquí se correspondería con el citado Bruno y en el lado femenino el doble papel de Ailín Salas (Romina), la protagonista. Tienen claro hacia donde van, solo necesitan que el objeto de su interés acabe encaminándose hacia el encuentro. En esta maraña de sentimientos no correspondidos y de instancias interiores que empujan, no puede faltar un personaje sobre la que acaba cayendo el rol de personaje damnificado a partir de las paralizaciones y cobardías de los personajes que la rodean. Aquí le corresponde a Mariela (Malena Villa), que cumple la función de la espectadora de las incertidumbres que van chocándose mutuamente entre los personajes. Mientras que en la versión enraizada con la tragedia asume el rol de víctima, en la otra dimensión acaba quedándose fuera de juego, ese personaje que aunque está dentro del círculo en realidad está completamente ausente de toda la acción.
Nos falta Germán, el «lento», el que tarda más en darse cuenta, más inactivo, en síntesis, el receptor, y quien al final es el que tendrá en su mano la llave para que la fantasía tome cuerpo real. Su pasividad no viene por su falta de iniciativa sino más bien porque se encuentra en un estado de aletargamiento. A él le compete primero «despertar», mientras los otros se encuentran en el siguiente estado evolutivo, una vez reconocida y aceptada la línea de atracción. Son personajes que esperan, con una voluntad férrea. Hay un plano genial de Bruno en ese sentido, que lo expresa perfectamente. Mientras ha estado durante el largometraje filtreando con Germán (a pesar de que está resguardado desde la pantalla de la heterosexualidad en cuanto es novio de Romina/Mariela en la doble historia), se encuentra que inesperadamente el hermano de Mariela le pide claramente tener sexo. El efecto sorpresa y el regocijo ante el anhelo conseguido (estoy muy de acuerdo que cuando algo buscas, al final lo consigues de la forma más inesperada) se filma cuando él, antes de tener sexo, entra en el lavabo, se mira al espejo y ríe al verse. Se le ilumina la cara. Ese » ya está, lo he conseguido» lo dice absolutamente todo. El cine de Berger es ese tortuoso camino, sin hacer dramatismos superfluos, sin recurrir nunca a efectismos melodramáticos, el laberinto del deseo desde una estupenda verosimilitud.
- ¿Existe la mirada gay en el cine? Esto es otro debate, pero Berger se hace acopio de un contrapicado recurrente para filmar a los personajes masculinos desde el extremo final de la cama, en una angulación prolongada. Un plano que repite desde el cortometraje de El reloj (2008), lo volvemos a encontrar en Plan B y de nuevo en Mariposa, para dejarnos en el centro de visión los «paquetes» masculinos, cuando los personajes están en ropa interior y todavía no han explicitado su atracción sexual. Una forma de planificar que delata una mirada inequívocamente gay. Es una erótica que cuesta pensar que se dibuje en esos términos desde una mirada masculina y heterosexual ↩
- A ese respecto siempre le suelo reprochar a Judith Butler la tibieza con la que trata el marco teórico del psicoanálisis como herramienta (una de las que utiliza) para construir su teoría queer. Por suerte tenemos las lecturas de Didier Eribon para resarcirnos de esa perspectiva acrítica. No voy a negar muchas de las contribuciones del psicoanálisis pero no me parece aceptable que desde el pensamiento queer se pase por alto cómo esta disciplina ha contribuido históricamente en la patologización de la homosexualidad ↩