Matar a la bestia

Selva adentro Por Matias Colantti

Un viaje a la frontera, la exploración del más profundo deseo sexual, heridas abiertas de una familia derruida y misterio, son los componentes que definen el universo narrativo de Matar a la bestia, ópera prima de la cineasta Agustina San Martín. La directora viene de un trayecto consagratorio con sus tres cortometrajes: No hay bestias (2015), La prima sueca (2016) y Monstruo Dios (2019).

La película inició su camino en el Festival Internacional de Toronto, recibió la mención especial del jurado en los premios independientes de la competencia argentina del Festival de Mar del Plata y es una obra que ya es parte del cine independiente y de autor que va abriendo nuevos horizontes en Latinoamérica.

Matar a la bestia

Emilia (Tamara Rocca), de 17 años, decide viajar a un pueblo perdido en la frontera entre Argentina y Brasil. La reciente muerte de su madre la impulsa a reconstruir el vínculo con su hermano, explorar las raíces familiares y buscar un sentido de pertenencia en medio de su efervescente adolescencia.

Lo primero a destacar de la ópera prima de Agustina San Martín es el logrado trabajo en la construcción de atmósfera: el paisaje selvático, la humedad agobiante, la espesa niebla y la aparición de un animal misterioso son elementos centrales de una composición visual y sonora alucinante. El clima denso de este territorio se asienta sobre los personajes y va tejiendo un escenario de tintes surrealistas.

En ese sentido es importante ponerle el valor al gran trabajo de fotografía que tiene la película. La directora trabajó cada escena con planos que parecen piezas artísticas en sí mismas. Los contrastes de iluminación en tonos claroscuros y una armoniosa paleta de colores que se refleja en la selección de vestuario y el entorno visual de los ambientes reflejan un trabajo de mucha precisión estética y gran esfuerzo a la hora de componer cada cuadro. Nada está librado al azar en la cámara de Agustina San Martín.

No solo desde el punto de vista visual se percibe esto, sino que hacia adentro de la comunidad nos encontramos con varios tópicos narrativos: una fuerte influencia de la iglesia evangélica con sus clásicos liderazgos pastorales en el pueblo, jóvenes que buscan un ritmo de vida más intenso ante tanta calma cotidiana y relaciones familiares rotas por un pasado turbulento.

Matar a la bestia

Emilia está en busca de señales de su hermano que hace tiempo no ve. A través de esa búsqueda el relato expone las rupturas del seno familiar con el paso del tiempo y principalmente muestra que los lazos sanguíneos no garantizan vínculos afectivos sanos, sino todo lo contrario. Similar al planteo de Paula Hernández en Los sonámbulos (2020) el terreno de “la familia” se disecciona como un territorio carente de afecto, empatía y hasta se considera peligroso.

Así también como en el cine de Inés María Barrionuevo, las mujeres ocupan un lugar protagónico. Agustina San Martín construye sus personajes femeninos con una fuerte impronta de carácter y libertad. Y también lo hace desde la mirada de las relaciones sexo-afectivas que establece Emilia con un grupo de jóvenes.

Matar a la bestia

Y la mirada de género no solo queda en la construcción narrativa del relato, sino que es producto del trabajo de talentosas mujeres en el desarrollo y producción del proyecto. Agustina San Martín brindó una entrevista en el Festival de Mar del Plata 2021 y se refirió a este punto:

“Que la película esté embriagada de personajes mujeres fue una necesidad desde el inicio. Me parecía que era un capricho completamente justificado. Más todavía porque la historia del cine la escribieron los tipos. Hombres delante y detrás de la pantalla, personajes masculinos por todas partes. Ver cualquier película trascendental para el cine es ver escenas y escenas en las que un sinfín de hombres conversan entre sí. Es agotador. Por eso, llenar esta película de personajes mujeres me parecía tan orgánico como incuestionable.

Con respecto al equipo técnico, nunca tuve la menor duda de que, como yo, había muchísimas otras mujeres incipientes, profesionales, jóvenes, hambrientas, con la fuerza pero no la visibilidad. El único motivo por el que no hay más mujeres como cabezas de equipo en el cine es solo ese: la oportunidad.”

Matar a la bestia es una película de fronteras: no solo porque refleja las vidas marginales de un pueblo extraviado en el paso de un país a otro, sino porque también relata la frontera entre la adolescencia y la adultez, entre la realidad y la fantasía, entre la búsqueda de pertenencia y los miedos.

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