Matrix Resurrections

Economía del deseo Por Javier Acevedo Nieto

Sueño inaprensible: ya te esfumas
y dejas solo la intuición.
No importa; baste eso para pronunciar
esta breve oración honesta:
te quiero.
Como solo puede quererse
la eternidad que dura un segundo.
Doble Stop, de Los días eternos (María Elena Higueruelo, 2020).

I

Una bella búsqueda de amor en la abolición del cuerpo: había en Matrix (The Matrix, 1999, Lilly Wachowski y Lana Wachowski) un transcurso sentimental de imágenes que se derramaba en la memoria con la indómita fatalidad dramática del Elegido. Había, también, una permanente sensación temblorosa en cada estallido dramático: el presentimiento de un cine que escondía un montaje de emociones reprimido. Era una película con una sobrecogedora capacidad de identificación en la que tecnología y humanidad se remediaban a través de verdad y emoción. Después, vinieron dos secuelas atravesadas por la confluencia de la industria cultural y la imagen fascinada. Persistía el punzante miedo de dos creadoras que, en el circo visual de su espectáculo, intentaban equiparar la mirada de la máquina cinematográfica con la mirada humana. En la génesis del amor entre Neo y Trinity se abría una religión para no iniciados o credo para iniciados en la fe del amor quizá como mesianismo que aniquila a su Mesías: ¿qué es amar salvo ver al Otro en el Yo/mirar al Yo en el Otro? Religión no supremacista, pues las hermanas Wachowski cincelaban en cada set piece —maravillosas coreografías de cuerpos imposibles que se abolen en el espacio— el mandamiento de que amar es ser arrastrado: cine que exploraba las leyes del corazón fundadas en la materia del sentimiento.

Esa realidad virtual persistente generó uno de los corpus teóricos y analíticos más extensos del audiovisual del incipiente siglo. No me interesa teorizar sobre él. Eran el amor y el miedo a no ser los motores de la que quizá es la única dualidad permisible en el universo de Matrix: la sensación de asombro a partir de la nula sensación de ridículo, ¿por qué tener miedo a provocar la risa con la fascinante solemnidad inocente de que el amor puede con todo? Todo en Matrix era imaginería infantil en el mejor sentido posible: la ingenuidad creadora suspendía las normas físicas, sociales y emocionales y rompía los códigos del cuerpo a golpe de secuencias tan desorbitadamente caras como representativas de una ambición expresiva. Años después, queda claro que quizá la única forma de vencer las lógicas del capital era llevando sus recursos al límite a través de esas ridículamente —hackeen la valencia negativa del término— solemnes e ingenuas celebraciones del amor como mediador tecnológico inmutable —pienso, ¿es el amor la primera y última tecnología que media la realidad? —.

Matrix

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II

En 1801, Chateaubriand publica Atala. Novela que anticipa el Romanticismo cuyo dominio del lenguaje poético enmascaró, de manera sutilísima, las inquietudes de un autor quien, tras la muerte de su madre y el exilio de la Francia revolucionada, se refugió en el catolicismo de la infancia y en su estancia en América. Crónica de dos amantes — Chactas, un natchez, y Atala, mestiza de educación cristiana— conectados por el determinismo fatalista y romántico. Tras una travesía por el desierto son atendidos por el misionero Aubry y caen enamorados. Sin embargo, Atala prometió castidad a su madre previo juramento y, aunque el misionero promete redención previa conversión, la mujer se suicida envenenándose. Atala es un ejemplo de código fuente de su época —consulten el podcast adjuntado para ahondar en el término—. Obra que fue un evento, cautivó a lectores de todo el mundo e inspiró buena parte de la producción literaria romántica. Asimismo, su recepción fue tan ambivalente como es de esperar en toda obra que engrosa la cultura popular. Chateaubriand incurría, sin disimulo alguno, en un supremacismo cristiano que garantizaba la igualdad absoluta. Realizó un ajuste de cuentas, sin inconvenientes de ningún tipo, contra los philosophes franceses, clase de intelectuales ilustrados que tan pronto criticaban las supersticiones católicas y los dogmas feudales como abrazaban el progreso fundado en una visión deísta de la realidad; es decir, la supuesta razón y la experiencia personal bastaban para aprehender el mundo. Ideas que, una vez extinguidos, reaparecería en el racismo científico que, presuntamente, tan bien reflejó el progresismo de su presente.

No sé si el mundo estaba listo para la obra de Chateaubriand. Novela que atacaba el estereotipo del “buen salvaje”, que era contradictoria sin pudor alguno y que, al mismo tiempo, presentaba un uso del lenguaje tan preconizador como fecundo. Lilly Wachowski sí lo sabe respecto a su obra cuando afirmó que el mundo no estaba listo para comprender la metáfora trans de Matrix. Podría ser cínico y equipararlo a las declaraciones de Adam McKay afirmando que quien no disfrute de su último trabajo se debe a una falta de comprensión. No lo seré, y si me interesa el impacto de Chateaubriand es porque, además de su carácter de código fuente de su presente, se funda en una idea muy próxima a Matrix: el amor es el material con el que se crean mundos. Fue un error de interpretación y traducción —o, si somos muy mal pensados, censura propia del protocolo moral de su tiempo— el que dejó fuera de la primera traducción de la obra determinados pasajes clave de Atala. Concretamente, la sugerente idea de cualquiera puede ser Dios si persevera en su amor. Hay un fragmentito en la obra original —recuperado en el maravilloso estudio de Marta Giné Janer— que reza “la solitude et l’amour l’égaleraient à Dieu même” —burdamente traducido como “la soledad y el amor serían iguales a Dios mismo”—. Esta omisión deja a un lado la búsqueda de un apoyo espiritual que movía a Chateaubriand y que le hizo defender un antropocentrismo cristiano y romántico —una herejía en tiempos de Eckhart cuando el teólogo afirmó aquello de que Dios también necesita al hombre—.

Matrix Resurrections

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III

Perseverar en un amor que puede ser Dios es una idea tímidamente escondida en la trilogía original y que en Matrix Resurrections (The Matrix Resurrections, Lana Wachowski, 2021) se celebra con la seguridad discursiva de una creadora que, ahora sí, ha dejado atrás su punzante miedo a no ser. Como en Atala, el carácter popular de la saga ha generado tantas lecturas como reapropiaciones y, como ya sabrán, la película, en su condición de metaficción que sabe imposible resignificar el pasado, se ríe de todas y cada una de esas lecturas. Estimo que no es necesario añadir una lectura que redunde en lo ya explicado —basta leer la crítica de Elisa McCausland y Diego Salgado 1, entre otras—. Ya se ha discutido el carácter ensayístico de la película, su forma de enterrar el carácter catártico de las anteriores entregas, el carácter irreverente de su propuesta contra el capitalismo industrial y la superación de todo dualismo antagónico, resumido por Adrián Viéitez en su reseña de Letterbox 2 “abandonar por fin el propósito de emancipación del hombre frente al poder para colocarle un espejo en frente al poder mismo”.

En su hilo de Twitter 3, Ignacio Pablo Rico señalaba que quizá Lana Wachowski había decidido ignorar la reapropiación y el impacto de la primera entrega. Al margen de las reacciones que suscitó, nacidas probablemente de una estirpe sintética de frenopáticos que no han leído a Lope de Vega —por citar algo, sic.—, quiero quedarme con la manera en la que la película usa la premisa del amor creador para construir una revisión del universo de Matrix. En la trilogía original huir de la realidad virtual era un exilio humanista dado el diseño inteligente, aleatorio y artificial de la realidad virtual. El amor implicaba una conquista de lo real por medio de la aniquilación del artificio de la libre elección. En la nueva entrega, una cuestión tan estimulante como conflictiva es la posibilidad del diseño humano y guiado de Matrix: en la ficción a través de sus personajes y en la realidad a través de la propia directora. En ese sentido, Matrix Resurrections es un universo plenamente controlado, guiado y maniatado frente a la ambigüedad dubitativa de las primeras entregas. De este modo, la obra gana en claridad expresiva y en alcance dramático. La trilogía original era pura imaginería con guiones tan redundantes como embebidos de autorreferencialidad, frente a un guion actual que refleja las nuevas colaboraciones y la madurez de Wachowski como narradora. Sacrificar la imagen para vehicular un discurso que abraza uno de los ejes de la posmodernidad: la actualización del pasado por el presente. La saga abandona su carácter de Profecía prospectiva y especulativa para optar por un Evangelio que reescribe el rastro popular. Queda pendiente analizar hasta qué punto este Matrix Resurrections fracasa en su reflexión sobre los límites del remake y la reescritura frente a lo logrado por Hideaki Anno en Evangelion, otro ejemplo de saga reformulada. Aquí no hay un juicio valorativo negativo, aunque sí ilustra a la perfección lo que Yago Paris, en su texto canónico sobre el blockbuster 4, articula como transición de la imagen-espectáculo a la imagen-discurso: del presente representado en espectáculos al presente simulado en discursos visualizables.

Puedo abandonarme y, de hecho, me he abandonado al discurso emancipador, romántico y multilingüe de la película. Qué menos que, en tiempos de holocaustos emocionales, alimentar la autoindulgencia y sentir que el amor verdaderamente puede con todo. Decía Paul Preciado en su tesis doctoral que la conversión de San Agustín es un proceso de transexualidad en el que se pasa de una economía del deseo lujuriosa a una de castidad. Es una idea muy resonante y esa economía del deseo también pivota en esta película desde un régimen contenido, aterido y restringido por resortes industriales a uno emancipado, liberado y celebrado. Es simplemente precioso ver a una creadora abrazar esta nueva economía del afecto y, pese a ello, que yo sepa, la compasión no es una categoría epistemológica suficiente. Sobre todo, cuando en una película que termina por romper las dualidades — máquina vs hombre, virtual vs realidad, amistad vs enemistad, etc. — se quiebra también la de la sensación de asombro vs sensación de ridículo. Hay tanta confianza en el control de su universo creativo que Matrix Resurrections se ríe de si misma solo para traicionar, hasta cierto punto, esa sensación de asombro fruto del espectáculo de la imagen que nos decía que no había nada de ridículo en romper tu cuerpo a través de un teléfono.

La película, en ese abrazo del amor creador, sigue construyendo metáforas, cuando quizá lo más interesante sería resistirse a todas esas metáforas de género e identidad que, en el fondo, solo consiguen realzar la jerarquía de valores dominantes en el mercado tardocapitalista. ¿Le estoy dictando a Lana Wachowski cómo representar su vivencia? No, simplemente indico, como persona de otra periferia —disculpen el exabrupto de mal periodista cultural—, echo en falta un espacio para la inconcreción, para la nada, para el vacío que no antagonice con una economía de género, orientación e identidad cuyo carácter simulado es tan conocido que hasta un cristiano devoto como Chateaubriand supo apresarlo. Todo es tan hipervisible y ultrasincero que uno se pregunta si esta nueva realidad virtual es una actualización de la anterior.  Decía Ali Rattansi 5 que los multiculturalistas — y todos los multialgo— frecuentemente presentan visiones simplistas de culturas e identidades étnicas como unidades homogéneas, estáticas y esenciales. Fragmentan sociedades en ensaladas con culturas mezcladas de forma intacta y piensan que todo prejuicio puede arreglarse educando sobre otras culturas de forma relativista y superficial.

Pienso en esas palabras y siento que quiero creer en esta Matrix y, sin embargo, persiste en mí la impresión de que la película se maquilla con una falsa conciencia del impacto de la saga, un cierto cinismo respecto al impacto que supuso y una capa de simulacro experiencial, como si la vivencia de todo un grupo social detentara los derechos de sus distintos integrantes. Pese a ello, tragar una u otra pastilla se ha revelado como una falsa dicotomía. Así, quizá pueda engañarme en ese vuelo suspendido de Trinity y Matrix, en su preciosa forma de fundirse arrebolados frente al sol, en medio de un cielo que ya no esconde nada, calor que se siente aquí, una imagen que retengo porque cada estúpido gesto romántico parece nacido en las estrellas. Por momentos esta Matrix me hace querer volver a recordar lo que era regresar a una cierta idea de hogar, a una idea de lo que ser parte de las cosas. Volver a un estado donde no haya imágenes, ni tiempo, ni espacio, ni yo; en el instante en el que recuerde que la vida es un deseo que una y otra, una y otra vez, formulo para ser quien soy.

Matrix Resurrections

Matrix Resurrections

  1. MCCAUSLAND, Elisa y SALGADO, Diego. (2021). Matrix Resurrections. Sofilm. Disponible en: https://sofilm.es/matrix-resurrections/
  2. VIÉITEZ, Adrián. (2021). The Matrix Resurrections. Letterbox. Disponible en: https://letterboxd.com/adrianvieitez/film/the-matrix-resurrections/
  3. RICO, Ignacio Pablo. (2021). Hilo de Twitter disponible en: https://mobile.twitter.com/IgnacioPRico/status/1475745242620084226
  4. PARIS, Yago. (2019). De la imagen-espectáculo a la imagen-discurso. Disponible en: https://www.elantepenultimomohicano.com/2021/03/especial-siglo-xxi-de-la-imagen.html
  5. RATTANSI, Ali. (2011). Multiculturalism: a very short introduction. Reino Unido: Oxford University Press.
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Comentarios sobre este artículo

  1. Alguien que vio Matrix en el 99 dice:

    La película es una castaña. Comparada con la original es mala como ella sola. Decir más es poesía, pajarillos en el cielo y más tonterías que podría decir.

  2. Mak dice:

    Creo que el articulo ha requerido más trabajo que el que invirtieron en el guión.

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