Men don’t cry y Arrhythmia
Heridas que no cesan Por Manu Argüelles
Pisamos por primera vez el festival de Karlovy Vary. En la dinámica de asistir a festivales me sentía con la necesidad de hacer una especie de reseteo. De volver al punto de partida. Siempre he buscado que sea una cita que propicie el descubrimiento, que me permita ampliar mi horizonte personal. En los festivales españoles eso es cada vez más complicado (no hablo de los especializados como Punto de Vista o el S8), cuando buena parte de su programación principal está hipotecada por lo que las distribuidoras del país han comprado. Si uno realiza la operación de ver solo aquellas películas que no tienen prevista fecha de estreno, se encontrará que el margen es cada vez más reducido. En mi recorrido cinéfilo siempre me ha interesado añadir nuevas experiencias. Aspectos como el estatus, el reconocimiento o que lo que escriba tenga gran alcance es algo que ahora mismo no está entre mis prioridades. Si viene, bienvenido sea. Pero a estas alturas y con mi edad ya no estoy para forzar la máquina. He vuelto a pensar esta noche en Hedwig and the angry inch (2001). Mi lugar en la comunidad crítica es el mismo que el de ella en el mundo de la música. Pero con una diferencia: no lo vivo con ningún malestar pese a las limitaciones que ello supone. Eso no implica que quiera mantenerme al margen del ecosistema, negaría todo contacto social y en mi caso es todo lo contrario. Circular por la periferia (incluso dentro del mismo evento) no significa que estás fuera de él. Solo que te mueves por sus márgenes.
Hablando de orillas, Karlovy Vary tiene la misma consideración (Festival A) que Cannes, Berlín, Venecia o San Sebastián. Pero su línea programática está volcada en ser el festival cinematográfico más importante o de referencia de la zona (todo lo que no es Europa occidental: Centroeuropa, Europa del Este, los Balcanes, Turquía y los países de la antigua URSS). Es decir, es un festival muy localizado geográficamente. Y de ahí mi interés porque son cinematografías con escasa penetración en nuestro país.
Su Sección Oficial, en ese sentido, es de bajo perfil (no cuenta con grandes nombres, porque incluso los autóctonos estrenan antes en Cannes o Berlín). Además, está bifurcada entre ficción y documentales. No se observa en su línea ninguna película seleccionada para invitar a la estrella internacional de turno. Ese aspecto de reclamo lo vehiculan mediante los premios honoríficos o con películas de otras secciones. De esta manera, preservan la integridad de su escaparate principal y no lo comprometen en beneficio del glamour. Si en la Oficial tienen cabida películas de cualquier procedencia, aunque se centran en lo próximo, no es así con la segunda sección más importante: East of the West. Directores debutantes o con su segundo film pero aquí sí, solo de las zonas anteriormente comentadas.
Se completa la programación hasta con 9 secciones más no competitivas. Las más golosas son Horizons y Another View, similares a las Perlas de San Sebastián que es de aquí de dónde me doy regalos. Films que ya han sido proyectados en otros festivales y que, por tanto, los acercan a su público local. Pero los he dejado supeditados siempre a los dos contenedores principales del festival. Es la película que suelo planificarme para cada noche, salvo el primer día ya que no se proyectaron películas de las Secciones a competición.
Veremos a continuación que, en el arranque de la Sección Oficial, desde la producción bosnia y rusa existe cierta conexión en su énfasis en la descripción anímica de la desorientación masculina, hombres en crisis que buscan y necesitan una sintonía con su entorno pero que en aspectos como la convivencia con el prójimo o la comprensión del punto de vista diferente resultan escaladas empinadas, tortuosas y difíciles para unos sujetos que, definitivamente, han perdido las propiedades masculinas y en consecuencia seremos testigos de cómo dicho extravío lo viven con una histérica neurosis.
Men don’t cry / Muškarci ne plaču
Director: Alen Drjlevic. Bosnia y Herezgovina, Eslovenia, Croacia y Alemania. Seccion Oficial – Competicion.
Nos comentaba una chica de Cineeuropa que a ella le había gustado, dado que reflejaba perfectamente la situación actual en la península balcánica. Las diferentes culturas que allí habitan siguen sin mezclarse, las tensiones entre bosnios, croatas, serbios y musulmanes siguen presentes. La diferencia entre multiculturalidad e interculturalidad. Ese aspecto proyectivo del film de Alen Drjlevic, esa instancia como radiografía sociológica de un territorio geográfico es algo que por fuerza solo pueden certificarlo quien sea de allí o que lo conozca bien. Justamente, ese desarme de recursos o no poder contar con un background en el que te acolches como zona de confort es lo que a mí me interesaba volver a experimentar. Por decirlo de alguna manera, volver a un estado de inferioridad o de precariedad para que justamente las capacidades perceptivas vuelvan a estimularse. Sentirme como el eterno amateur.
Viendo Men don’t cry es fácil advertir las intenciones de su director y podríamos llegar a las mismas conclusiones a partir de lo que nos ofrece el largometraje. Un film debe tener esa posbilidad de comunicación más allá de que la descodificación pueda ser mucho más completa por parte de alguien que conozca perfectamente de lo que se está hablando. Su planteamiento es diáfano. Ubicados en un hotel completamente aislado en las montañas, una serie de veteranos de guerra del conflicto de los Balcanes en los años 90 participan de un programa terapéutico en el que están obligados a convivir y a relacionarse entre ellos bajo la conducción de un psicólogo. Como es previsible el entendimiento no será tan fácil y los conflictos emergerán, una vez que la maquinaria del psicodrama diegético entre en funcionamiento. En esta estampa coral, sin embargo, Alen Drjlevic jerarquiza a sus personajes, algo que entra en clara contradicción con las buenas intenciones que trata de atesorar. Son varios los personajes que forman parte de las sesiones intensivas pero no todos cuentan con el mismo peso dramático. Algunos incluso parecen puramente ornamentales, para hacer bulto, como se dice coloquialmente. Se comprende que en términos de verosimilitud cuente con un círculo de personajes pero si después se opta por priorizar a algunos en detrimento de otros se está adulterando el mensaje de tolerancia e igualdad que se trata de transmitir. Sorprendentemente, tampoco quiere prescindir de los estereotipos, de los clichés y de las convenciones, algo que afea muchísimo. Pongo un ejemplo, sin entrar en muchos detalles. El trauma del personaje serbio, frente a los otros dos conflictos psicológicos que se exponen, es el único que está relacionado con el acto de matar. Es decir, se perpetúa la versión del relato oficial, aquello que ha quedado sedimentado en el imaginario popular tras tantos años de la contienda bélica. Los serbios como los villanos despiadados y desalmados. Cuando sabemos perfectamente que en una guerra la barbarie tiene el mismo signo en todos los frentes. Ello no es óbice para que el director cargue contra su personaje. Pero a estas alturas sería más recomendable prescindir de posturas seguidistas de lo que ya nos han contado y plantearse el ejercicio sano de cuestionarlo.
Esta timidez o esta renuncia a querer entrar a fondo en el meollo de la cuestión también se adhiere a su propia dramaturgia. Cuando establece el psicodrama como estrategia del psicólogo para ayudar a los antiguos soldados, Men don’t cry no consigue escapar de un mecanicismo narrativo que acaba devaluando el interés. Y resulta más pobre todavía cuando quiere ofrecer como solución la incorporación de escapadas del espacio del hotel (la visita a un monumento o el funeral de la madre de uno de los personajes). Ni siquiera se atreve a jugar a la carta de la claustrofobia y sortear el riesgo de un espacio único y su correspondencia con una narrativa teatralizada.
Porque, en realidad, lo que parece interesar al director ya queda patente en el título de la película. La galería que se nos muestra es un buen pretexto para desarticular la masculinidad. El hombre que sufre queda feminizado. Precisamente, los personajes evidencian una pérdida de sus atributos de virilidad cuando se remarca en varias ocasiones su regresión a un estado infantilizado. Tras el conflicto, como ya hemos visto con frecuencia en el cine norteamericano a partir de los veteranos de Vietnam y su vuelta a casa, no han podido encauzar sus vidas, aunque Alen Drjlevic tampoco prefiere profundizar mucho en ello. Se habla de una herida que nunca se cierra, tanto en sus personajes como en la propia sociedad, en similar equidistancia con el cine de la posguerra española. Y se cuestiona, aquí sí, el estatuto de lo masculino y se apuesta por la legitimidad de que el hombre pueda expresar su dolor sin que ello comporte una connotación negativa, o sin que quede comprometido con aquello que se espera tradicionalmente de un hombre. Posiblemente, entiendo que en el cine bosnio sea necesario afirmar este discurso que cuestione la hombría de lo masculino, algo que también ha sido ampliamente tratado.
Su atonía formal como una expresión de la neutralidad del mismo psicólogo (él es esloveno) acaba extendiéndose de forma perjudicial a las arterias de un cine que merecía un mejor enfoque.
Arrhythmia / Aritmiya
Director: Boris Khlebnikov. Rusia, Alemania y Finlandia. Seccion Oficial – Competicion.
Si Men don’t cry es obra de un director debutante (directores noveles y atrevidos hoy en día parecen casi como los unicornios; menos mal que More que también hemos visto aquí lo desmiente), no es el caso de Boris Khlebnikov, firmante de Arrhythmia. Su anterior film, por ejemplo, A Long and Happy Life (Dolgaya schastlivaya zhizn, 2013) participó en Berlín y en España se pudo ver en el D’A. Pero, por desgracia, con Arrhythmia no parece que la experiencia sea un grado. La película se alinea con largometrajes como The Fool (Durak, Yuri Bykov, 2014) o el prestigioso y excelente Leviatán (Leviafan, Andrei Zvyagintsev, 2014). Hablamos de un realismo sucio y miserabilista que evita la codificación excesiva del drama social al estilo de los Dardenne y que pone sobre el tapete la ruindad moral y la pérdida de valores en la Rusia contemporánea. Una putrefacción que parece extenderse como un cáncer en un país que todavía no ha procesado la ausencia de ideales y la (artificial) grandeza cuando estaban inmersos en el régimen socioeconómico y cultural del comunismo. El capitalismo en su versión del neoliberalismo salvaje, según parece a partir de lo que vemos en el cine, ha desenmascarado definitivamente una corrupción que siempre estaba inscrita dentro del armazón institucional y ha acentuado las desigualdades sociales hasta extremos agudos. Arrhythmia, a partir del trabajo de su protagonista, un paramédico que atiende urgencias, se hace partícipe de esta línea crítica pero no es tan frontal y directa como las anteriores películas citadas. El clima anímico se transmite a partir de los pacientes que va atendiendo y la deshumanización de las instituciones viene encarnada a partir de un nuevo programa de atención que quiere implantarse en la sección sanitaria de la que depende Oleg (Alexander Yatsenko). Con la excusa de una mejor eficiencia (no pueden estar más de 30 minutos con cada llamada a urgencias) en realidad lo que se acaba demostrando es que importan poco o nada los enfermos, algo a lo que Oleg se enfrentará.
Pero la película también es la crónica de una desintegración de una pareja y un proceso de redención (el de Oleg, porque en todo momento el punto de vista fílmico siempre es el masculino). Para que el film quede bien cohesionado el planteamiento de Okhlebnikov es muy interesante, ya que cada paciente que Oleg atiende se corresponde metafóricamente con el estado emocional que en ese momento vive la pareja, dado que Katya (Irina Gorbacheva), al principio del film, le pedirá el divorcio (por WhatsApp, además). No obstante, si este punto de partida resulta prometedor, la gestión fílmica adolece graves problemas estructurales. No tengo ninguna objeción con la dispersión o la difuminación narrativa cuando se corresponde con una razón de ser, cuando es una necesidad orgánica. En ningún momento requiero un fuerte sostén narrativo, pero en Arrhythmia este efecto espejo entre el drama social y el drama romántico sí que demanda cierto concierto y una concisión, porque lo que acaba sucediendo es que el retrato sentimental acaba desdibujado y desgraciadamente se pierde la atención, tanto por una parte como por la otra, episodios que se acumulan pero que pierden su fuerza expresiva. Es meritoria la ambición con la que ha querido encarar su film pero me pregunto hasta qué punto necesita legitimarse con el cariz de denuncia y si no hubiese sido más idóneo haber concentrado las energías en la relación de pareja, sin que eso implique la sustracción de la otra esfera. Por ejemplo, dar voz real al personaje femenino y no hacerlo tan dependiente de la perspectiva masculina. Ya que en caso de que exista cierta transferencia del director con Oleg (es algo que se puede barajar) la cosa acaba quedando muy ombliguista y narcisista, aunque no lo parezca, porque su personaje empieza de una forma que justifica con creces que su mujer no quiera estar con él.