Mi perfecta hermana
¿Ha pasado algo? Por Fernando Solla
Uno deja de comer porque está muy lleno
O muy vacío
El D’A 2016 ha compartido dentro de la sección Talents – Fuera de competición el debut en el largometraje de la realizadora y guionista sueca Sanna Lenken. La película se convierte en un logrado intento de examinar lo que significa pasar de la edad infantil a la adolescencia y el juicio intransigente y cruel (muchas veces de uno para sí mismo) que supone ser valorado por nuestro aspecto y no por nuestra verdadera identidad. La autora se basa en una experiencia personal y localiza el conflicto en la relación entre dos hermanas.
Uno de los principales aciertos de la propuesta es que el núcleo del conflicto no será el trastorno alimenticio de Katja (Amy Deasimont) sino cómo afecta esta situación a la configuración de la incipiente personalidad adulta de Stella (Rebecka Josephson), verdadera protagonista de la cinta. La focalización en su punto de vista es la clave para que Mi perfecta hermana supere cualquier barrera de defensa contra el rechazo que pueda representar para el espectador una situación que en muchas ocasiones nos negamos a aceptar. El análisis fílmico de la relación, a medio camino entre la intimidad y a la alienación, de las dos hermanas avanza a través del humor y la compasión. La resolución resultará tan honesta, como profunda y afectuosa.
La interpretación de ambas actrices resulta ejemplar y esto es un claro reflejo de la habilidad narrativa de Lenken, que muestra una capacidad asombrosa para convertir en relato cinematográfico un argumento que (más allá de sus orígenes reales y de la implicación personal que conllevan) supera cualquier banalización del drama hasta convertirse en un retrato accesible pero severo de la situación. Los diferentes estratos del proceso sentimental de la más pequeña pasarán por el excelente trabajo de Josephson, que mostrará tanto severidad como violencia. Crueldad, intolerancia e intransigencia que finalmente se tornarán en comprensión, disculpa y, lo más importante, rechazo. No hacia la figura de su hermana, sino hacia el modelo de conducta que ejemplifica, convirtiéndose su experiencia en escalón inestimable para su negativa a perpetuar la victimización de su predecesora y configurar su verdadera identidad y capacidad para mostrarse ante el mundo sin filtros impuestos por ningún factor externo a su persona.
De nuevo nos encontramos con la incógnita de la verosimilitud, disyuntiva que en Mi perfecta hermana no resulta como tal. El guión de Lenken se preocupa por contextualizar la historia a medio camino entre el ámbito familiar y el educativo, tanto colegial como extraescolar. ¿Qué sucede para que una joven y prometedora patinadora se obsesione hasta el extremo con mejorar un cuerpo que muchos calificarían como perfecto hasta estropear no sólo su físico sino cualquier oportunidad de continuar con la práctica de ese ejercicio? ¿Es una calificación, independientemente del juicioso criterio con el que haya sido adjudicada por el profesorado, un impulso motivador o la manifestación de una derrota? ¿Es posible que una niña consiga a su manera y sin heroicidad alguna, a través de la frustración y la impotencia, movilizar a todos los que la rodean para evidenciar que algo no funciona? ¿Qué ha pasado?
A nivel fotográfico, el trabajo de Moritz Schultheiß se sirve de la reiteración de dos recursos presentados en alternancia para matizar el carácter envolvente de la enfermedad. No tanto con la finalidad de un análisis clínico de la misma, sino en el impacto que provocan en Stella. La pista de patinaje se convertirá en un verdadero infierno para ambas hermanas, pero la filmación de los entrenos se realizará con una planificación tan enfermiza como la obsesión de Katja. Los efectos fotográficos, sin embargo, plasmarán la reacción en la hermana sana. Los planos cerrados y estáticos, en ocasiones asimilarán su encuadre al punto de vista (altura y velocidad) de la protagonista, que se verá sobrepasada por su hermana. Del mismo modo, cuando la pequeña se vea saturada por la situación, la imagen parecerá difuminarse ante sus ojos. Este recurso, normalmente utilizado cuando un personaje enfermo se va a desvanecer, marcará aquí la desconexión de Stella del mundo que la rodea.
Finalmente, el montaje de Hanna Lejonqvist secuenciará la trama de tal manera que, sin renunciar a mostrar el arraigo de la enfermedad, hará avanzar la configuración de la personalidad del personaje interpretado por Josephson. Sin ninguna filigrana explícita, pero con un uso sobresaliente de la elipsis, la película se desarrollará como si del diario que escribe Stella se tratase. Abriendo y cerrando el largometraje con planos similares sobre actividades iguales para mostrar el asentamiento de la fortaleza de su carácter. Enfocando los enfrentamientos familiares, así como los cambios de humor de la hermana mayor sin ninguna progresión o justificación aparente, asimilaremos la primera persona y el posicionamiento de la mirada de la más pequeña.
Por la capacidad de Sanna Lenken para desarrollar un discurso a través de las imágenes, evitando caer en la monotonía del sermón o la disertación basada en el lenguaje oral, así como por su talento para dirigir a los actores más pequeños aportando recursos para que las interpretaciones no sólo transmitan espontaneidad sino que se conviertan en los cimientos estructurales del largometraje, este filme resulta preciso e ineludible. La asertividad demostrada por la autora, además de su distanciamiento de la experiencia personal en favor del resultado cinematográfico, aportan un ejemplo de ética comunicativa y de integridad profesional poco habituales cuando se tratan temáticas similares. Mi perfecta hermana se convierte en un punto de encuentro entre dos caminos que no deberían divergir. En primer lugar, una toma de impulso hacia la capacidad de manifestarse con franqueza y confianza individual en la edad adulta. Al mismo tiempo, un retorno a una edad en la que asentamos las bases de nuestra personalidad y nuestra manera de ver y entender el mundo que nos rodea. En ambos casos, de nuevo, una misma pregunta para dilucidar el motivo de nuestro particular cruce de caminos: ¿qué ha pasado?