Mia Madre

Moretti entierra a su madre con todos los honores Por Enrique Campos

¿Eres de esos autores que entienden como un acto ombliguista, quizá perezoso, quizá hasta impúdico poner demasiado de ti mismo en tus obras? ¿Como si el material autobiográfico no fuera digno de ver la luz del día? ¿Como si fueras menos autor si alimentaras tus obras a base de vivencias y experiencias propias? Te equivocas, autor. Te equivocas. O bien eres muy poco autor o bien olvidas que toda ficción pasa por el tamiz de ese amigo gris y esponjoso que tienes dentro del cráneo. Siempre hay autobiografía, querido autor. Siempre.

Nanni Moretti no sólo no es como tú ni siente pudor por esas cosas, Nanni incluso se atreve a hablarle a la cara al espectador. No hay pantalla entre él y tú, o nosotros. El Moretti cómico, el político, el escritor de dramas desarmantes. Muchos Moretti y en realidad uno solo, un director que vuelca sus miedos en el papel en blanco. Y sus desprecios, y la infinita estupefacción ante un mundo absurdo y, las más de las veces, ruin. Las plumas poco dadas al análisis, que nunca faltan, le cuelgan el sambenito de Woody Allen a la europea, porque “siempre hace de sí mismo”, como si las diferentes idiosincrasias Brooklyn-Trento no importaran un pimiento. ¡El hombre ni siquiera se cambia de ropa cuando permuta entre director y actor! Es el Woody Allen europeo. Una genialidad deductiva, pero no fue así como bajamos de los árboles.

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No, Nanni Moretti no siempre “hace de sí mismo”. Moretti es un flacucho aquijotado que ha disparado con bala al capo Berlusconi –El caimán-, que ha imaginado a un Papa con problemas de vocación, a la fuga –Habemus Papam-, y que lo ha hecho desde el centro del imperio romano, donde conviven el dios del Vaticano y, por encima de él, el dios de las fiestas bunga bunga. Esos son berenjenales en los que Woody prefiere no meterse. A Woody no le interesa casi nada que no sea Woody, a Nanni, aun poniendo por delante su barba perenne, sus pantalones de pana y su jersey rojo, le interesa casi todo lo que no sea Nanni.

Y llega la gran paradoja, la que desmonta esa noción de director hiperrealista y autocomplaciente. Esta Mia Madre. Moretti ya enterró a un hijo imaginario –La habitación del hijo– y se colgó los galones de padre devastado, pero ahora que entierra a su propia madre traspasa los galones a Margherita Buy, quizá porque la sabe una actriz gigantesca, algo a lo que él no puede aspirar, o quizá porque necesitaba guardar una distancia prudencial con el dolor para sacar adelante el proyecto. Se reserva un papel pequeño y transversal. Tenía que estar, pero nada más.

¿Quién, o qué es Buy en Mia Madre? Una directora de cine, por supuesto; como aquella Jasmine Trinca de El Caimán (Il caimano, Nanni Moretty, 2006). La cabra suele tirar al monte. Margherita es una directora que alterna un rodaje infernal con las visitas al hospital para atender a una madre que se extingue despacio pero sin pausa. Podría ser el Moretti que rodaba Habemus Papam (Nanni Moretti, 2011) consciente de que la profesora de Lengua que le dio la vida se apagaba, o ese rodaje tormentoso puede no ser más que un recurso. Pero es irrelevante. Uno tiene que hacer lo que uno tiene que hacer y los nubarrones laborales de Margherita llevan al choque de trenes entre el proceso creativo y la erosión de la pérdida. Buy no puede estar en lo que está, y cuando está no sabe lo que quiere. También siente que no hace lo suficiente por acompañar a la madre; tiene la impresión de que todos, amigos, ex alumnos, su hermano, han tendido lazos más consistentes que ella con la matriarca. La ilusión de la culpa que a todos nos ataca tarde o temprano.

En lo formal, sin noticias en el frente. Moretti es enemigo feroz de la rimbombancia y la “decoración” excesiva. Las mayores licencias que se toma a ese respecto llegan atadas a su exquisito gusto musical, pero si hacer sonar a Leonard Cohen es un pecado de vanidad iremos todos con gusto al mismo infierno. Ese es su único techo artificial. Por debajo, todo transcurre con la cotidianidad que hemos aprendido a esperar de este artesano de la socarronería. En su cine la gente habla como la gente, llora como la gente y vive en casas de gente. Ni la inopinada presencia de un John Turturro salido de madre –exigencias de un guion que le exigía a él- mueve un centímetro el cuadro más sentimental de Moretti hasta la fecha. La habitación del hijo (La stanza del figlio, Nanni Moretti, 2001), aunque ardiera en el pecho, era la historia de un principio, Mia Madre es la historia de un final, de un “¿y después qué?”. Con esa pregunta nos deja, porque Nanni no tiene la respuesta. O sí… Después… Después hacemos otra película.

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