Mientras seamos jóvenes
El fantasma de la juventud Por Mireia Mullor
HILDA. — En este caso, creo que sería mejor salirle al encuentro, y abrirle la puerta de par en par.
SOLNESS. — ¿Abrirle la puerta?
HILDA. — Y dejarle entrar en casa.
SOLNESS. — No, no, no; la juventud... es la expiación. La juventud avanza ya tremolando una nueva bandera.
Las primeras frases de Mientras seamos jóvenes no son habladas, sino escritas. No es una cita sin importancia en la esquina derecha de la pantalla, sino un diálogo procedente de The Master Builder, obra de teatro escrita por el noruego Henrik Ibsen a finales del siglo XIX. El diálogo entre los personajes ficticios de Ibsen, Hilda Wangel y Halvard Solness, y que se nos muestra manuscrito blanco sobre negro sin más explicación en esos primeros segundos del film, saca a relucir una de las ideas principales de lo último de Noah Baumbach: la inevitable llegada del fantasma de la juventud.
Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts) son una pareja de cuarentones a los que no tener hijos les ha dejado sin tema de conversación con sus amigos habituales, prototípicos padres primerizos convertidos en personas monotemáticas. Todo cambia para la pareja protagonista cuando conocen a un matrimonio muy joven que vive con intensidad y que son, en definitiva, todo lo que ellos ya habían dejado atrás. Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried) se meterán de lleno en su vida para hacerles revivir el carácter jovial que habían perdido, pero sobre todo para recordarles los objetivos que algún día se marcaron y que con el paso de los años han ido abandonado por la comodidad de la rutina. Ahora bien, hablando de uno de los directores más fascinantes del panorama indie norteamericano, este argumento no podía ser tan sencillo.
De hecho, lo primero que sorprende de Mientras seamos jóvenes es su interesante aura de documental. No por la veracidad de sus personajes o situaciones, que son más bien surrealistas, sino por su capacidad para reflejar los comportamientos de jóvenes y adultos frente a la tecnología e incluso los comportamientos entre ambas franjas generacionales. Además, Baumbach plantea, de forma transversal en la trama de la película, un debate sobre la ética del documentalista. El personaje interpretado por Ben Stiller es, en efecto, director de documentales, y es en su confrontación de ideas con el también documentalista (pero veinte años más joven) Adam Driver donde los límites de la manipulación son puestos a discusión. Y es que, en contra de lo que se podría deducir de primeras, con la aparición de la tecnología e internet, la falsedad se ha vuelto más fácil y convincente (aunque, por suerte, con las piernas muy cortas).
Lo que está claro es que Mientras seamos jóvenes plantea muchas preguntas, y no responde a ninguna de ellas (buena muestra de ello es su final)…
… hecho que enriquece de forma considerable un film con muchas cosas que contarnos sobre nuestra realidad cotidiana actual.
A parte del juego ambiguo de incógnitas sin resolver, Baumbach juega a documentar un triángulo, vicioso pero no amoroso, entre tres parejas en diferentes estados vitales. Como decíamos, la pareja protagonista representa un estancamiento entre una pareja joven y un matrimonio con hijos, ese vacío existencial al que la sociedad relega a los desviados por no seguir las convenciones sociales cuando tocan. Otra pareja complementaria, juvenil y alocada, que pese a representar la modernidad buscan lo antiguo, lo vintage. Son veinteañeros sin preocupaciones. Por último, la pareja secundaria que representa la consumación del matrimonio y la entrada en el fabuloso mundo de la familia (los amigos de Josh y Cornelia). El acierto de Mientras seamos jóvenes es sacar a relucir los pros y contras de todas ellas, a través de la inigualable vis cómica de Baumbach, estableciendo un divertido triángulo de encontronazos y diferencias, pero con una cosa en común: el amor y la convivencia en diferentes etapas de la vida.
Porque, detrás de toda esta bruma de temáticas que hemos ido mencionando, ese es el tema primordial de la película: la vida, la pasada y la que queda por acontecer. Es aquí donde la juventud (divino tesoro) cobra importancia. El qué significa ser joven.
Baumbach despliega en esta suerte de ensayo que es Mientras seamos jóvenes todas sus habilidades para la comedia a través de un discurso que no solo habla del relevo generacional.
Porque también habla del tipo de generación que está por llegar, heredera del postureo más retro y la búsqueda de la espectacularidad. Aquí el director actúa dispuesto a diseccionar una nueva juventud que se ha definido como hípster y que ha vuelto al pasado: vinilos, juegos de mesa, jugar en la calle, máquinas de escribir, casarse por la iglesia… En uno de los momentos más irónicos del film, se contraponen, en una elocuente secuencia de montaje, todas estas prácticas utilizadas por la pareja joven con las de los adultos: iPad, smartphones, videojuegos, música digital. Este es el momento en que la burbuja en la que ha vivido el espectador durante la primera parte, la misma que Josh y Cornelia, explota para dar paso a un discurso más complejo, más difuso y encantadoramente perturbador. El fantasma de la juventud que viene a golpear con fuerza la puerta de entrada, como explicaba Ibsen en su obra.
“Siempre nos preguntamos cómo íbamos a ser de mayores y mira, como todos los demás” dice el personaje de Naomi Watts en uno de los momentos del film. La nostalgia del pasado, la inestabilidad del presente y la incertidumbre del futuro se fusionan en Mientras seamos jóvenes para construir un discurso atrayente y, sobre todo, jovial. Quizás Baumbach ha querido abarcar demasiados temas, demasiadas preguntas sin responder, algo que aunque a priori sea una ventaja y un elemento que enriquece el visionado, difumina la verdadera naturaleza del mensaje. Pero, en realidad, ¿qué es la vida sino un completo caos?
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