Mirai, mi hermana pequeña

Raíces Por Damián Bender

Cuando era chico, más o menos a los cinco años de vida, estuve gravemente enfermo por una semana. Me aquejaba una enfermedad de extraña índole, que me impulsaba a devolver todo lo que comía, hacía que me doliera la cabeza, el estómago, todo. Mi madre me llevó al médico para saber qué me estaba pasando, para descubrir qué enfermedad tenía. El doctor me examinó de arriba abajo sin éxito, no parecía haber rastro alguno de virus o bacterias entrando en batalla con mi sistema inmunológico. El diagnóstico fue reposo, algunos medicamentos para aliviar el dolor de estómago y nada más. Al otro día estábamos nuevamente en la sala de espera y el especialista empezó a hacer otro tipo de preguntas: si había ingerido alguna cosa extraña sin supervisión parental o en el jardín de infantes —no era el caso—, si hubo algún cambio reciente en la vida cotidiana, un evento que pudiera haberme afectado psicológicamente. La respuesta a esta pregunta yacía en los brazos de mi madre, en profuso sueño. Mi hermana tenía apenas semanas, pero sin saberlo lo había cambiado todo. Tras esta visita en la que los adultos comprendieron cuál era la problemática, aparentemente la misteriosa enfermedad desapareció con la misma espontaneidad con la que vino en primer lugar. Digo “aparentemente” porque no tengo recuerdo alguno de todo esto, es una historia que me contó mi madre y que todavía me cuesta creer aunque ella me diga que realmente sucedió, que los síntomas parecían muy reales. Un poco de celos y algo de psicosis mostrando el poder de la mente. Sobre todo celos.

 Mirai

Y de celos se trata Mirai, mi hermana pequeña, la nueva película del animador japonés más familiero, Mamoru Hosoda. Su premisa puede resumirse en pocas palabras: Kun, un niño de posiblemente 4 o 5 años, es testigo de la llegada de Mirai, su hermana recién nacida. La totalidad de la película abarca todas las fases de los celos hasta llegar a un estado de conciliación, de crecimiento no solo para Kun, sino para todos los miembros de la familia. La madurez, la formación de los individuos es uno de los temas centrales del cine de Hosoda: sus obras prestan especial atención a cómo la crianza afecta no solo a los niños sino también a los padres, cómo se generan los lazos afectivos y qué constituye en definitiva la definición de familia. En ese acercamiento a los valores de la crianza Mirai, mi hermana pequeña continúa transitando por el sendero de filmes como Wolf Children (Ookami kodomo no Ame to Yuki, 2012) o El niño y la bestia (Bakemono no ko, 2015), pero en esta ocasión el interés no se encuentra en la otredad, sino en las raíces.

En sus dos últimos largometrajes, las familias estaban marcadas por el rasgo de la diferencia. En Wolf Children teníamos una historia de crecimiento y aceptación sobre la crianza de dos niños lobo por una madre soltera —y humana—, en El niño y la bestia, la crianza de un niño humano está en las manos de una bestia de otro mundo. En los dos filmes, la conciliación de las características físicas que los diferencian con los lazos emocionales que los unen es el eje conductor, la clave sobre la que gira el relato. Además de ser una carta de amor a los roles de la madre y padre respectivamente, Hosoda puso sobre la mesa reflexiones sobre lo que constituye la definición de familia, reflexiones en las que la comprensión y el afecto se sobreponen a las concepciones tradicionalistas de la familia y sus lazos de sangre. Al menos en estas dos películas, es posible pensar en Hosoda como el complemento del cine de Hirokazu Kore-eda, que también reflexiona sobre la esencia de lo familiar desde una estética hiperrealista antitética a las fantasías animadas de su compatriota.

Mirai, mi hermana pequeña, en cambio, mira hacia adentro. Tras haber trabajado sobre familias atípicas, Hosoda enfoca su relato en una familia tradicional de clase media en la que no se divisan ni ausencias ni criaturas de extraña natura, sino que tiene una estructura clara —padre, madre, hijo, hija— y estable. Inmersa en los cambios de paradigma de la sociedad de trabajo, padre y madre trabajan: el primero en casa, la segunda fuera de ella. Este giro en la división de tareas es la única digresión del paradigma conservador de la familia tipo japonesa, digresión que es producto del nacimiento de Mirai y que requiere de un período adaptación no solo para el flamante hermano mayor, sino también para los padres. En medio, esta inversión de roles entre madre y padre, inversión que requiere de un inevitable período de ajuste, donde Kun debe asimilar que ya no es el consentido de la casa. Mientras sus rabietas y caprichos no encuentran respuestas positivas por parte de sus progenitores, Kun va a encontrar la ayuda más inesperada en el árbol del patio hogareño.

El árbol es el elemento mágico y simbólico del filme, una referencia clara a la línea genealógica con sus raíces extendiéndose por debajo de la tierra a medida que pasa el tiempo. Este árbol es capaz de invocar a los espíritus del pasado y futuro de cada uno de los familiares, y cada uno de ellos ayuda a nuestro protagonista a superar sus problemas. Este elemento fantástico es posiblemente el menos orgánico de los utilizados por Hosoda en la construcción de sus mundos: funciona como puerta a recuerdos del pasado y proyecciones del futuro, pero en ocasiones su maleabilidad se siente forzada a cumplir los mandamientos del guión, más allá de si su aplicación resulta convincente o no. A diferencia de los dos mundos claramente diferenciados en El niño y la bestia, con sus idiosincrasias y características particulares, aquí el árbol es lo que Hosoda quiera que sea, y eso puede derivar en ciertas derivas que no aportan más allá del deleite visual. En cierta forma, el director se metió en una trampa con los espacios: Mirai, mi hermana pequeña sucede casi exclusivamente dentro del espacio cerrado del hogar, y a pesar de que este posee una arquitectura muy particular —emplazada en un terreno de pendiente pronunciada, la casa se divide en secciones que van subiendo en altura y se unen a través de escaleras— no deja de ser un espacio pequeño en el que la vía de escape tendrá que romper con las dimensiones y jugar con ellas a su antojo. Esta problemática de organicidad también puede notarse en la resolución de la película, tan enfrascada en la espectacularidad de su clímax, termina descuidando su desenlace, en especial en la pobre referencia al crecimiento personal de la madre y el padre.

Mirai 2

Sin embargo, no son todas negativas. Mirai, mi hermana pequeña sigue siendo una comedia muy divertida, en la que el uso del montaje para generar humor a partir de la sorpresa funciona muy bien y siempre encuentra algún momento desopilante en el que arrancarte unas cuantas carcajadas. El estilo de animación y el humor de Hosoda se diferencian del “estilo Ghibli” por su tendencia al histrionismo y una cercanía a la caricaturización más industrial del anime japonés sin caer en sus vicios, y  Mirai, mi hermana pequeña se mantiene en esa línea con éxito para deleite de todos —especialmente de los más chicos—. Mientras el costado más emotivo no termina de despuntar, el lado cómico ayuda a sortear este desbalance. El uso de los parientes, además, consigue no solo brindar una enseñanza didáctica para que Kun consiga conciliar sus celos y su frustración, sino que también nos recuerda que los lazos familiares —sean estos de sangre o no— están cargados de una historia viva, que cargamos con nosotros a través de anécdotas, costumbres o principios. Por eso, los momentos más significativos se encuentran en las memorias del bisabuelo de los niños: es la semilla del árbol genealógico y todos esos recuerdos son el agua que permite que las raíces se extiendan sin partirse o separarse en el camino. Esos recuerdos que no conocíamos, una vez oídos ya no serán olvidados y se quedarán con nosotros, a la espera de ser compartidos con alguien más.

En conclusión, Mirai, mi hermana pequeña es una de esas películas que parte de una buena base temática de carácter universal, pero no consigue explotarla del todo bien. Es un filme que seguramente vaya a ser del agrado de los más chicos de la casa, pero que a los que nos emocionamos con la calidez y la maestría de Wolf Children nos puede dejar con un leve sabor agridulce. Y es que sabiendo de quién viene, podría haber sido algo más.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Marina dice:

    Si bien es un film de dibujos animados considero que no debería ser ATP (Apta Todo Público). Hay escenas de alto voltaje de terror para niños. En la sala niños irrumpieron en llanto dificil de calmar ante determinadas escenas. Si bien está catalogada como drama, éste se sostiene con gran nivel de tensión durante los 98 minutos que dura. De ningún modo es una comedia para niños.

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