Mommy

Lo imposible Por Manu Argüelles

Este texto nace de una imposibilidad. La mía propia. Y justamente pensando en ello, en mi incapacidad para darle forma a todo lo que me transmitió la película en un primer visionado, me percato que eso mismo es Mommy, como lo es todo el cine de Xavier Dolan. La relación de madre e hijo en Yo maté a mi madre (J’ai tué ma mère, 2009), los dos amigos enamorados de la misma persona en Los amores imaginarios (Les amours imaginaires, 2010), la love story naufragada de Laurence Anyways (2012), el protagonista y su atracción fatal hacia el hermano de su novio fallecido en Tom à la ferme (2013), el propio Steve Després de Mommy como el epítome de adolescente problemático…

El cine de Dolan es el gesto de lo imposible y Mommy cierra el círculo en cinco películas. Volvemos a la relación tumultuosa maternofilial de su frenético debut, a la historia desesperada y angustiante de un amor inviable. Con las dos madres del principio y del final interpretadas por la misma actriz, Dolan ya no bebe de los demás, se relaciona consigo mismo sin caer en el solipsismo, porque Mommy se expande, amplía, pule y mejora, por mucho que se le acuse de egocentrismo. Tan egomaníaco como cualquier director con una voz propia, como el mismo Godard con el que compartió el Premio del Jurado en la pasada edición del Festival de Cannes. Y lo que no es incoveniente para unos…

Mommy 2

Y, además, siguiendo con los yoes, en mi caso hay otro síntoma que no puedo eludir. Si trato de racionalizar la relación que contraigo con sus películas acabo reflexionando sobre ellas mismas. Me pasó cuando vi Mommy. Existe algo intangible, un embrujo que me trenza con el film de tal forma que me obliga a retorcer las palabras. Me lleva a una búsqueda infructuosa y agotadora, me crespa, me exalta, me deja rendido. Frente a otras experiencias fímicas, con Mommy no puedo tomar distancia. Me gustaría establecer la perspectiva de los preciosistas planos aéreos de La isla mínima (Alberto Jímenez, 2014). Quisiera alejarme de la crítica impresionista, de las vaguedades, de las expresiones etéreas y flotantes. Pero NO puedo. Sólo me queda asumir mi fracaso en un texto que ya estoy odiando visceralmente mientras lo escribo. Y para aquellos que se quejen del abuso de la primera persona del singular, quiero decirles que esta es la única vía posible para llegar a Mommy. Porque en esta sensación de frustación, en este reconocimiento de mi derrota frente al film, en ese mismo acto de los caídos es donde encontramos a Mommy respecto a Steve. Porque para él, la madre es el deseo y el duelo. Su oscilación depende de dos fuerzas motrices centradas en la reconquista: la recuperación del amor materno y la adquisición de un espacio de libertad. El ratio visual en 1:1 que emplea Dolan en esta ocasión, más reducido que el típico 4:3, implica esa sensación de aprisionamiento en la que vive y siente Steve. Y dado que hablamos de gestos, habrá uno nuclear en el film, la ruptura de las barreras, la búsqueda de la amplitud en la que poder eclosionar, porque su patología se concentra en un exceso de energía, que rompe y que siempre transgrede los límites de lo ordinario, las líneas del comportamiento social. Porque bajo esas reducciones, Steve reacciona como un perro enjaulado. Ese excedente incontrolable, que el propio director aplica en su filmografía de forma alterna (Yo maté a mi madre, Laurence Anyways y aquí) es la propia constitución psicológica y física de su propio personaje. Es decir, en esta ocasión todo el aparato de la puesta en escena con tendencia al barroquismo y al derroche visual es concentrado en su propia raíz narrativa, en cuanto caracteriza a su personaje principal y que además incorpora el gesto autoconsciente, dado que él es el foco de conflicto en su entorno, como también esa orientación fílmica del director provoca resistencias en la recepción de parte de crítica y público. Pero en esta situación de opresión y aislamiento de la adolescencia en erupción, en este caudal aprisionado hay siempre una pulsión, el contacto con el mundo, encarnado en el tercer elemento de este microcosmos cerrado en tres personajes, una sublime Suzanne Clement, la vecina Kyla, que ella misma en su tara de la tartamudez simboliza la disfunción de lo reprimido, que justamente como ya anunciaba Freud es aquello necesario para el funcionamiento social. En ese defecto en el habla, en agudo contraste con el superávit de Steve, hay una subterránea ironía de Dolan respecto aquello que regula el orden social, porque ella alegoriza la fricción de Steve con el exterior. Un mundo que ya se encuentra defectuoso desde su propia base. Porque como ya dije respecto a Una mujer bajo la influencia, los locos son ellos en relación a la Mabel de Gena Rowlands, la presunta desequilibrada emocionalmente frente a su entorno familiar, el orden de lo normal.

 Mommy 3

Dolan toca las teclas del drama social mediante el TDAH de Steve, pero como la Mabel de Rowlands, vehículo de Cassavetes para poner en solfa a la tradicional sociedad patriarcal, eso le lleva a conducir a la película a otros territorios alejados de los cánones. Crea con sus tres personajes, un afuera de, un espacio de oclusión tan potente que le permite desarrollar una intimidad muy intensa, tanto, que en el momento de romperla provoca el cisma. Mommy tiene unas secuencias tan abrasivas, tan magistralmente ejecutadas cuando trabaja los clímax emocionales 1 que uno acaba desgarrado, partido en dos, roto. Y no obstante, en su doble juego de acercamiento de los personajes y de distancia de los estereotipos del prototípico drama social (no los anula sino que los hace orbitar para dar señas de su apuesta de la ficción frente al realismo), hace un uso de los clichés tan exacerbado que evidencia el uso del artificio, los visibiliza hasta el límite de la parodia y ahí posiciona fracturas que ya emergen orgánicamente. No tanto a partir de una excentricidad forzada que epata, algo visible en Yo maté a mi madre,  sino de un elaborado tratamiento de la estructura narrativa compuesta a partir de sobresaltos. Dolan ya sabe manejar con maestría al espectador, lo expulsa con esas estridencias agudas y lo vuelve a adentrar en una fosa abisal de intensidad emocional que uno acaba fuertemente conmocionado. Te zarandea con tal agresividad que eso puede provocar reacciones de rechazo, dado que pude observar una polarización muy marcada al finalizar la película.

Dolan ya no necesita una grafía rutilante como la de Yo maté a mi madre o Laurence Anyways que se imponga a la imagen. No renuncia a una estética que aleja su drama de la cámara nerviosa y compulsiva de Cassavetes, de un feísmo descontrolado e ingobernable que aporte una veracidad y proximidad a sus criaturas. No lo necesita para transmitir la cascada de sentimientos, sino que como ya hiciera Pasolini en Accatone (1963) con el lumpen romano, quien también ha estado presente en esta edición a partir del médium Abel Ferrara, procede a una estilización que embellece la imagen, la instrumentaliza como potente recurso emocional, aporta su sello de autoría ya consolidada y a su vez le permite distanciarse de los cánones como ya hiciera Pasolini respecto al Neorrealismo.

mommy 4

No podríamos terminar sin hacer mención a la música. La concentro en la canción Wonderwall de Oasis, protagonista de la gran secuencia de este año. A priori, sorprende que Dolan en su repertorio sonoro la incluya (más lógico dentro de sus coordenadas es que suene Lana del Rey o Dido, incluso Andrea Bocelli). Suena tan extraño como si nos encontrásemos en una película de Scorsese a Röyksopp. Y sin embargo, pese a la provocación inherente, no olvidemos su habitual irreverencia, Dolan consigue trascender la popularidad de la canción y que ésta pertenezca a la película. Más allá del reconocimiento comercial, Dolan se la reapropia para sí mismo con tal ingenio que hace que nos olvidemos tanto del irritante grupo británico como de nuestras previas escuchas. A partir de Mommy ya no podremos oírla igual, nos arderá y nos funcionará como pregnancia de esta absoluta y arrebatadora experiencia extática que es Mommy. Ante un proceso de transformación tan desestabilizador, ante un oleaje tan atosigante que se desarrolla en mi interior no puedo más que constatar mi hundimiento cuando trato de traducirlos en palabras. Pero qué bella y dulce derrota.

  1. No quiero mencionar ninguna de ellas, el espectador debe vivirlas sin conocerlas previamente
Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comentarios sobre este artículo

  1. lucía dice:

    »pero qué bella y dulce derrota»
    qué cierto!

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>