Motorway y Compliance

Por Manu Argüelles

Motorway (Che sau, Hong Kong, 2012). Director: Cheang Pou-Soi . Sección Oficial Competición

Cuando uno ve una película como la película Motorway, bajo la producción de Johnnie To, de repente me descubro pensando que el cine en sus inicios fue un invento más de la Revolución Industrial y que, de todos los artilugios posibles del S.XX, uno de los más icónicos sea el automóvil (también del capitalismo). Seguramente por ese motivo una película que no me resulta atractiva, sí que me resulta sugerente que encuentre su vitalidad desde ese pasado que una vez fue futuro, como si fuese posible romper el trazado diacrónico de la historia del cine, impuesto por la interpretación hegemónica. ¿Se puede entender el cine en términos evolutivos y de progreso? Pero si esto es así, ¿cómo enclavar en el 2012, películas como ésta o The Lords of Salem, por citar dos últimos ejemplos? ¿Vamos a simplificar tanto la argumentación reduciéndolas a un mero ejercicio de recuperación nostálgica? Creo que son ya demasiados los films recientes que surfean este oleaje para que podamos interpretarlos como una mera operación comercial de rescate.

Motorway está fagocitada por el automovilismo, como también tendrá un lugar capital en una película tan alejada de ésta, Holy Motors, o Cosmopolis de David Cronenberg. ¿Es ingenua Motorway todavía depositando su fe en un dibujo esquemático y trillado del desarrollo argumental? Meras siluetas arquetípicas que aluden constantemente a clichés ya superados, totalmente absorbidos en su cinética física. ¿Muerta antes de nacer? ¿O un intento desesperado por recuperar una forma de entender el cine ya periclitada?

Posiblemente, Motorway es un film que quiere recordar aquella ensoñación cuando el cine se fascinaba con la tecnología mecánica, aquí un coche, fiel reflejo de las aspiraciones del hombre cuando todavía no estaban desarrolladas las tecnologías de la información. Hablamos de celuloide, antes de la emergencia avasalladora de espacios virtuales no intangibles, solo pertenecientes al reino de la imaginación. Y quizás por eso, en Motorway hay una depuración tan absoluta que deja el esqueleto a mera fórmula para que la imagen no líquida, el movimiento a través de la máquina, ruidosa, visible y casi antropomorfa, sea la única y absoluta protagonista. Y sin llegar a la abstracción de las mejores muestras del cine de coches de los años 70 (posiblemente el canto del cisne y como fin de una era se imponía dicha conceptualización), porque Cheang Pou-Soi todavía cree en el cine comercial antes de la invasión CGI. Incluso el héroe ha sido devorado por la lógica del canibalismo maquinal. Porque este film de persecución de coches, robos y buddy movie al uso, puede que satisfaga a los seguidores de franquicias como To Fast and the furious, pero en Motorway la testosterona está tan trasnochada como la exhibición de hombría del protagonista, eso sí, resuelta a través de su coche. Cuando el héroe fracasa en su intento de impresionar a su chica haciendo acrobacias con su coche, no solo pone en crisis un modelo de heroicidad heredado sino que además evidencia cuánto de caduco (consciente) tiene su film, que busca crear la adrenalina como antes se buscaba, la acción a través del mecanismo y la velocidad y el vértigo gracias al stunt. Si la película hubiese sido japonesa, seguramente se hubiese incidido más en la fusión hombre-máquina –ahí está el manga, el anime y el ciberpunk nipón para corroborarlo- pero Motorway hace énfasis desde el gesto concreto: el villano abatido e inconsciente en su coche inutilizado, cuyo pie sigue pisando el acelerador. Son coches conducidos por personas y no personas conduciendo coches. Tiene un terreno fértil que se apunta, estas líneas que trato de desentrañar, pero Motorway tiene más presente las fórmulas rutinarias y la satisfacción masculina a la que seducir, que la reflexión sobre el género que tan magistralmente realizaba Drive. Porque como comentaba un compañero, a colación de la presentación del film, ¿por qué nos mienten si a los diez minutos vamos a ver la película?

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Motorway

Compliance (EUA, 2012). Director: Craig Zobel. Sección Oficial Competición

Compliance, en cambio, no tiene nada que ver. De hecho, es consecuencia directa de su presente más inmediato. Que hubiese coincidido con El impostor en la anterior edición del Festival de Sundance, nos dice mucho el signo bajo el que se orientan. Puede leerse en términos de la crisis económica. El film, pequeño en apariencia pero ambicioso en su representatividad, es una ficción en clave sociológica que trata de comprender qué resortes culturales y sociales hay inscritos en la población civil norteamericana para que se produjese la aguda situación de las hipotecas basura. Hablamos de fraudes, ambas películas lo hacen. Y además bucean en los casos más extremos arrancados de los sucesos más desopilantes de la vida real.

Compliance se basa en la palabra y en la cercanía con los actores a través de planos cortos para acrecentar el encierro psicológico en el que acaban apresadas las víctimas. Es un thriller dialéctico, con pulso, vibrante y adecuadamente desarrollado que funda su interés dramático en un in-crescendo de degradación moral. Es un cine de guión, lástima que se sirva de algunos símbolos visuales para hacer un subrayado grueso (las patatas fritas hirviendo, la pajita), que puede recordar a la tensión creada en Glengarry Glen Ross (1992) o, dentro del ámbito judicial, la obra maestra de Sidney Lumet, Doce hombres sin piedad (12 Angry Men, 1957).

Nos ubica en un restaurante fast-food, nos hace una presentación casi anecdótica de los personajes (todos ellos tendrán su relevancia dentro de la trama) y se centra en Sandra, la encargada, y la apuesta cajera, Becky, las cuales ya han sido introducidas en el film mediante una situación aparentemente intrascendente (Sandra habla de su prometido), donde ya se puede detectar cierta tensión fría y soterrada entre la responsable y su subordinada. Sandra en plena rush hour del restaurante recibe la llamada de un policía donde le notifica que Becky ha robado a uno de los clientes. Solicita que mientras que la policía llega al local, Sandra se encargue del arresto. Lo que sigue es el desvelamiento de un exceso de confianza, un exacerbado cumplimiento de la autoridad y una sumisión fundada en el miedo y en la obligación moral. Lo que sucede es que la manipulación oral, atacando los puntos débiles e intuyendo rápidamente el perfil psicológico de las víctimas, las conduce a un lugar turbio, donde lo que se supone que es el deber acaba siendo un espacio agresivo de degeneración y humillación. Una vez el ratón ha entrado en la ratonera, resueltas las iniciales resistencias y el desconcierto de la situación, resulta muy fácil que el ser humano entre en un espacio de intimidación. Llevamos en cada uno de nosotros un sádico y un masoquista. Solo falta que nos aprieten las tuercas adecuadas para que la rectitud moral y los presuntos absolutos de blanco y negro se conviertan en un difuso gris viscoso. También nos habla de lo fácil que acatamos los roles sociales que nos designan, aunque eso implique la pérdida de la integridad y la libertad del prójimo. Resulta increíble la poca resistencia que ofrecen y que la situación llegue a los términos de degradación sexual en la que acaba, pero de la misma manera que nos cuesta comprender el holocausto judío.

Y es que la naturaleza humana resulta tan compleja, ambigua y contradictoria como la que se refleja en Compliance.

Una objeción: su resolución. El juicio moral del realizador queda patente en la intervención televisiva final de Sara explicando el caso. Compliance merecía ser un lugar de exposición pero es el espectador el que debe sacar sus conclusiones. El veredicto tutelado por el realizador en su conclusión afea la propuesta, pero aún así, para aquellos que les gusten los thrillers orales de tensión psicológica, se encontrarán con una grata sorpresa.

compliance

Compliance

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