Mundo extraño
El tiempo de los hombres Por Samuel Lagunas
Escribir sobre los estrenos animados de Disney —y de su homóloga Pixar— resulta cada vez más difícil. No en vano la mayoría de los textos que acometen esta empresa redundan en la idea de un “fracaso” justificado especialmente por las bajas recaudaciones en taquilla. Criticar una película por sus números me parece poco menos que anecdótico, pero sí bien perezoso; sin embargo, encuentro en esa insistencia estadística un síntoma de un problema mayor: las películas de Disney cada vez interesan menos -o se piensan menos- porque seguimos sin discernir el camino hacia dónde van. Si el departamento de Marvel tiene una meta que se reitera eufóricamente en cada entrega, con las películas animadas no se atisba ningún rumbo fijo, sino lo contrario: inconsistencia, vaguedad, displicencia (otro ejemplo de un estudio atorado en un impasse identitario es Ghibli, que atraviesa todavía una larga parálisis al haber estrenado una película en los últimos cinco años, y después de haber mantenido un ritmo constante de producir una película cada dos años).
La celebración del centenario de la empresa del Ratón llega en un momento crítico donde la búsqueda desesperada de identidad y el agotamiento creativo se lucen por igual, de ahí que las últimas películas estén movidas por el deseo de recuperar algo valioso que se cree que se ha traspapelado en el pasado inmediato o remoto del gran estudio y adornarlo con algunos guiños de actualidad. En Raya y el último dragón (Don Hall y Carlos López Estrada, 2021), por ejemplo, se apostó por la reconciliación con la estructura clásica del viaje y de la aventura, mientras que en Encanto (Byron Howard y Jared Bush, 2021), el impulso se obtuvo de una recuperación del objeto mágico y del veterano poder de las princesas. En la última producción, Mundo extraño (Don Hall y Qui Ngyen, 2022), toca el turno de redescubrir personajes masculinos capaces de sostener la trama sin ser meramente héroes testarudos (como el Ralph de Ralph el demoledor [Wreck-It Ralph, Rich Moore], 2012), parásitos exóticos (Bruno, en Encanto) o galanes ridículos (Kristoff de Frozen). De hecho, un personaje que sintetiza estos tres modelos de forma casi insoportable es Maui en Moana (Ron Clements y John Musker, 2016).
El principal logro de Mundo extraño es, por lo tanto, volvernos a encontrar en Disney con una historia de hombres medianamente interesante donde, no obstante, las mujeres vuelven a ser meros accesorios del drama masculino. Estamos frente a la vida de tres generaciones de los Clade: Jaeger, un explorador que, a la Indiana Jones, siempre está a la caza de un nuevo límite que cruzar; Searcher, un científico ambientalista que ha construido su fortuna gracias al descubrimiento y a la producción de una energía verde llamada pando; e Ethan, quien empieza a preguntarse por su lugar en la familia y en el mundo. Y si en el claustro de princesas que era la casa de las Madrigal en Encanto la trama avanzaba gracias al poder de las canciones, en Un mundo extraño la familia Clade es una asamblea de machos donde una y otra vez los vemos y escuchamos presentar sus argumentos para convencer al otro de que su perspectiva es la mejor y la que hay que seguir. Así es, bajo la diversidad superficial que presume el universo animado de Disney los estereotipos persisten: las mujeres se expresan mejor cantando, mientras que los hombres lo hacen discutiendo, no importa si se trata de un colonizador ególatra, un capitalista cool, o un adolescente homosexual.
El conflicto de los Clade no es solamente familiar, sino ecopolítico. En Avalonia, su ciudad, la fuente principal de energía se está agotando por lo que una expedición liderada por Searcher, su esposa Meridian y su hijo Ethan, se embarca en un viaje al centro de la Tierra para resolver el problema. El argumento greenpunk de Un mundo extraño se presenta como orgullosa referencia a las historietas pulp de los años 50 que popularizaron y masificaron en Estados Unidos los libros de Julio Verne. Pero el linaje de la película de Hall y Ngyen es mucho más endogámico. La escasez de canciones y la estructura del viaje extraordinario remite a lo que vimos en Atlantis: el imperio perdido (Kirk Wise y Gary Trousdale, 2001) y en la olvidada El planeta del tesoro (Ron Clements y John Musker, 2002), a la vez que Splat, el alivio cómico y afectivo de la historia, nos recuerda al también divergente Stitch de Lilo & Stitch (Chris Sanders y Dean DeBlois, 2002). El prólogo-homenaje a Indiana Jones, no hay que olvidarlo, ya lo habíamos visto en Chicken Little (Mark Dindal, 2005). Dentro de esta veta ciencia ficcional de Disney, a donde Don Hall ya había aportado previamente con Big Hero 6 (2014), Mundo extraño apenas y sobresale por lo que ya es un lugar común: su pericia técnica. Sin embargo, en este campo me deslumbró mucho más el detalle hiperreal del salero que se cae durante el baile familiar de los Clade (para mí, la mejor secuencia de toda la película) que el diseño del mundo subterráneo que debe mucho, si no es que todo, a la geografía psicodélica de Pandora en Avatar (James Cameron, 2009).
El amasijo de ideas que circulan en la película en torno al uso de las energías renovables y a la sostenibilidad es bien intencionado y políticamente correcto, además de que hace eco del discurso cada vez más popular sobre Gaia y la Tierra como organismo vivo que se autorregula periódicamente, aquí expresado por medio de un sistema inmunológico que defiende el equilibrio entre especies donde el enemigo principal seguimos siendo los humanos. El remedio que encuentran los Clade, sin embargo, no deja de prolongar el mal del neoliberalismo, aunque a Disney nunca le ha preocupado ir contra ello y evidentemente en este momento no va a comenzar a darse ínfulas de humanista.
Mundo extraño, ya se ha dicho con recurrencia en otros textos, no es tan raro como quiere serlo, incluso la asepsia de su atmósfera gay-friendly es cuestionable: está claro que el idealismo donde todo es “color de rosa” es otra forma de ceguera, además de que hay todavía mucho de machismo en que el “vivieron felices por siempre” de Ethan y Diazo sea un paraíso de productividad capitalista gerenciado por ambos, mientras que a las parejas heterosexuales previas les esperaba un ocio perpetuo después del “beso del verdadero amor”. Qué más da. Disney va a celebrar en 2023 100 años de haber sido fundada, pero bien sabe que lleva al menos 20 que dejó de ser la punta de lanza en la animación norteamericana y esa cuesta —no importa dónde busque ni dónde encuentre— ya no la va a remontar.