Mustang

Las vírgenes suicidas del Islam Por Yago Paris

El cine social cuenta con la complicidad del público. Mediante las injusticias mostradas, las desigualdades denunciadas, estas películas disparan la empatía de su audiencia, que, incapaz de alejarse de lo tremendo que se está proyectando ante sus ojos, se mete de lleno en la historia y vive con intensidad el fatídico devenir de los personajes que deambulan por la pantalla. La experiencia se expande, las emociones se intensifican y el film cosecha valoraciones positivas en una masa de asistentes entregada. Esto es lo que suele ocurrir con el cine social, pero especialmente con un estrato del mismo, que suple carencias cinematográficas con un exceso de dramatismo, llegando a coquetear con el atraco emocional en el peor de los casos.

A este grupo pertenece una película estrenada a finales de 2015, Techo y comida (Juan Miguel del Castillo, 2015). La española es una película que habla sobre la crisis económica desde el punto de vista más terrenal. Rocío es una madre soltera que a duras penas consigue dar algo de comer a su hijo y está a punto de perder el techo que los protege. De evidente corte social, el film se apoya en un lenguaje que imita, o directamente plagia, el cine de los hermanos Dardenne [Rosetta (1999) ; Dos días, una noche (2014)], en lo que supone el lugar común formal por antonomasia de este género. El mayor problema se localiza en la construcción del relato, que, de hecho, es diametralmente opuesta a la de las obras del dúo belga. Y es que Techo y comida es flagrante en el grosor de sus líneas. Los personajes situados alrededor de la protagonista no presentan ni un solo matiz y existen exclusivamente para motivar las penurias que vive Rocío. Como todo este cine social bienintencionado, el mensaje quizás sea cierto, pero acaba con las aspiraciones artísticas de la película, que acaba sumida en un fango tendencioso. Hiriente, injusto y reivindicable, pero tendencioso.

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Techo y comida

No llega a estos extremos Mustang, pero ambas caen en el mismo error: abusar de lugares comunes, tender al trazo grueso y enviar un mensaje –en este caso, político-social– antes que elaborar un producto cinematográfico, lo que provoca que ambas obras sean más un medio que un fin. En su opera prima, la directora se adentra en la Turquía rural, la oriental, la musulmana, y lo hace para poner sobre la mesa la opresión sufrida por las mujeres en esta cultura. Obligadas a ser castas, puras, impolutas, perfectas, se les roba la identidad desde pequeñas y se las fuerza a pasar por el filtro de una tradición fundamentalista basada en una férrea moral. Cinco hermanas enclaustradas por un tío opresor y una abuela sumisa, que perpetúa los dictámenes con el dolor de quien sabe lo que se siente en esa situación.

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El incidente incitador que desencadena toda la trama es un inocente –o no; ¿acaso importa?– baño a orillas del Mar Negro con sus compañeros masculinos de instituto. Esta flagrante violación de los códigos éticos de conducta provoca la ira de la familia, que toma la decisión de encerrarlas indefinidamente hasta que sus respectivos honores hayan sido restaurados. El planteamiento es endeble, desde el punto de vista de lo imposible que resulta que estas cinco féminas no supieran las consecuencias de estos actos en una sociedad tan estricta. A su vez, una conducta tan radical difícilmente puede haber surgido de la nada, sin actitudes previas que hubieran provocado un encierro previo. No hará falta aludir a las enseñanzas de Hitchcock en lo que a verosimilitud se refiere.
En líneas generales, este concepto está sobrevalorado, salvo aquellos casos, como es el de Mustang, en el que esta situación suponga una falta de coherencia interna en un proyecto fundamentado en el rigor a la hora de mostrar cómo es la sociedad retratada. Cuando el cine social no es realista, entra en una contradicción.

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A pesar de todo, el salto de fe se da con gusto, y esto es así puesto que el film arranca como una mezcla de tonos. Haciendo uso de una puesta en escena menos árida de lo habitual en estos proyectos, transitando por un costumbrismo luminoso de matices indie, el drama convive con la comedia, pero es esta última la que lidera la narración. Es evidente la gravedad de la situación, pero ello no impide la ligereza narrativa y unos muy conseguidos golpes de humor. Para el triunfo de este formato resulta fundamental que la mirada de la obra sea la de la hermana más pequeña, Lale, todavía una niña e inmersa en un desbordante mundo interior, que aún no es consciente de la gravedad del asunto y que llena de color el tenebrismo emocional de la casa con sus travesuras y sus ganas de jugar.

Esta decisión a la hora de abordar el tono, la más acertada de Mustang, la aproxima a otra obra estrenada en 2015, Villa Touma (Suha Arraf, 2014). También perteneciente al cine de denuncia social y protagonizado por mujeres, esta historia narra otro encierro en casa, esta vez voluntario, en el que el personaje que llega de fuera trastoca la convivencia al desconocer las estrictas normas de convivencia imperantes en un microcosmos de censura y moral. Un caos que funciona desde lo cómico y clownesco que resulta introducir a un personaje torpe e incapaz de adaptarse a un clima tan estricto.

Villa Touma-2015

Villa Touma

Los mayores hallazgos de Mustang, por tanto, aparecen en ese tono que oscila entre comedia y drama. La frescura del relato alcanza sus máximos en el retrato de las relaciones entre las cinco hermanas. Hay pura verdad en esa mezcla de odio, amor, confianza extrema y convivencia absoluta, responsable de los mayores golpes cómicos. Sin convencer, la película de Ergüven se establece en una corrección agradable a lo largo de su primera mitad. En la segunda, el drama fagocita a la comedia y lo mejor que esta obra tenía desaparece ante esa necesidad antes comentada de transmitir un mensaje. Si bien desde el minuto uno Mustang habita los lugares comunes del género, había cierta gracia en su manera de abordar la situación; al perderse el enfoque, poco queda reseñable en esta obra que tantos triunfos ha conseguido a pesar de su pobreza cinematográfica.

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