Nación salvaje
#ÁtomosVacíos Por Javier Acevedo Nieto
@Leucipo
Lily observa a través de la ventana. La fiesta sigue, pero su mirada se desvía de Mark y los comentarios de testosteronas embutidas en chinos color caqui que calculan si su ego cuenta como lastre para realizar dominadas. El rostro reencuadrado por la ventana y encerrado por el plano entre dos encuadres que dividen la pantalla en tres partes. Su móvil vibra, y su daddy particular solo atina a comentar lo cachondo que está escribiéndole poemas de su dedo y teclado mientras los emojis esbozan el reflejo furibundo de una erección. Lily se cuestiona si eso es felicidad. Bex baila junto a Em intentado seducir a un atleta latino. En la fiesta cada parte sirve a un todo, cada pequeño átomo humano se integra hasta formar el cuerpo de la juventud temblando bajo los efectos del alcohol y dudando sobre si la imagen de ese cuerpo en redes sociales aparentará ser lo suficientemente feliz como para ganarse los necesarios likes, retweets e impresiones que le hagan sentir que eso es todo, que no hay nada más en ese vacío de sensaciones, emociones y sentimientos que nadie se atreve a explorar.
Lily, Em, Sarah y Bex son cuatro brujas empujadas a huir del todo cerrado que constituye Salem para refugiarse en un vacío en el que tendrán que explorar nuevas sensaciones, emociones y sentimientos hasta conquistar su espacio. Un hackeo masivo en el pequeño pueblo provoca que cientos de miles de bytes de información agiten los cientos de miles de átomos que integran las casas unifamiliares, el instituto de Salem, los atletas que retraen escápulas, los policías con complejo de patriotas endogámicos y los conservadores que se deleitan en sesiones de travestismo y lubricante.
Nación Salvaje (Assassination Nation, Sam Levinson, 2019) construye un espacio con ningún vacío. Levinson fractura el espacio y el encuadre en decenas de átomos — pantallas que se parten, pantallas que separan líneas de acción, notificaciones y pop-ups que inundan la pantallas y personajes fragmentados por el encuadre —. Parece haber leído a Leucipo y conocer el atomismo. El materialismo extremo, todo está integrado por átomos que se mueven en un espacio. El espacio no se oponía al vacío para Leucipo, eran complementarios. Porque el vacío era el espacio del no-ser — lo que todavía no es, o lo que no será — y el movimiento de los átomos los transformaba. Si todo fuera espacio, si todo fuera ser, no habría movimiento, no sería posible ninguna transformación. Quizá por ese motivo Lily ya advierte que en Salem todos quieren matar a esas cuatro brujas que se atreven a salir del espacio — más bien empujadas por la necesidad de no ser asesinadas — para moverse hacia un vacío extraño. Porque Levinson deja claro desde el principio que el Salem de su filme es un espacio donde el ser ya es, donde no hay hueco para ningún movimiento transformador. Un espacio atravesado por una caterva de males endémicos, una fiesta atestada.
#EntertheVoid
Lily, Em, Sarah y Bex se lanzan a la conquista del vacío. La transformación de estos cuatro átomos adolescentes se narra a través del agónico movimiento por un espacio transitado por todas las advertencias lanzadas por Levinson al principio. La cámara tampoco se detiene en la conquista de una imagen exacta de la juventud postdigital a la que la muerte del cine directamente le suena a pataleta impresa en celulosa. Travellings que parecen una amiga más merodeando entre las camas deshechas, entre los espejos que reflejan la insatisfacción sexual y las mofas sobre el pavor que el clítoris parece despertar en hombres capaces de levantar su propio peso sobre su cabeza. Desplazamientos verticales que recorren las casas como espacios desprovistos de cualquier espacio referencial destinado al simple acomodo familiar. Fiestas narradas en teléfonos móviles. Bex introduciendo la música extradiegética y las reacciones en redes a las filtraciones de los distintos hackeos agrietando el espacio puritano y fracturando la imagen autorreferencial de un cine de la nostalgia que casi acaba con todo. En el medio las dudas, los diálogos, las miradas de cuatro amigas que parecen ver en las conversaciones de sus parejas el reflejo de un espacio futuro en el que ellas quedarán reducidas a uñas de gel, paredes de contrachapado y barbacoas los domingos. Y bailan, y beben, porque Levinson construye la imagen de una verbena hedonista tremendamente confusa. Porque en las fiestas Lily solo piensa en olvidar, y no en celebrar. Porque en las fiestas Bex solo aspira a que le coman la nuca sin tener que preocuparse por nada más.
Hedonismo que según Leucipo — y Levinson — debería conducir a la felicidad, pero que condena a sus personajes a una suspensión de la conciencia como placebo contra Salem. La felicidad parece hallarse en el vacío, en el no-ser. Ahí radica la conquista de las cuatro amigas, y ahí es donde Levinson intenta construir una imagen que salga del espacio completo del cine que se limita a citar, del cine que se limita a construir sobre el panteón. En el Salem moderno los teléfonos son antorchas que prenden las retinas y laceran la carne con humillaciones del presente como el ciberbullying o el slut-shaming. En el Salem moderno no hay espacio para Platón ni para la dualidad cuerpo-alma. Solo hay cuerpo, y el puritanismo religioso es sustituido por un nacionalismo que intenta fagocitar la carne y seguir imponiendo un plano espiritual repleto de adulaciones al espíritu, la patria e ideales castrantes.
Narrar el movimiento de ese espacio viciado al vacío por conquistar implica mutilar el cuerpo, deshacerlo, verter sangre y recurrir a la violencia hasta que surja necesariamente uno nuevo o no quede ninguno viejo. Implica también trabajar con la cita cinematográfica, mutilarla y ser permeable a las imágenes e impermeable a la nostalgia. Erradicar la mirada voyeurística y quedarse con el travelling que vulnera la intimidad del hogar de Tenebre (Darío Argento, 1982), abandonar la gratuidad violenta y masoquista del revenge porn del cine japonés de la pinky violence para quedarse con el valor subversivo de sus imágenes.
Construir una mirada postdigital, ahondar en un nuevo espacio. Las cuatro brujas están para quedarse parece afirmar Levinson. Argento y Brian de Palma son los referentes, la actualización de sus imágenes depende de la cámara de Levinson. La conquista del vacío pasa por abandonar lo viejo, y prender la mirada con montajes más cercanos al cine-puño de Eisenstein — con las sombras de Brian de Palma y Gaspar Noé — que al cine que resucita imágenes de Godard. Los viejos referentes se tambalean, surgen nuevos aupados por los modos de representación institucional que ven una oportunidad de renovarse. Si Levinson y el circuito comercial que aúpa estas miradas está legitimado es una cuestión muy distinta.
#Bendicealhashtag
Nación Salvaje dispara muchas balas, arma nuevas miradas y gira alrededor de Lily. No solo las brujas arden en el nuevo Salem, también ellos. Porque las redes y las imágenes de la viralización expanden el fuego a los inquisidores, y el foco mediático les ciega, y si no, se sitúan de espaldas a él hasta que les toque.
La forma de mirar parece haber cambiado. En el vacío hay espacio para nuevas maneras de ser. Las llamadas nuevas brujas de Salem quieren conquistar su espacio, conseguir que la cámara gire alrededor de ellas, reivindicar su cuerpo y acabar con el viejo orden. Levinson también intenta conquistar el vacío de una nueva imagen que abandone la nostalgia autorreferencial. Subvertir géneros, actualizar citas. Parece conseguir abrirse espacio, pero finalmente queda la sensación de que por momentos Levinson se adentra en el vacío, solo para regresar a la comodidad del espacio lleno donde los lugares comunes canalizan la catarsis de su filme.
American Beauty (Sam Mendes, 1999) [arriba] y Nación Salvaje [debajo]
Ellas en cambio proponen una nueva mirada. Alejada del ojo, en masculino. Lily observa a través de la ventana, la fiesta sigue. Su mirada se dirige hacia fuera. Hacia el vacío del fuera de campo. Buscando un nuevo espacio. Intentando huir. Su voice over fragmenta aún más la pantalla partida y los átomos del encuadre, espetando que «solo quieren piezas y partes. Quieren poder elegir. Quieren esa risa con esa sonrisa. Esa pose, con esa confianza. Esa chica, con esa disposición. Pero no ella, no de esa manera. Pero eres feliz, sé agradecida. Bendice al hashtag. Porque el mundo entero está observando, y esperando.» Se afirma que el atomismo griego surgió del acto de observar cómo la luz del sol se filtraba a través de una ventana en una estancia oscura guarecida del calor del verano. El filósofo observaba las partículas de polvo en suspensión, y pensaría en los átomos arrebolados alrededor de la luz. Lily parece atisbar las partículas en suspensión, los átomos bailando en el reflejo flotante de las luces led filtrándose a través de la ventana. Esos átomos en movimiento que parecen querer guiarla hacia un vacío donde por fin pueda ser, donde todas las piezas, partes, sonrisas y átomos conformen un único cuerpo. “Brujas” que se alejan del espacio saturado hacia el vacío por conquistar.