Negociador
Pacto alienígena Por Jose Cabello
Estemos de acuerdo en no estar de acuerdo, estemos de acuerdo en el desacuerdo.
Siempre he defendido, y sigo haciéndolo, la naturaleza pedagógica intrínseca al cine. España continúa a años luz de lograr introducir este arte, como otros tantos, en el seno de su sistema educativo. Quizás muchos de los problemas atávicos a este país podrían esfumarse, o mitigarse en cierta medida, sí supiésemos trasladar a la pantalla, en una especie de catarsis, aquellos conflictos que persiguen nuestra Historia reciente. Observar. Dialogar. Exponer. Sentar bases para una fractura rotunda de la ley del silencio promotora de tabúes. No obstante, el panorama español de cine prueba suerte, una y otra vez, anhelando interpretar una de las mayores preocupaciones del país como fue el terrorismo de ETA. Por esto, a pesar de poseer un número considerable de películas que giran en torno a esta temática, muchas de ellas nacen abortadas, delimitadas por los propios conflictos internos. Filmar a ETA, sin condescendencia ni rabia, no resulta algo prosaico. Directores como Julio Médem o Imanol Uribe, comenzaron una expedición para adentrarse en el submundo de ETA, y el resultado queda lejos de ser óptimo. Ambos descuidaron la parcela de lo ecuánime al caer en una visión ligeramente tendenciosa.
Borja Cobeaga insistió, durante la presentación de su última película en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, en que él duda de que su cine se pueda etiquetar bajo el tag de cine social. Sin entrar a valorar sus películas anteriores, en este caso, no comparto su visión.
Negociador sí constituye un grano de arena más en dirección a la superación del dolor que causó ETA.
Una película que podría proyectarse en sesión doble con el documental Asier y yo (Asier ETA biok, Aitor Merino, Amaia Merino, 2014). Dos piezas clave en la deconstrucción de ETA. A diferencia del documental, Negociador, no utiliza el tono dramático que suele acompañar a estas temáticas, sino que innova empleando la vía del humor para reproducir, de una manera libre, las negociaciones mantenidas durante los años 2005 y 2006 entre el presidente del Partido Socialista de Euskadi (Jesús Eguiguren) y el representante de la banda terrorista.
Las negociaciones ya vislumbran un panorama caricaturesco. El encuentro se produce en un hotel en el sur de Francia y, como cualquier mediación, requiere una figura de moderador, un diplomático británico. Es aquí donde surge la necesidad de precisar los servicios de una intérprete ya que toda palabra dicha durante la negociación debe traducirse siempre desde las partes enfrentadas a la lengua materna del diplomático, y viceversa. El juego del ratón y el gato de la comunicación. El objetivo de redactar un acuerdo se complica por momentos y sólo llegan al consenso cuando la intérprete les advierte de lo imposible de traducir Euskal Herria, reclama el etarra, a País Vasco, a petición del portavoz del Estado. Aunque ellos defienden la diferencia de términos, rápidamente deciden “estar de acuerdo” para pasar al siguiente punto.
Si buscamos vestigios de las anteriores comedias de Cobeaga, en Negociador quedaríamos parcialmente decepcionados por dos cuestiones. Primero, no es una comedia al uso, no crea un sinfín de gags desternillantes ni se regocija en la búsqueda de risas. Negociador inventa un limbo entre la comedia y el drama para afincarse en él y construir sus pilares. Segundo, de lo anterior se deduce que deberíamos vaciarnos de trabajos previos del director para apreciar así el conjunto, y no tachar de marciano el aroma que desprende la película. O, al menos, no tacharlo para mal. La atmósfera pesada y extraña está concebida a posta, a través de una localización en tierra de nadie, dentro de un hotel aséptico y unos personajes turbados por las circunstancias.
Los gags provocados recuerdan al inicio del director en Vaya semanita (Borja Cobeaga, Javier Vicuña, 2003), tanto por la caricaturización de la cultura vasca como por utilizar como válvula de escape el humor y modelarlo para ser el salvoconducto de un conflicto enquistado en la sociedad. Cobeaga, que también escribió el guión de Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014), rescata, a la vez que reconvierte, los sketches que mantiene la escasa calidad de Ochos apellidos vascos cuando se mofa del pueblo vasco. Y el aluvión cómico tiene también una gran base reivindicativa. El director confesó construir la película, en parte, como un homenaje a la figura de los protagonistas pues tanto uno como otro gozaron de un destino poco afortunado, quedando además en el olvido, a pesar de la labor de reconciliación que llevaron a cabo.
Pero tampoco Negociador cae en la ceguera parcial del blanco o negro, la película entiende perfectamente, y así lo hace saber al espectador, quién forma cada uno de los bandos, retratando lo macabro de ETA, a través de la desconfianza cuando una pistola aparece en lo que era una cena amigable, o eligiendo a Carlos Areces para representar un papel marcado por la dualidad de lo oscuro y lo ambiguo, rememorando, en cierta manera, aquel payaso de Balada triste de trompeta.