Nés en 68
Cronología de un espejismo Por Laura Lazcano
Dejando a un lado el envidiable modelo francés que suele amortizar la taquilla con cine familiar bienintencionado y dirigido en su mayoría a una clase media cercana a la jubilación, es interesante constatar cómo en la cinematografía francesa conviven movimientos a priori tan en las antípodas unos de otros como pueden ser el Nuevo Extremismo Francés con la cada vez más asentada corriente de temática LGTBI. Pues si bien ambos movimientos no parecen congeniar demasiado, lo cierto es que sí es posible delimitar ciertos rasgos comunes – no solo estéticos sino también en lo narrativo – en tanto que ambos tienen al frente a minorías explorando su sexualidad.
Ya sean las directoras del Nuevo Extremismo mostrando sin tapujos la sexualidad femenina [Catherine Breillat en Una chica de verdad (Une vraie jeune fille, 1976), Virginie Despentes con Fóllame (Baise-Moi, 2000) o Claire Denis con Trouble every day (2001)]; o los personajes LGTBI haciendo lo propio con la suya: Notre paradis (Gaël Morel, 2011), Les invisibles (Sebastien Lifshitz, 2012), El desconocido del lago (L’inconnu du lac, Alain Guiraudie, 2013) son algunos ejemplos. Y cómo olvidar los cuerpos sincronizados de los soldados que filmaba Claire Denis en Beau Travail (1999). El ansia y la furia a la hora de filmar los cuerpos – ya sean mutilados o libidinosos – y el deseo atravesando el encuadre hacen que estas narrativas desprendan un erotismo insólito. Si en unas ficciones la amenaza la constituyen la sangre y las vísceras, en otras la pulsión letal se erige en torno al estigma social de un virus que se apodera poco a poco de las defensas.
Es precisamente alrededor de la visibilización del sida que se articula la voluntad fílmica de la obra de Olivier Ducastel y Jacques Martineau, cuya carrera comienza a finales de los 90. Con la loable – aunque peligrosa – intención de pretender abarcar 40 años de historia, despega Nés en 68, la quinta película de esta pareja de directores. La mecha del mayo francés comienza en Nanterre, una localidad contigua a París, cuando los estudiantes de la universidad se encierran en 1967 en señal de protesta por la prohibición de visitas entre hombres y mujeres en las dependencias universitarias. Así se inicia Nés en 68: con las imágenes de archivo de estudiantes un año más tarde en la Sorbona (París) manifestándose contra la violencia policial ejercida contra los de Nanterre, al ritmo de ‘Street Fighting Man’ de los Rolling Stones. Primer arañazo al simulacro de una historia – la canción se escribió ese mismo año unos meses más tarde – en la que en una hábil concatenación de planos se infiltra Laetitia Casta en el papel de Catherine, epicentro del relato, mientras la escena se colorea ligeramente.
Dividida en dos partes bien diferenciadas, la primera está dedicada a la juventud de los protagonistas con Catherine y sus amigos montando una comuna hippie en el campo. Los directores se sirven del contexto revolucionario del mayo francés para bucear en estilos de vida alternativos proyectando una mirada crítica sobre la dificultad de mantenerse fiel a uno mismo y a los ideales. Es ahí donde se percibe claramente el papel de Catherine – quien encarna el punto de vista de los cineastas galos – retratada como el único ser coherente del relato, siendo la que no flaquea pues cree verdaderamente en lo que hace. Frente a ella, la debilidad de un grupo que cuando se cansa de los beneficios del poliamor y de corear consignas cae en la cuenta de que la vida en una granja le supera.
Ducastel y Martineau demuestran ser capaces de hilar un relato exento de melancolía esquivando la mayoría de clichés y lugares comunes. Aún así no escapan a un tratamiento del tiempo junto con un guión ciertamente problemático, que termina repercutiendo en los personajes y la impronta endeble que desprenden. Pues Nés en 68 fue concebida originalmente como una miniserie de TV de dos capítulos, lo que explicaría un metraje innecesariamente dilatado que perjudica al ritmo. No solo, sino que los continuos saltos a trompicones hacia adelante en el tiempo, unidos al trazo desdibujado de algunos personajes, terminan por minar el interés. Intentar abarcar demasiado degenera asimismo en una perspectiva superficial de la política: habiendo planteado un testimonio cronológico del mayo francés hasta la actualidad, se pasa de puntillas por el auge de una extrema derecha tan presente en Francia desde principios del los 70.
Un rasgo distintivo de los directores de Nés en 68 es la naturalidad con la que enfocan la problemática social de minorías y cómo estas se enfrentan a su deseo. El relevo generacional – eterna pregunta en las postrimerías del mayo del 68 – permite propulsar la segunda parte del filme, que comienza a finales de los 80. Es ahí donde se introduce el sida, pilar temático del grueso de su obra, a través del hijo de Catherine, Boris (Théo Frilet), y su compañero Christophe (Édouard Collin). Ni el amor libre desligado de la moral que pregonaba Catherine ni el deseo enérgico de Boris hacia los chicos se libra de transitar por los márgenes de una sociedad cada vez más emancipada del espíritu revolucionario del 68. Mientras, la cámara asiste y plasma el deseo con sinceridad, deviniendo el sexo unas veces en algo reconfortante y otras en una fuente de sufrimiento.
Nés en 68 se estrena en 2008, 40 años más tarde de aquel principio de utopía que sacudió Francia desde los cimientos. Un año antes, en 2007, Sarkozy prometía ‘liquidar la herencia de mayo del 68’. ‘Es culpa de mayo del 68, matasteis la autoridad y ahora Francia quiere un padre’, anuncia la hija de Catherine a su padre, abatido ante la victoria de Chirac. Tras la muerte simbólica en Nés en 68 del mayo francés que se corresponde con la de un personaje, la ficción de Ducastel y Martineau parece encontrar un rayo de esperanza en un grupo de jóvenes manifestantes subidos a un obelisco en mitad de la ciudad.