Nightcrawler
Miedo (o falsas apariencias que parecen reales) Por Fernando Solla
Do you own a video camera?
No. Fred hates them
I like to remember things my own way
What do you mean by that?
How I remembered them. Not necessarily the way they happened
Dan Gilroy, hasta el momento guionista, debuta en el terreno de la dirección fílmica con un ejercicio metalingüístico pavoroso e hilarante a partes iguales. Recién estrenado el año cinematográfico, encontramos en Nightcrawler un título que, sin duda, ocupará un puesto destacado entre los favoritos del presente almanaque y que propiciará comparaciones estilísticas y argumentales con numerosos títulos y autores referenciales.
Cercana a Drive (Nicolas Winding Refn, 2011) en su evocación del noir ochentero, quizás algo menos estilizada pero igualmente perturbadora y grotesca, la película de Gilroy desnuda de cualquier connotación lírica al existencialismo de su personaje protagonista. Acercándose a la sátira de Network (Sidney Lumet, 1976) en su retrato del periodismo televisivo y expandiendo su invectiva hacia la insultante verborrea motivadora del poder (empresarial) dominante, el realizador invoca también al escurridizo y amarillista personaje de Sid Hudgens (Danny DeVito) en L.A. Confidential (Curtis Hanson, 1997). Localizando a sus protagonistas, temporal y geográficamente, en Los Angeles de hoy en día, Gilroy dibujará en esta ocasión un núcleo urbano tanto o más sórdido que el esbozado por David Lynch en Mulholland Drive (2001) y sobretodo tan aislado como el de Carretera Perdida (Lost Highway, 1997). Esta cercanía a otros títulos no es debida tanto a una práctica referencial de Gilroy, como a un efecto reflejo en el espectador que, instintivamente, activará ese dispositivo mnemotécnico y que identifica películas únicas con momentos concretos de nuestro bagaje o experiencia cinematográfica.
Jake Gyllenhaal interpreta a Louis Bloom, un personaje que a duras penas consigue ganarse la vida revendiendo metal, cobre, tapas de alcantarillado, etc. Por casualidad, descubrirá en la figura del nightcrawler una oportunidad laboral de rápido aprendizaje para alguien con sus capacidades intelectuales. El término vendría a denominar a esos rastreadores nocturnos que acuden incluso antes que la policía, bomberos o el personal médico al lugar de un accidente o crimen, filmando con su cámara de un modo morboso e invasivo lo acontecido, abandonando especialmente cualquier atisbo de decoro o respeto por la intimidad o la privacidad de los cuerpos injuriados. Las grabaciones serán normalmente en formato doméstico, algo que en principio debería ser garantía de la autenticidad de las mismas, y serán los propietarios los que las venderán a la cadena televisiva que mejor pague.
“It it bleeds, it leads” será la única norma a seguir, también para Gilroy, quien una vez presentada esta premisa conseguirá atraparnos con su discurso cinematográfico como si de una medusa se tratara, cubriéndonos con su sombrilla a momentos gelatinosa y a otros cartilaginosa y envenenándonos con cada movimiento de sus tentáculos, que el realizador controla desde el estómago central de Nightcrawler. Es realmente inusual conseguir hipnotizar al respetable (más todavía tratándose de una ópera prima) con esta ausencia de giros inesperados o superposición de capas argumentales, con una ironía tan cristalina y depurada que permite mostrarlas todas a la vez, sin afectación ni ampulosidad discursiva.
Es mi trabajo… No os pediré nada que haría yo personalmente… No puedo sacrificar el éxito de mi compañía por ti… No te ofrezco un salario, sino la posibilidad de crecer dentro de la empresa… Hablaremos de esto en tu próxima entrevista de desempeño… Hemos creado un business plan en el que la prioridad es el por qué y el cómo y no el qué… Compendio de frases vacías y recurrentes que parecen lapidarias y definitivas cuando las oímos en boca de nuestros jefes (por lo menos aquéllos que trabajamos para una gran corporación) y que el protagonista de la película que nos ocupa recita constantemente, sacándolas de un cursillo para emprendedores realizado por internet. No hemos cambiado de registro ni la película se ha convertido en, por ejemplo, Recursos humanos (Ressources humaines, Laurent Cantet, 1999).
El delirio de Nightcrawler se torna antológico precisamente por la habilidad de su realizador y guionista para incluir este lenguaje en la trama criminal que se trae entre manos con una naturalidad, a la vez que descaro e insolencia, extraordinaria.
El mayor acierto de Gilroy es la asimilación de lo censurable con la finalidad a conseguir. El distanciamiento amoral no tanto como provocación sino como muestra de su utilidad, que será la única motivación de los protagonistas, productos todos ellos de una economía de mercado en la que se trafica con la recreación del dolor ajeno, focalizando los contenidos más por la verosimilitud convertida en espectáculo que por su verdad. La perversión del mundo del audiovisual. No hay condena pero tampoco se vanagloria a ninguno de ellos, alejándonos de los personajes precisamente por esa comprensión y asimilación de sus motivaciones en un aquí y ahora en el que todo vale por salir adelante.
Todo esto no sería posible sin unos actores cómplices y adecuadísimos a sus personajes como son Rene Russo y Bil Paxton, que secundan a un Jake Gyllenhaal que no desfallece ante los múltiples matices y cambios de registro que experimenta su personaje, yendo incluso un paso por delante del guión cuando debe mostrar la asertividad de su Louis Bloom, siempre en el punto exacto entre la agresividad y la pasividad, la autoconfianza y la ansiedad, la culpa y la rabia.
Finalmente, nos quedamos con ese retrato de Los Angeles que se nos muestra ya en la primera secuencia del largometraje: desde un observatorio Griffith vacío, pasando las mugrientas cocheras de una estación de autobuses, a lo que esconden los puentes de la autopista bajo sus arcos. Lo que domina esas colinas no será el archiconocido cartel de Hollywood, sino esa familia de antenas que se sitúan en lo más alto de la cumbre de las montañas, amplificando la cobertura y alcance de los productos emitidos. Calles vacías donde oímos el eco lejano de una feria con sus luces amortiguadas. Calles oscuras por donde estos rastreadores esperan ganarse la vida una noche más, consensuando la tensión dramática de la realidad de sus semejantes. Ambientes urbanos. El periodismo como proxeneta de las ciudades y sus habitantes. Un mundo laboral habitado por buitres que lo son como único recurso para subsistir… Y a pesar de ser todo esto y mucho más, Nightcrawler resulta una de los hallazgos cinematográficos más divertidos y delirantes en años.