No, de Pablo Larraín
Por Manu Argüelles
Cuando estuvimos elaborando el cuadrante de los horarios, al comprobar que el primer día teníamos programados pesos pesados de la 60 edición como Amour, Bestias del sur salvaje y Blancanieves, nos preguntábamos que más películas de esta magnitud podríamos encontrarnos en posteriores días. La duda se resolvió pronto al día siguiente cuando asistimos al pase de No, dentro de Zabaltegi Perlas. A día de hoy, a falta de tres días, sigue siendo unas de las películas más potentes que hemos podido ver. Ciertamente, Pablo Larraín no era para nosotros un desconocido. Al contrario, Post Mortem (2010), su anterior film, lo sigo considerando como uno de los largometrajes más perturbadores y terroríficos que servidor ha visto en estos últimos años, por no hablar del pegajoso desasosiego que despierta un film como Tony Manero (2008).
En lo que se refiere a Post Mortem, nos situaba en los días previos al golpe de estado de Pinochet en 1973, para servirse de los códigos de las películas apocalípticas y forjar un film escalofriante y con una fuerte carga penetrante en el espectador. No viene avalada por el premio en la Quincena de realizadores del Festival de Cannes y no es para menos. Completa la personal trilogía del realizador chileno donde revisa desde un particular prisma arriesgado, transgresor y personal los tiempos de la dictadura de Pinochet – iniciada con Tony Manero-, donde además los tres films cuentan con su fabuloso actor fetiche, Alejandro Castro.
En el último jalón de la trilogía nos situamos en el final del período, 1988, cuando el dictador, empujado por las presiones internacionales, convocó un referéndum para consultar a la población su continuidad al frente del gobierno militar y, por tanto, la prolongación de la dictadura durante 8 años más. En un clima adverso con una población atemorizada, donde el plebiscito ya está casi caracterizado desde su nacimiento por las estrategias fraudulentas del gobierno, No se focaliza en las campañas publicitarias utilizadas por ambos bandos, la del golpista y la que aglutina a las diferentes fuerzas políticas opositoras mediante la campaña del No. Nuestro protagonista es René Saavedra (Gael García Bernal), un hijo de un exiliado que, desde su visión claramente mercantilista y comercial inherente a todo creativo de la publicidad -la sombra del neoliberalismo norteamericano planea en su visión,- decide hacerse cargo de la campaña del No, con no pocas reticencias, presiones y amenazas, tanto del espectro de la izquierda como del bando del gobierno.
La película de Larraín tiene el sanísimo sentido del humor ácido y vitriólico de comedias satíricas ambientadas en el seno de la política al estilo de La cortina de humo (Wag the dog, Barry Levinson, 1997). Como comedia agria y punzante recupera el humor más misántropo del genial Billy Wilder y el resultado es impecable. Nadie se salvará de los dardos desmitificadores y los diferentes bandos aparecerán sagazmente parodiados, aunque prevalezca en el seno de la película un poso esperanzador, algo que casi se puede considerar como necesario si leemos este film en clave actual. Porque necesitamos creer que saldremos de este atolladero en el que los poderes fácticos nos han embargado. Recuperar la memoria histórica y recrear aquel momento crucial para Chile donde nació la democracia, con todas las comillas que se le quieran poner, tiene, creo, esta voluntad optimista. Porque, al fin y al cabo, llegó el fin de una era y, por ende, nos está implícitamente proporcionando aliento para atravesar estos tiempos tan negros que estamos sufriendo.
Con No, Pablo Larraín se olvida del modelo prototípico de ficciones con voluntad de denuncia ambientadas en el seno político, y el periplo del protagonista no transita desde el idealismo ingenuo hasta la toma de conciencia de aquel que se adentra en un sistema corrupto. Larraín ejecuta su film mediante un proceso inverso al acostumbrado. Una estructura ya corrupta per se, que no hace falta desmantelarla dado que es bien visible la putrefacción de un sistema, lleva a su personaje a una toma de conciencia política inexistente o residual en su inicio, si tenemos en cuenta sus orígenes familiares. Ésta acabará eclosionando a medida que el juego se va haciendo cada vez más sucio. Es como si la actitud política de René Saavedra se hubiese siempre encontrado en un estado de latencia, que acaba despertando ante la marcha de los acontecimientos.
Por supuesto, hay una brutal desmitificación de los resortes propagandísticos de la política como institución, que lleva el asunto de las ideologías a los límites del absurdo y a auténticas situaciones descacharrantes. Por ejemplo, la izquierda con su nulo sentido del humor y su exagerada gravedad y dogmatismo cuando se les propone un discurso que conecte mejor con la ciudadanía. Un retrato de la izquierda, franqueada en diversas fracciones casi irreconciliables -impagable lo del arco iris- que nos recuerda a como la reflejaba Paolo Sorrentino en clave italiana mediante su fabulosa sátira Il divo (2008). Y la derecha militar, bueno, no hace falta hacer mucho para que ellos mismos queden retratados en su patetismo y ridiculez, ¿no? Aquí es donde Larraín tiene más fácil nuestra complicidad y los resultados están a la altura de la absoluta genialidad con momentos auténticamente delirantes cuando se enzarzan en las contracampañas o réplicas de anuncios. Por cierto, René tampoco se salva, porque es innegable que se le va la mano con sus anuncios, recordemos el apunte glorioso de su obsesión por insertar imágenes de mimos en sus trabajos.
No es brillante, especialmente, porque la tozudez de Larraín por respetar los formatos adecuados al momento histórico, aquí los años 80 y el video analógico rudimentario con constantes sobreexposisiones de luz, desenfoques y aspecto desaliñado, otorgan al film un aspecto de veracidad fabuloso, porque el juego le permite insertar imágenes de archivo que diluyen la ficción con el documento histórico real. Nunca podremos adivinar cuándo es imagen de archivo y cuándo no. La inmersión en los horteras años 80 está garantizada. Que no les espante el marco cuadrado del 4:3 y este look tan rudimentario. Verán lo bien que se adapta a la historia como ya sucedía en Post Mortem y la imagen con mucho grano de los años 70.