No podréis matar a David Arquette
Aprender a caer Por Lorenzo Ayuso
Sufrir por vivir
David Arquette tiene miedo de hacerse viejo. Eso asevera, en un gesto de desaire adolescente, su hija mayor Coco. Su padre acaba de comunicar a la familia su decisión de enrolarse en el negocio de la lucha libre profesional con 47 años. La obstinación del hombre, el pequeño de una tercera generación de artistas bien arraigados en Hollywood, encuentra la oposición frontal de su mujer, Christina McLarty, pero por momentos también la de su propio organismo: un cuerpo desfondado, curtido en alcohol y caprichos de bollería industrial, sostenido por dos stents coronarios implantados tras un infarto; un cerebro que, en palabras de su médico, “no funciona de forma normal”, algo que agudiza un cuadro crónico de ansiedad y depresión. Lejos queda el que una vez fuera descrito por Juan Pando como “actor de carácter con mirada incendiaria” 1 a fuerza de ambrosías indies como John (ídem, Scott Silver, 1995) o Soñando con peces (Dream with the Fishes, Finn Taylor, 1997). El retrato que No podréis matar a David Arquette (You Cannot Kill David Arquette, David Darg & Price James, 2020) dibuja en sus primeros minutos bordea el bochorno propio de un típico personality show televisivo, aquel en el que sus protagonistas no terminan de ser conscientes de la proyección que se procura de ellos, de la distorsión de una imagen arrebatada de la realidad. El exceso deviene desapego: véase al desastrado actor revolviéndose ante el personal de enfermería en un brote tras un tratamiento con ketamina durante un análisis neurológico, mientras su esposa aparenta un gesto de normalidad ante la escena. Otro día en la oficina. Otro día en el País de Nunca Jamás.
Durante los primeros estadios del documental, Arquette se lamenta de que se le haya convertido en una broma, en un chiste del que no le está permitido participar. Lo expresa mientras monta a caballo semidesnudo, sin afeitar, con una capa morada de mago colgando de sus hombros, observando al Sol desaparecer en el horizonte. Tal vez él visualizara la imagen como una estampa de fantasía propia de Barrie, pero el filme parece tener otros planes: con su silueta a contraluz, el montaje dilata el corte lo justo para que la imagen se emborrone con un antiestético estornudo. La ostensible inmadurez del casi cincuentón -en el patio de su mansión se amontonan muebles de tamaño exagerado, desde butacas a raquetas de tenis, que distorsionan la perspectiva y le hacen parecer más pequeño- facilita la comparación con Peter Pan, aunque su actitud se acerca más a la de un Niño Perdido. Uno desprovisto de amor, aferrado a los traumas de una infancia disfuncional, fuera de los parámetros de lo convencional, y en continua búsqueda de una aceptación que no llega. Sea esta referida a Hollywood (su filmografía se nutre del circuito off), al wrestling (del que se declara fan confeso) o a su entorno (en penitente estado de alarma). Se diría que nadie sintiese otra cosa que vergüenza con este incorregible kidult, menos aún con sus locas ilusiones de trascender en un escenario donde, ya de por sí, se presupone el rechazo.
En sí, No podréis matar a David Arquette narra el camino de redención de un individuo lastrado por las consecuencias de un error del pasado: en el año 2000, y como parte de la promoción de la escatológica comedia Listos para luchar (Ready to Rumble, Brian Robbins, 2000), se hizo con el título mundial de los pesos pesados de la World Championship Wrestling (WCW, a la propiedad de Time Warner, estudio detrás del filme) tras derrocar a Jeff Jarrett en una pelea a cuatro en la que también intervenían Eric Bischoff y Diamond Dallas Page. Sin preparación física y con escasos recursos técnicos, el “chico de Hollywood” embestía al entonces campeón Double J y tras el conteo reglamentario de tres le arrebataba el oropel. El stunt se prolongó apenas dos semanas, las justas para que se ganase la enemistad de la afición internacional en torno al pressing catch, e hirió de muerte a una competición cuyas líneas maestras trazaban, un tanto a la desesperada, Vince Russo y Bischoff, esperando revigorizar una competición en irremisible decadencia 2. La estratagema comercial de recurrir a estrellas de la cultura popular no era en sí misma infrecuente, mucho menos para esta federación –para el recuerdo, la incursión del siempre controvertido Dennis Rodman, que faltó a los entrenos de los Chicago Bulls en plenas finales de la NBA en 1998 para intercambiarse guantazos con Hulk Hogan-, pero no así la concesión del máximo reconocimiento a un advenedizo. Aquello, escriben los cronistas del ring, devaluó el deporte. Máxime siendo el elegido un actor, profesión que se queda pequeña para los hiperbólicos cuerpos que se mecen entre las cuerdas de la plataforma, siempre bajo la constante duda sobre la legitimidad, es decir, la realidad, de su oficio.
Volver a combatir (o empezar a hacerlo legítimamente) y padecer sus dolorosas secuelas es el martirio por el cual aspira al amor no correspondido, para emprender, a su modo, el camino del héroe, transformándose de famoso quemado a estrella de renovado fulgor. Por tanto, este documental performativo condensa este tardío viaje iniciático, uno que esconde el temor a la mortalidad propia (Arquette tomando la determinación en plena rehabilitación de la cirugía cardíaca), y que solo se aplaca enfrentándose a la muerte misma, la que el desafío implica.
Sufrir para vivir
En su análisis de las particularidades de la lucha libre, el erudito Broderick D.V. Chow señalaba la contradictoria naturaleza de esta a menuda vituperada disciplina: “Aunque aparentemente violento y hostil, es en realidad una práctica basada en el cuidado del otro” 3. Lo ejemplificaba con uno de los movimientos básicos, el lock-up, por norma el paso inicial de un combate: los dos luchadores se colocan frente a frente, en espejo, con la mano izquierda agarrando el cuello del contrario y la derecha acomodándose sobre el bíceps opuesto, la pierna derecha atrás, dejando espacio a la izquierda del enemigo. La tensión patente, con los músculos cimbreando ante el esfuerzo mutuo, evoca el esfuerzo de la lucha grecorromana, pero la clave de su correcta demostración está en la suavidad con la que se ejecuta. “Es una llave que no lo es, un esfuerzo contra el otro que al mismo tiempo es cooperativo”, lo definía el académico, después de meses de un entrenamiento directo que le permitió placar cualquier prejuicio sobre el deporte 4. Aun en el uno contra uno, el wrestling se configura como un trabajo en equipo, partiendo de la asunción de que quienes se reúnen entre los postes del paralelogramo persiguen un objetivo conjunto, más allá del dictamen definitivo del árbitro.
La separación entre realidad y ficción se difumina con los ríos de sudor que surcan la encrespada anatomía de los guerreros. Frente a la teatralidad del ejercicio, que parte de un preacuerdo básico sobre la narrativa dispuesta (quién es el bueno, o face; quién es el malo, el heel; cuál es el punto de giro, quién gana), se planta el dolor inherente a su práctica, imposible de prever en su justa medida durante el ensayo preliminar. Hay que hacer creer al público que lo que observa es real, y aun así el proceso no deja nunca de serlo. El sacrificio físico es absoluto, ergo el resultado ha de serlo también. “Cuando los luchadores ganan títulos se sienten como en una obra de teatro en la que eres el rey, y estás tan orgulloso y piensas que es tan real, que te llevas la corona a casa, y la usas”, comenta el agudo RJ City, estrella canadiense de los circuitos independientes que se convertirá en la némesis sobre el escenario del protagonista; esto es, su principal aliado para el objetivo marcado. Su intervención, a punto de cumplirse la hora de metraje, explica el porqué de lo que se ha visto hasta el momento. Púgiles, profesionales y amateurs, y fanáticos de todas las edades se unen al manifestar su odio a Arquette y en la pretensión de hacerle sufrir lo que no sufrió 18 años atrás cuando accedió a la gloria. Toca un baño de realidad, de sangre: en su primer test para volver al circuito, acaba apalizado en el jardín trasero de una vivienda, sin público, por un puñado de jóvenes ofendidos que se encargarán de “darle una lección”, en el estrato más bajo de la cadena del entretenimiento; a continuación, viajará a México para bregarse con atletas callejeros en busca de limosna. Y así, hasta que pueda considerársele elegible para una pelea estandarizada.
Para cuando No podréis matar a David Arquette alcanza su último tercio, queda claro que el propio documental también participa de la idiosincrasia del wrestling, al desarrollarse como una storyline idónea para el alter ego pugilístico de Arquette, de cara al gran enfrentamiento final con Ken Anderson (popularmente conocido como Mr. Kennedy en sus años en la WWE). El documental, de hecho, se abre con una amenaza del gigante de Wisconsin, asumiendo labores de heel, contra el intérprete. O más que una amenaza, una gran promo, pues el encuentro entre ambos en el Legends of Wrestling de Detroit, dará cierre satisfactorio al filme, que incluso mostrará el abrazo fraternal entre los contendientes en el vestuario. La aparente victoria del rebautizado como “Magic Man” que se plasma en el final de la película no es sino un truco, al menos si nos atenemos al resultado mismo del envite y no al resultado moral, pues es Anderson quien oficialmente lo derrotó en el evento 5. Esta misma decisión de montaje revela a Christina McLarty, a la postre productora del documental, como promotora en sentido estricto, de acuerdo a las reglas del deporte. Es ella quien dictamina quién ha de ganar y perder, quien prefigura también la imagen de su marido en pantalla y ante la audiencia.
McLarty, periodista formada tanto como becaria de Hillary Clinton como en la división de documentales de la MTV, aporta a menudo la exposición de los hechos que mejor se adhieren al propósito, la que verbaliza los temas del filme y establece el orden secuencial. La que también ayuda a completar el arco del personaje Arquette, cuando lo sorprende antes del encuentro en Detroit vestida como Miss Elizabeth, el amor platónico de su esposo desde la infancia (tal y como él mismo repite durante el metraje), para acompañarlo a su entrada al cuadrilátero como aquella hiciera con “Macho Man” Randy Savage. La torpe puesta en escena del momento siembra la duda sobre si se trataba de un acto genuino o de una escenificación premeditada, y por lo tanto otro ejemplo de asimilación por parte de ambos de la narrativa mitificada de la lucha libre. La presencia de cámaras invita a inclinarse por esto último, que no necesariamente ha de tomarse en negativo. No si lo entendemos como parte de la exigencia del wrestling, un arte colaborativo que requiere de quien entra en su decorado que cuide y proteja a su par. Y si algo relata No podréis matar a David Arquette es precisamente la integración en un mundo de iguales.
Sufrir, vivir
Aun habiéndose construido con un final claro y previsible, el pasaje de mayor impacto en No podréis matar a David Arquette le corresponde a un golpe imposible de predecir. Se trata de la secuencia del infausto Death Match -es decir, un combate sin reglas donde se permite el uso de toda clase de objetos, y por tanto donde la violencia se baña literalmente en tintes martíricos- contra Nick Gage para la empresa independiente Game Changer Wrestling en noviembre de 2018, en el que el actor sufrió una herida fatal en el cuello. El documental no se detiene a examinar las causas del accidente sino el tumulto inmediatamente posterior, en el que Arquette afronta la incertidumbre de verse sangrando profusamente, sabiéndose fuera del guion acordado, y tal vez rumbo a una muerte patética. Sin apenas recursos gráficos para mostrarlo, se divisan imágenes fugaces del único interviniente en el documental que rehúsa tomar parte de este, Luke Perry. Escondido bajo una gorra y una barba desaliñada, el rompecorazones de Sensación de vivir (Beverly Hills, 90210, Darren Starr, 1990-2000) se esmera en parar la hemorragia del que resulta ser su amigo de juventud, y a quien se topaba casualmente a las puertas de una muerte aparente. La lesión de Arquette sanó; Perry falleció el 12 de marzo de 2019 a consecuencia de un ataque al corazón.
Como decíamos, más allá de los ensayos técnicos, lo que sucede en el cuadrilátero obedece a la improvisación. El bestiario moderno debe dejarse fluir, dejarse llevar por los acontecimientos. En el alucinante desenlace de la WWE Royal Rumble 2005 (idem, Kevin Dunn, 2005) que enfrentó a Dave Bautista (entonces solo Batista) y John Cena, una mala coordinación de movimientos en la finalización provocó que la victoria prevista por guion para el primero se transformara en una inesperada doble eliminación de ambos, al caer a la vez fuera del tetrágono; la irrupción de un iracundo Vince McMahon, presidente de la compañía, para poner orden en el desconcierto solo aumentó el caos, al desgarrarse este los cuádriceps en su subida a la plataforma. Todo prosiguió hasta encauzarse el desenlace, no había otra opción. La capacidad de improvisación lo es todo para “vender” en el wrestling. Hay que vivir el momento, soportando el dolor cuando la realidad no se corresponde con el plan.
En retrospectiva, Arquette reflexionaba sobre el aprendizaje de la experiencia: “Me ha enseñado mucho sobre el tiempo, porque el tiempo en el ring pasa deprisa” 6. La piel se amorata, los tendones se deshilachan, las articulaciones se anquilosan. Y sin embargo, el frenesí, la energía colectiva, aúpa a esos gladiadores sobre esa carpa a un plano superior de realidad, una realidad aumentada, donde todo parece posible. Incluso superar la más dura de las derrotas, el daño más lacerante. De ahí la importancia de aprender a caer, a absorber el golpe. Hay un propósito, una narrativa insalvable, a diferencia del azaroso plano de lo mundano. Cuando más se acerca al sufrimiento inherente a la práctica del wrestling, No podréis matar a David Arquette más se reafirma en que la vida siempre será más dolorosa. Especialmente cuando muere aquel a quien quieres. Especialmente cuando toca asumir que ya eres, en palabras de tu insolente hija, que ya eres un viejo.
- PANDO, Juan (2001): “Perfil: David Arquette”. En La Luna del Siglo XXI, Nº 134, 29 de junio de 2001. Recuperado de: https://www.elmundo.es/laluna/2001/LU134/lu134-arquette.html ↩
- La World Wrestling Federation (WWF) terminó por comprar la WCW menos de un año después de estos acontecimientos, en marzo de 2001, terminando con una rivalidad que se alargaba durante 20 años entre ambos torneos. En 2002, la competición líder se renombró como World Wrestling Entertainment, por motivos ajenos a esta absorción de activos. ↩
- D.V. Chow, Broderick (2014). “Work and Shoot: Professional Wrestling and Embodied Politics”. En TDR. Vol. 58, No. 2 (Summer 2014), pp. 73 ↩
- Ídem. ↩
- LEE, Joseph (2019). “Results From Brian Knobbs’ Legends of Wrestling Show: Ken Anderson Defeats David Arquette”. En 411Mania. 22 de abril de 2019 (Fecha de consulta: 04.12.2022): https://411mania.com/wrestling/results-from-brian-knobbs-legends-of-wrestling-show-ken-anderson-defeats-david-arquette/ ↩
- YAMATO, Jen (2020). “Q&A: Why David Arquette chased his pro wrestling redemption to the brink of death”. En Los Angeles Times. 1 de septiembre de 2020 (Fecha de consulta: 04.12.2022): https://www.latimes.com/entertainment-arts/movies/story/2020-09-01/you-cannot-kill-david-arquette-documentary-interview-wrestling ↩