No Sudden Move

Lo que es mío Por Raúl Álvarez

Cuenta Peter Biskind en Sexo, mentiras y Hollywood que, tras el fiasco de Kafka, la verdad oculta (Kafka, 1991), Steven Soderbergh aprendió a la fuerza una de esas viejas máximas sobre el negocio de cine que circulan por Los Ángeles: “Una para ti, otra para ellos”. Pura lógica capitalista que significa “puedes permitirte un Kafka solo si tu película anterior ha sido un éxito”. La carrera de Soderbergh ofrece un perfil orográfico irregular precisamente porque sigue ese sendero no siempre equilibrado de valles y montañas, entre concesiones tipo Ocean’s Eleven (2001) y experimentos como Bubble (2005). Sin embargo, y esto es lo significativo, presume a la vez de una coherencia envidiable por cuanto las dinámicas del dinero, ese “jodido sistema” del que suelen quejarse sus protagonistas, vertebran todas y cada una sus películas. Merecido o no, lo cierto es que el golpe de Kafka precipitó para bien la obra de uno de los cineastas norteamericanos que, junto con Scorsese, mejor ha sabido señalar con el dedo las aberraciones del capitalismo en las tres últimas décadas.

En No Sudden Move (2021), trabajo alimenticio para HBO Max, Soderbergh apunta hacia el llamado escándalo de los catalizadores. A mediados de los años cincuenta, los cuatro principales fabricantes de la industria norteamericana del automóvil acordaron ocultar la tecnología que habría permitido reducir las emisiones de gases procedentes de los tubos de escape. El guion de Ed Solomon magnifica, solo hasta cierto punto, la implicación del crimen organizado en dicho plan. Concebida a modo de juego de muñecas rusas, como la saga Ahora me ves… (Now You See Me, 2013), el mayor éxito comercial hasta ahora de su guionista, la historia plantea un típico drama criminal que combina pellizcos de violencia y golpes de humor en una trama solo en apariencia compleja, saturada de personajes y subtramas. Es justamente esta sobreabundancia de elementos dramáticos la culpable de que la película no tenga la fluidez de otros trabajos de Soderbergh, un director a quien los guiones de manual, medidos, le sientan mal. Se aprecia bien, por ejemplo, en Magic Mike (2012) y Efectos secundarios (Side Effects, 2013).

No Sudden Move

Soderbergh se adapta mejor a escenarios de una cierta anarquía, con margen de libertad, de historias leves o lo suficientemente abiertas para que él pueda someterlas a su aparato audiovisual. No Sudden Move vuela cuando se quita los grilletes, principalmente una verborrea que complica sin necesidad diálogos y situaciones, y una progresión narrativa de carácter televisivo, pensada para levantarse sin cargo de conciencia del sofá o pausar cada media hora la reproducción del filme en el móvil. La película es más de Soderbergh que de Solomon cuando fluyen los travelling, la planificación expresiva, el montaje de reacción-acción y la música de David Holmes. Como es habitual, el director se ocupa personalmente de la fotografía y del montaje parapetado tras los nombres de Peter Andrews y Mary Ann Bernard, respectivamente, y eso salva la película de la mediocridad artística. No se dice lo suficiente: Soderbergh es un director de fotografía excepcional.

Se aprecia de manera particular en la presentación de los tres personajes principales. Curt Goynes (Don Cheadle) aparece caminando sobre un horizonte urbano azul, al alba, en una serie de tomas perfectas que parecen salidas de la cámara de Stephen Shore. Es un tipo solitario, elusivo, que prefiere los espacios abiertos, como se demuestra a lo largo del metraje. A Ronald Russo (Benicio del Toro) lo describe en el interior de su apartamento, iluminado con tonos cálidos, mediante planos largos y ángulos ligeramente contrapicados que sugieren una personalidad dominante, segura de sí misma, y sin embargo vulnerable. Y a Matt Wertz (David Harbour), también en su casa, lo retrata entre sombras, como un fantasma, acicalándose para su amante mientras mantiene una conversación inane con su esposa. A poco que uno se detenga en estos detalles, se da cuenta de que un Soderbergh a medio gas sigue siendo un creador mayúsculo, dotado de la cada vez más rara capacidad de crear imágenes indelebles. De filmar, en definitiva, con intención, pulso y sentido.

No Sudden Move

No Sudden Move está lejos sin embargo de sus mejores propuestas comerciales. La pereza del segundo acto, insustancial hasta el extremo, frena en seco el ímpetu del arranque, y la película sufre para llegar al tercio final. Ni Ray Liotta, ni Brendan Fraser, ni Jon Hamm son capaces de sostener un tramo tan hueco y plúmbeo, concebido como un pobre episodio de transición de una serie media de televisión. Entonces uno piensa en lo que habría sido la película o, al menos, esta parte con alguno de los actores incluidos originalmente en el reparto: Nicolas Cage, George Clooney y Josh Brolin. La cinta remonta de la mano de Matt Damon (Mike Lowen), el comodín favorito de Soderbergh en los últimos años, porque con él encajan de golpe cada una de las piezas que hasta ese momento componían un serio follón argumental. Si bien es cierto que su presencia constituye un deus ex machina de mal guionista, un recurso frecuente en los libretos de Solomon, no lo es menos el hecho de que en este caso era necesario para salvar los muebles del tercio final y añadir un poco de estilo a una película con más nombres que intérpretes.

En la caracterización de Lowen –su gestualidad y personalidad clasistas, su indiferencia ante la muerte, su cínico pragmatismo–, así como en la puesta en escena de su despacho, se sintetiza además la crítica de Soderbergh al capitalismo y la sociedad norteamericanos que emergen tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque breves, sus apuntes sobre racismo, violencia doméstica, incomprensión intergeneracional, lesbianismo, corrupción policial y ausencia silenciosa del gobierno federal son suficientes para elevar No Sudden Move por encima de la media de la producción de las plataformas. También convoca una reflexión incómoda: acaso el mejor Soderbergh sea el que trabaja para “ellos”, no para sí mismo.

 

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