Nobi (Fires on the Plain)

Mundo Caníbal, Mundo Salvaje. Por Domingo López

El realizador italiano Bruno Mattei ocupó sus últimos días profesionales en Filipinas, filmando diversos remakes de títulos de culto dentro del cine caníbal, como Cannibal World/Mondo Cannibale (2004), una descuidada versión low cost del Holocausto Caníbal (Cannibal Holocaust, 1980) de Ruggero Deodato. A tenor de lo visto en Nobi (Fires on the Plain), quizá esta haya sido la inspiración primigenia que decidiese al creador de la saga Tetsuo para llevar a cabo esta adaptación del film del mismo título (aunque conocida en España como Fuego en la Llanura) que Kon Ichikawa filmase allá por el año 1959 basándose en la novela de Ooka Shohei.

Y es que no son pocos los puntos en común con aquellas económicas cintas antropófagas filmadas por el italiano: idéntica fotografía en video crudo (posiblemente se filmara con las mismas cámaras, alquiladas directamente en Filipinas), idénticas localizaciones selváticas, idéntica pasión por el gore chusco (cuyo uso, abuso y exceso termina dinamitando cualquier atisbo de realidad pretendido por el relato) y, por último pero no menos importante, coinciden en su temática central: el hombre que devora al hombre.

Nobi (Fires on the Plain)

El argumento se centra en la historia de un soldado japonés durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial (personaje que interpreta el propio realizador del filme) y su lucha por la supervivencia en una pequeña isla del archipiélago filipino a punto de caer en manos de los soldados americanos. Enfermo de tuberculosis, rechazado por el hospital de campaña sobreocupado por mutilados de guerra y casi sin alimentos (excepto algún boniato ocasional aquí y allá) une su camino a otros soldados en su misma situación, quienes logran llenar sus estómagos con lo que ellos llaman “carne de mono” y que posteriormente descubriremos su procedencia mucho más cercana.

Shinya Tsukamoto, artista multiplataforma, piedra angular del movimiento cyberpunk en el cine japonés y realizador de culto habitual en los festivales de cine internacionales, llevaba sin estrenar una película en la gran pantalla desde la psicológica y atmosférica Kotoko (2011), que pudimos ver en el festival de Sitges y que se llevó el premio Orizzonti en el festival de Venecia de ese mismo año. Las aspiraciones artísticas de aquella quedan, incomprensiblemente, a años luz de lo que podemos ver en Nobi (Fires on the Plain), una cinta en la que nunca termina de quedar claro si su intención de ofrecernos un relato anti-belicista basado en llevar al paroxismo la idea del infierno de la guerra o simplemente pergeñar una cinta exploitation para fans de la casquería y las proyecciones de medianoche.

Nobi (Fires on the Plain) Tsukamoto

Quizá una opción inteligente hubiera sido estrenar la película en blanco y negro, lo que hubiera servido para enmascarar los defectos visuales de la película, eliminando los verdes casi en technicolor de las selvas filipinas presentes durante todo el metraje, para optar por una visión más íntima de la narrativa centrada en los personajes. En vez de eso, el director parece recrearse filmando la selva, rellenando minutos y minutos con panorámicas y postales a contraluz acompañadas con una narración que suponemos directamente extraída del libro en el que se basan las dos versiones cinematográficas y que, en la mayor parte de las ocasiones, resulta un fallido intento de insuflar algo de psicología del sufrimiento al soldado Tamura. Un narrador intermitente, que termina por perderse entre las distintas secuencias de su, a todas luces, excesivo metraje.

En mitad de la tragedia, nos quedamos con el trabajo de los actores (incluido el del propio Tsukamoto, con amplia experiencia en este campo), que logran superar el hándicap de un maquillaje de festival de fin de curso, aportando dignidad a su trabajo. Los secundarios, sobre todo ese dúo recurrente que sobrevive gracias a sus cambalaches de cigarrillos por boniatos (y que más tarde descubrimos la procedencia de su casi infinito stock tabacalero) también realizan un trabajo más que reseñable (especialmente el enorme Lily Franky, al que hemos visto recientemente en las mucho más recomendables Judge! y Yakuza Apocalypse), si bien llegan a ser eclipsados en cuanto el despliegue carnicero hace su aparición.

Si en sus primeros trabajos, Tsukamoto se adscribía al movimiento de la Nueva Carne (que en su cine era mutilada, despedazada y fusionada con piezas de metal), ahora opta por cerrar el círculo (de manera consciente o no) sumergiendo al espectador en un éxtasis casi pornográfico de amputaciones, cerebros derramados y chorros de sangre escarlata. Que su carrera llegue a terminar o no como la del inefable Bruno Mattei es algo que aún está por ver.

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