Nocturna Parte I: la imposibilidad del hogar

Piedra, papel y tijera, I Trapped the Devil, Amigo y Artik Por Ignacio Pablo Rico

Llegada a su fin esta séptima edición de Nocturna Madrid, festival dedicado a la exhibición de esos cines fantásticos que crecen como hierbajos en los márgenes del mainstream, adquiere solidez la tendencia preponderante desde que, en 2017, tomara las riendas como director Sergio Molina. Nos encontramos con una muestra de treinta películas —a las inéditas en España se suman proyecciones retrospectivas de El cuervo (The Crow, 1994) y Señales del futuro (Knowing, 2009), del esencial Alex Proyas— que da cuenta de predisposiciones diversas del fantástico, tanto en lo temático como en lo genérico. Abandonada esa inclinación —que alcanzó su culmen en 2015 y 2016— de apostar por un cine de género de falso prestigio, el Nocturna se ha acogido de manera desprejuiciada a un terror sin complejos de sí mismo, manteniendo viva la voluntad de descubrir a los aficionados una serie de cineastas, técnicos e intérpretes sin cabida a menudo en los circuitos hegemónicos de exhibición.

Con la Gran Recesión, asistimos a un repunte del home invasion, que en los últimos años ha ido mutando hacia una formulación más perversa, fruto en parte de incertidumbres de la cotidianeidad, como las derivados de las políticas inmobiliarias. De la inseguridad de los espacios que creíamos habitables —The Collector (Marcus Dunstan, 2009) o The Purge: La noche de las bestias (The Purge, James DeMonaco, 2013)—, transitamos hacia la imposibilidad de constituir un lugar, entre cuatro paredes, que nos proporcione un confort diario de orden emocional y vivencial.

Nocturna 2019

 Piedra, papel y tijera

En la argentina Piedra, papel y tijera (Martín Blousson y Macarena García Lenzi, 2019. Sección Oficial), como si de un cuento de Julio Cortázar o Antonio Di Benedetto se tratara, la nostalgia «a la argentina» se convierte en una trampa letal para Magda, quien, a la muerte de su padre, regresa desde su actual residencia en España a la casa donde creció junto a sus dos hermanastros, y de la que huyó siendo adolescente. Allí se topa con sus aún jóvenes familiares, que han quedado cristalizados en el tiempo, presos de traumas y neurosis infantiles. Con un sentido del humor extravagante, Piedra, papel y tijera medita maliciosamente sobre la imposibilidad de hacer las paces con lo que dejamos atrás. La dedicada entrega de Agustina Cerviño, Valeria Giorcelli y Pablo Sigal a sus papeles facilita que funcionen las dinámicas estrafalarias, ajenas a toda norma, de los personajes en pantalla; una lástima que, superado su primer tercio, dé la sensación de que Blousson y García Lenzi no sepan muy bien cómo sacar partido al material que tienen entre manos, y apuesten por la reiteración abusiva de situaciones, amén de los subrayados constantes que equiparan el relato con El mago de Oz (Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939).

El reencuentro entre hermanos también puntea la prometedora ópera prima I Trapped the Devil (Josh Lobo, 2019. Dark), en la que una fraternal reunión navideña acaba por desvelar las tensiones, intereses ocultos y lazos rotos que median la relación entre Matt y Steve. En medio de todo ello se halla el mismísimo Satanás —la magnética voz de Chris Sullivan es quizás el aspecto más memorable de la cinta—, quien opera sus planes aprovechando las debilidades humanas. A medida que I Trapped the Devil avanza, gana protagonismo la lucha entre el Bien y el Mal, pero los hombres no están a la altura, ni aun siendo hermanos, de las exigencias de la batalla. Inquietante desde sus planos inaugurales, la alucinada fotografía de Bryce Holden y diversos recursos visuales —como las apariciones de una extraña mujer en televisión, que emergen de un canal sin emisión—, el filme de Lobo es uno de los más sofisticados y sugestivos en términos de imagen que hemos visto estos días. Lamentablemente, llegada la segunda mitad, los personajes se limitan a pasear por los escenarios y a mantener diálogos que no aportan a lo visto previamente. Como cortometraje, I Trapped the Devil podría haber sido magnífico.

I Trapped the Devil

I trapped the Devil

En el caso de la ganadora del «Premio Nocturna Madrid Paul Naschy a la Mejor película», Amigo (Óscar Martín, 2019. Sección Oficial), el conflicto proviene del resentimiento a que ha dado lugar una amistad irrecuperable, destruida por los bandazos de la existencia. Javi sufre un terrible accidente que le deja graves secuelas de movilidad, y Sergio decide cuidarlo en su propio hogar. Un entorno que debería ser acogedor, pero transmutado en un espacio deprimente, incómodo, dada la pesadilla física y psicológica que se cierne sobre la pareja protagonista. No podemos dejar de aludir a los constantes esfuerzos de realización y fotografía en Amigo, así como a una mirada audaz al biological horror a partir del cuerpo de Javier Botet; valores rotundos dentro de un conjunto fallido. La fuerza de la historia se diluye cuando Botet, Martín y Pareja —el trío de guionistas— apuestan por una serie de desvíos oníricos que echan a perder algunos de los hallazgos de Amigo. La trama desemboca además en un desenlace plenamente convencional, dinamitando la ambigüedad de los roles de captor y preso mantenida durante los primeros compases.

Víctimas de hogares rotos, Adam y Holton encuentran la oportunidad de cicatrizar sus heridas a través de la empatía en Artik (Tom Botchii Skowronski, 2019. Dark). La huida hacia adelante parece ser el único horizonte para ambos, enfrentados a Artik, un psicópata obsesionado con los cómics que busca, entre los niños a quienes cría en reclusión, a alguien con la pureza interior suficiente como para encarnar la versión real de los arquetipos heroicos de las viñetas. Entre los muros de la granja donde se ha criado, Adam y sus padres adoptivos reproducen una versión enfermiza, al borde de la sátira, de las dinámicas habituales en una familia white trash del sur estadounidense. Artik sabe trascender las limitaciones de otras películas de psychokillers, que apegadas a la tara psicológica del villano, lo reducen a un tipejo atrapado en ridículas parafilias. Sin renunciar a una cierta carga psicológica, Botchii Skowronski apunta a la idea del asesino serial entendido como artista obsesionado con una búsqueda trascendente, llevada a cabo a través de la puesta en práctica —y en escena, tanto por él como por el cineasta— de unos determinados rituales destructivos/creativos. Un filme virulento y macabro, con resonancias setenteras en su grano fotográfico, que logra dejarnos cierta huella en apenas una hora y diez minutos de sintético metraje.

Artik

Artik

 

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