Nocturnal
La edad del consentimiento Por Pablo Sánchez Blasco
A Nocturnal (2019), la primera película de Nathalie Bianchieri, le ocurre un poco lo mismo que a su personaje protagonista, interpretado por el músico Cosmo Jarvis. Su relato se mueve de manera escurridiza en una dinámica de indecisión y encubrimiento, un querer llegar a alguna parte por el camino más largo, o de llegar a un último punto sin dejar de pasar antes por todos los demás. Su meritorio trabajo de puesta en escena contrasta con algunos vacíos de guion que lastran su desarrollo y suman confusión a un relato de secretos y amores no correspondidos, de olvidos y traumas del pasado que regresan de manera insospechada.
En su primera parte, Nocturnal plantea un juego sensacionalista con el tabú de la pedofilia y el acoso sexual a menores. La película nos expone la relación entre una adolescente y un hombre adulto desde los códigos del thriller de intriga y suspense. En su primer encuentro, Laurie practica atletismo en la pista mientras Pete pinta las gradas con una raya de color rojo, precisamente el símbolo que marca su distancia hacia la chica y que provoca, o que parece provocar, el deseo voyeur de este. En el segundo, la situación se repite de manera semejante, pero ahora ambos están situados a la misma altura y separados solamente por la valla del recinto deportivo. La sociedad no permite que Pete se acerque a Laurie y, de hecho, su primer intento es abortado y ridiculizado por la chica. Será ella, en cambio, la que se acerque a él de una manera impulsiva y tan poco justificada en un primer momento como imprecisa durante las siguientes escenas.
Imprecisa porque, para ella y su madre, la presencia de Pete enseguida se entiende como un elemento anómalo que amenaza su normalidad. ¿Qué le atrae de él? Primero, Laurie utiliza al adulto para dar celos a otro chico y como gesto de desafío y desobediencia hacia el centro donde estudia. Pero, lejos de arrepentirse ante las contradicciones de este, ambos toman confianza y Laurie convierte al extraño en un sustituto del padre ausente, un confidente externo y ajeno a su ambiente al que contar sus deseos y frustraciones. Ni le importan las burlas de sus compañeros de clase ni la evidente diferencia de edad entre ellos. Pero Pete tampoco la obliga a comportarse como una persona adulta porque es él quien parece regresar a su adolescencia y comportarse de una forma más inmadura aún.
Desde este punto de vista, resulta más interesante la descripción del protagonista como estereotipo de acosador. Bianchieri le define siempre con unos colores azulados que le empastan con las calles y los edificios de su barrio. Pete está atrapado literalmente en su modo de vida. Personaje inmóvil, voyeur de prismáticos, obligado por trabajo a decorar las casas de otros, parece haberse estancado en una edad inferior a la suya, objeto de mofa de los chicos de la zona –el niño al que ahuyenta cada día de su portal, los compañeros de instituto de Laurie–, y persona incapaz de establecer una relación sentimental a largo plazo.
No cabe duda de que ambos constituyen una pareja totalmente anómala y contradictoria para el cine de hoy. Sin embargo, Nocturnal rechaza proseguir este conflicto y, sin llegar nunca a valorar sus encuentros, apuesta por un cambio radical de temática, por un giro sorprendente –aunque anunciado desde la puesta en escena y los matices del reparto–, que actualiza la relación entre ambos y privilegia su contexto social sobre los matices sentimentales. La película abandona así los terrenos iniciales de moral ambigua para llegar al espacio decoroso y políticamente correcto del melodrama.
Su estrategia, sin embargo, resulta muy interesante. Eliminando información fundamental de su contexto, de los deseos y necesidades de Pete y Laurie, la película nos aboca primero a la libertad interpretativa para ofrecernos luego una corrección, o, en cierto modo, un correctivo reemplazando la lectura sexual y morbosa de su relato por una lectura puramente socioeconómica. La directora nos permite creer que rechazamos a Pete por su edad para después avisarnos, y de paso censurarnos, que lo hemos hecho por su estilo de vida, por su manera torpe de expresarse, por su trabajo, por su apariencia física y hasta por su vestimenta. Rechazamos a Pete porque es de clase inferior a Laurie. Y ella le acepta, le permite acercarse a ella, por las mismas razones, porque le supone un juego sin peligro alguno.
Nuestra mirada elige siempre el aspecto personal de los hechos frente al aspecto social. Pero al girar el tablero en Nocturnal, la víctima resulta ser el acosador, y su objetivo, un elemento más en la cadena de opresión que le condena a ser solo mirada, a constituirse como deseo de otra vida ajena. Con las revelaciones del segundo tercio, Nocturnal repara, en cierto modo, las incomprensiones de su primera mitad y afirma con más certeza el clasismo existente en la sociedad británica. De este modo, la película acaba por convertirse en una reescritura inversa pero complementaria de Fish Tank (2009), la segunda película de Andrea Arnold. Si el film de Bianchieri presenta el segundo como una realidad oculta o velada por la pantalla del primero, el film de Arnold hacía del primero la consecuencia de una misma actitud de superioridad hacia la realidad del segundo. De hecho, conviene recordar que Katie Jarvis, protagonista de Fish Tank, fue humillada recientemente al conocerse su empleo como guardia de seguridad, como si el tema planteado en la película no hiciera más que confirmarse y darle la razón a su directora.
En el tramo final de Nocturnal, la película se muestra mucho más convincente que en el primero. La directora decide pasar de lo ajeno a lo propio, de la tercera persona a la primera, y terminar el drama con una utopía de esperanza y reconciliación. Laurie utiliza sus dotes de atleta para correr hacia atrás, hacia la izquierda de la imagen, en una reversión de lo hecho hasta entonces. Y la valla que antes servía de obstáculo para ellos se vuelve pasarela invisible de conexión entre mundos distintos. De la inquietud a las promesas de futuro. De un clasismo atávico a un mundo de oportunidades –previo al Brexit y, por supuesto, al coronavirus, suponemos– todavía disfrutables. Y de un thriller turbio sobre deseos y frustraciones personales a un emotivo, al final suficiente, melodrama sentimental.