Nuestra hermana pequeña

La fuerza de lo humano Por Mireia Mullor

La nueva película de Hirokazu Kore-eda empieza igual que acaba: con un funeral. La muerte, que es principio y es fin, se revela ante los personajes de Nuestra hermana pequeña como un punto de inflexión, una amarga convergencia entre la vida y la muerte y los desengaños que se han de aceptar. El Festival de San Sebastián ha acogido una vez más el saber hacer del director japonés, que nos trae un film lleno de ternura y amabilidad, de amor familiar que se distancia de lo pomposo y edulcorado para ser, simplemente, un retrato de lo real. De lo palpable: la supervivencia.

Nuestra hermana pequeña cuenta la historia de una trío peculiar de hermanas que, tras la muerte de su padre, deciden acoger en su casa a la hija que este tuvo con otra mujer. «La hija de la mujer que destruyó tu familia», como dice uno de los personajes cercanos a las hermanas. Aun sabiendo de dónde viene, se forjará entre ellas una relación que hará descubrir a la pequeña Suzu la vida fuera del pueblo y alejada de su descuidada madre. Cuatro mujeres de diferentes edades y personalidades que conviven bajo el mismo techo con un mensaje claro: el entendimiento entre la familia como vía para crecer, madurar y aprender. Una gran representante del shomin-geki japonés (historias de la gente común) que huye de los dramas extremos o los grandes acontecimientos. Kore-eda filma la vida, tal como la ve, con el optimismo y la fe en la juventud que ya mostró en películas como Kiseki (2011) o De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru, 2013). Y es sobre todo en la figura del hermano mayor donde el director japonés encuentra su fuerza más potente, ya que son esos personajes, tanto masculinos como femeninos, los que se encargan de un hogar abandonado o dejado, a veces con grandes dosis de dramatismo como en Nadie sabe (Dare mo shiranai, 2004) y otras, como es el caso del film que nos ocupa, con aplomo y buenrrollismo. Es en estas sencillas historias que Kore-eda viene tiempo representando en la gran pantalla donde se advierte que la figura de los padres deja mucho que desear, una serie de cuentas pendientes que el director utiliza a modo de terapia cinematográfica. El ejemplo más claro es cuando la hermana mayor y la adoptada Suzu gritan con todas sus fuerzas al abismo de las montañas: «¡Papá/Mamá es un/a idiota!». El alivio de sus caras parece representar a todos esos personajes de su filmografía que necesitan desesperadamente un chillido al viento.

Pero la sensibilidad de Nuestra hermana pequeña no reside solo en lo honesto de su argumento, sino que se construye desde la contraposición de planos lejanos, mirando desde la amplitud de la imagen y la estancia las escenas dialogadas, y los planos cerrados, íntimos, aquellos que son acompañados del silencio elocuente y la belleza del contacto humano. Casi parece que la cámara entra furtivamente en esos momentos, que van desde la expectativa del primer amor hasta la primera pedicura de la hermana mayor. Al añadir el suave toque de humor que caracteriza este tipo de films, y que ciertamente ayuda a empatizar cada vez más con la historia, aparece la personalidad de Kore-eda y su mirada limpia y pura. Si bien se le acusa de haberse ablandado a causa del excesivo buenismo de sus últimos trabajos, el cineasta, heredero de Yasujiro Ozu, nos enseña que no hace falta rodar grandes epopeyas dramáticas para llegar al corazón del espectador. Incluso se puede apreciar similitudes con una de las escenas más emblemáticas de Los 400 golpes (Les Quatre cents coups, François Truffaut, 1959) cuando las cuatro hermanas caminan en fila india por la playa en un travelling horizontal que se acerca lentamente a sus rostros mientras el silencio las fusiona en una sola.

Nuestra hermana pequeña

La poesía de Kore-eda se extiende por su nuevo film, como ya lo hizo en los anteriores, sin buscar la innovación técnica o argumental, sino conformándose con ser un maestro de la lírica de lo cotidiano. Quizás esto no sea suficiente para algunos, pero de lo que no se puede acusar al director japonés es de traicionar su esencia en favor de lo mainstream. De mancillar su bien depurada sensibilidad y ternura para ser algo que no es. Nuestra hermana pequeña puede pecar de buenaza, pero la delicadeza de su narrativa es un deleite para aquellos que aún creen en la humanidad.

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