Nunca volverá a nevar
Sanar el vacío existencial de la burguesía Por Yago Paris
La invasión del hogar de clase acomodada para ponerlo patas arriba y mostrar sus miserias humanas es una propuesta que se ha explorado en diferentes géneros, de la home invasion al drama, pasando por la sátira. Este parece ser el punto de partida de Nunca volverá a nevar (Sniegu juz nigdy nie bedzie, Malgorzata Szumowska, Michal Englert, 2020). La historia que narra la vida de Zhenya (Alec Utgoff), un inmigrante ucraniano que vive en Polonia como masajista. La mayor parte de la cinta transcurre en un barrio de clase privilegiada, donde va de casa en casa ofreciendo sus servicios. Además de masajista, Zhenya también tiene la capacidad, se podría entender que mágica, de hipnotizar a sus clientes, lo que le permite, en cierta manera, aprovecharse de ellos y explorar sus hogares. El protagonista ejerce un influjo cautivador sobre los vecinos de la urbanización, quienes se aferran a su presencia como mecanismo a través del que salvarse del hastío de sus vidas. Tomando de referencia estas líneas, no cuesta pensar en Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968), quizás la gran invasión de la familia burguesa con la intención de dinamitarla, en Sitcom (Comedia de situación) (Sitcom, François Ozon, 1998), una propuesta más frívola en torno a la liberación de las ataduras sociales, o Hierro 3 (Bin-jip, Kim Ki-duk, 2004), un drama donde una persona de clase trabajadora se cuela en casas vacías y, entre otras cosas, vive la experiencia burguesa. Nunca volverá a nevar es una sátira, un drama y una película de crítica social; es todo y es nada. Tal es el cacao de sus directores, que tras el visionado de la cinta da la impresión de que se ha asistido a un fluir de ideas ocurrentes que funcionan mucho mejor de manera individual que en conjunto, probablemente porque todas ellas han sido reunidas bajo el problemático influjo de la impostura y la provocación de corto alcance.
Uno de los aspectos que más juego podría dar es la exploración, que tiene lugar principalmente en la primera parte del metraje, de la idea de la actitud buenista de la burguesía. Como ya ocurría en Parásitos (Gisaengchung, Bong Joon-ho, 2019), otra home invasion en clave satírica, en el filme se muestran las maneras amables de unos personajes cuyo tren de vida les permite ser encantadores a todas horas. En este sentido se apuntan ideas punzantes en torno a cierto simulacro de progresismo, de corte autoindulgente, aquel que se encuentra en personas con suficiente consciencia como para no poder obviar las flagrantes diferencias de clase, pero incapaces de darse cuenta de lo marcada que está su actitud por su posición social. El resultado es un conjunto de reflexiones que van entre el mindfulness de andar por casa, lo new age y la cosmética de lo social. «Soy muy tolerante, incluso demasiado», expresa una de las masajeadas. Tras otro masaje, uno de sus vecinos, que está luchando contra el cáncer, da gracias por haber sufrido la enfermedad, y asegura que no la cambiaría por nada, aunque, eso sí, mira con suspicacia al masajista ucraniano por haber pasado su infancia cerca de Chernóbil, y no duda en hacerle un chiste cuñado en referencia a su posible radioactividad. Por último, otra de sus clientas, aparte de womansplainearle sobre arte, defiende el consumo de drogas alucinógenas bajo el pretexto de que son muy beneficiosas para la curación del trauma.
Los cineastas parecen interesados en diseccionar el aspecto más problemático de la burguesía polaca, a lo que se suma el rol de Zhenya como aparente ser con capacidades sobrehumanas, capaz de sanar sus necesidades. Al mismo tiempo, según transcurre el metraje y diferentes situaciones fuerzan a una cierta humillación de los personajes de clase acomodada —ya sea por sus actos y/o por su dependencia hacia Zhenya—, la cinta va construyendo la posibilidad de que todo sea un simulacro, una ficción homeopática: Zhenya es la promesa imposible de cumplir, una burbuja que tarde o temprano explotará, confrontando a los personajes a la realidad de sus miserias humanas y a la imposibilidad de cambiarlas con remedios milagrosos que impliquen no tener que cambiar ni un ápice de sus actitudes e ideologías. Todo esto es una suposición, porque la narración va dando tumbos, se desvía hacia callejones sin salida sobre los que posteriormente corre tupidos velos, y termina ofreciendo un tercio final que parece diseñado para disimular que en realidad no está muy claro lo que se quiere contar. En palabras de Carlos Losilla, «todo es de una ingravidez inexplicable, como el polvo radioactivo del que se dice que nació el protagonista, lo que confiere a las imágenes su inquietante condición aérea, efímera, fugaz» 1, pero, aunque dicho crítico utiliza tales palabras como alabanzas, estas bien podrían ser utilizadas en contra de la obra. Quien esto escribe se siente más representado por las reflexiones de Luis Martínez 2, quien afirma que «la directora se entretiene en construir metáforas tan sugerentes y provocadoras como, aceptémoslo, sólo arbitrarias», dando lugar a un filme que «amontona ideas, sugerencias, parodias y simples ocurrencias hasta más allá de lo pudoroso». En última instancia, y habida cuenta de su manera de afrontar la ética y la estética de la creación cinematográfica, da la impresión de que la actitud de los directores tiene más en común con los personajes burgueses a los que critican de lo que probablemente les gustaría admitir. Cabría preguntarse, como en el caso de dichos personajes, si acaso son conscientes de ello.
- LOSILLA, Carlos (2020): Nunca volverá a nevar (Matgorzata Szumowska, Michat Englert). SEFF 2020 – Sección Oficial en Caimán Cuadernos de Cine https://www.caimanediciones.es/nunca-volvera-a-nevar-critica/ ↩
- MARTÍNEZ, Luis (2020): El racismo ‘yanqui’ y la brutalidad de los soviets toman Venecia en El Mundo https://www.elmundo.es/cultura/cine/2020/09/07/5f5679a621efa0457a8b461e.html ↩