Ocaña, retrato intermitente
1978, hacia la libertad e igualdad Por Paula López Montero
El celuloide visible ciclo y cinefórum comisariado junto a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España da su pistoletazo de salida con Ocaña, retrato intermitente, película documental dirigida por Ventura Pons en 1978 y que pone su foco de atención en la figura inmensísima de José Pérez Ocaña y la Barcelona setentera a medio camino de la Transición democrática.
Antes de poder hablar de Ocaña, retrato intermitente creo que, aparte de situarla en el contexto histórico, también hay que situarla en el contexto fílmico que la acoge y la precede. Tengamos en cuenta que la visibilidad española del colectivo LGBTIQ no se manifiesta hasta la caída de la dictadura franquista, siendo precisamente 1978 el año de mayor apertura respecto al tema hasta la fecha. Cinematográficamente, el tratamiento del colectivo LGTBIQ sólo se había manifestado a pinceladas, subliminalmente e incluso con motivo de mofe y gusto para un público que por entonces seguía bajo la sombra de la represión y el tabú. De hecho, puede que no se comparta esta opinión pero, bajo mi punto de vista, el cine de Luis Buñuel bien podría hacer de espejo de la sociedad española de entonces, donde la represión y la pulsión sexual latían esquizofrénicamente tallando personajes tan misóginos y particulares como los que el director retrata en Viridiana (1961), Él (1953), El discreto encanto de la burguesía (Le charme discret de la bourgeoisie, 1972) o Tristana (1970); pero he de decir que los casos particulares que puedan aparecer en el cine de Buñuel bien se sustentan por esa represión y esa conciencia social tan anclada en la apariencia y en la religiosidad, como vemos en la escena de Viridiana donde Don Jaime interpretado por el asiduo Fernando Rey, se traviste con el zapato de tacón de su mujer; o las fantasías erótico sexuales que aparecen en Belle de jour (1967). Caso a estudiar sería el título y análisis fílmico que sugiere Buñuel en 1974: El fantasma de la libertad (Le fantôme de la liberté, 1974). Precisamente esa libertad se afianzaría un año después tras la muerte de la Dictadura, y la llegada de la Transición.
No obstante antes de Ocaña, retrato intermitente hay, como decía, otras películas de las que tengo conciencia (gracias también a mi querido Manu Argüelles que hizo un importante research) que tratan el tema y son: ¡Harka! (Carlos Arévalo, 1941), Diferente (Luis María Delgado, 1961), No desearás al vecino del quinto (Tito Fernández, 1970), Las vampiras (Jesús Franco, 1971), She Killed in Ecstasy (Sie tötete in Ekstase, Jesús Franco, 1971), Mi querida señorita (Jaime de Armiñán, 1972), La novia ensangrentada (Vicente Aranda, 1972), Las amazonas (Le guerriere dal seno nudo, Terence Young, 1973, Coproducción Italia-Francia-España), Haz la loca…no la guerra (José Truchado, 1976), Cambio de sexo (Vicente Aranda, 1977) -a la que dedicaremos próximamente un análisis puesto que será la segunda proyección de El celuloide visible; A un dios desconocido (Jaime Chávarri, 1977), Los placeres ocultos (Eloy de la Iglesia, 1977) y Me siento extraña (Enrique Martí Maqueda, 1977). Aquí ya vemos a algunos directores usuales de la temática que empezaron sus andanzas en los tiempos convulsos de la Transición como Jesús Franco, Eloy de la Iglesia (al que debemos todo un apéndice aparte) y Vicente Aranda al que trataremos próximamente y apenas dos años faltaba para que un joven Pedro Almodóvar recogiese todo ello y lo catapultase con su Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980).
Pero ninguna hasta Ocaña, retrato intermitente había elegido el formato documental, y es esto lo que, bajo mi punto de vista, hace que la película de Ventura Pons sea un referente y un claro ejemplo de tratamiento y contribución a la visibilidad del colectivo LGTBQI.
Ocaña, retrato intermitente (Ventura Pons, 1978)
Hablemos pues de Ocaña, retrato intermitente en el contexto de 1978. En esta fecha se estrenan las siguientes películas de la temática que nos ocupa: El diputado (Eloy de la Iglesia), Ocaña, retrato intermitente (Ventura Pons), Un hombre llamado flor de otoño (Pedro Olea), Emmanuelle y Carol (Ignacio F. Iquino), Jaque a la dama (Francisco Rodríguez Fernández) y Jill (Enrique Guevara); pero además esta fecha aparece como especialmente relevante puesto que es la fecha en la que se aprueba la vigente Constitución Española de 1978. No es baladí el carácter tremendamente político de algunas de las películas de por ejemplo Eloy de la Iglesia con El Diputado (1978) o La mujer del ministro (1981). Por cierto, me parece que mención especial, con permiso de Ocaña, debo hacer aquí a José Sacristán quién apostó por papeles homosexuales en el mismo año en El diputado y en Un hombre llamado Flor de otoño.
Pero ¿qué tiene Ocaña, retrato intermitente? o ¿qué tiene Ocaña retratado por Ventura Pons? Pues bajo mi criterio estamos ante uno de los documentos histórico-visuales más importantes de nuestro cine y que toca sensibilidades tan importantes como la identidad queer, la performatividad, el travestismo, la homosexualidad, la farándula, el folclore, la religión, el contraste cultural entre la Andalucía de la época y la Barcelona aperturista pero, sobre todo, la figura de José Pérez Ocaña, un artista enorme que poco conocen las generaciones de hoy en día de la americana Orange is the new black.
Ocaña, retrato intermitente (Ventura Pons, 1978)
Los diálogos y las performance así como los minutos que dedica Ventura Pons a retratar a Ocaña son de enorme valía histórica y artística, nos sirven para acercarnos a la Barcelona de entonces y a tener el testimonio de un emigrante andaluz, por otra parte cercanísimo a Lorca, y del choque rural al de una ciudad aperturista para la época como Barcelona.
Hace poco revisitaba los apuntes que hace la filósofa Judith Butler a propósito de la identidad de género, con su idea sobre la performatividad, que también apoyan otros teóricos como Paul B. Preciado, y que apuntan a que la idea del género como identidad se sustenta, no en lo biológico, sino en la performance sociológica y los roles instaurados a los que nos inscribimos para moldear nuestra identidad. Por lo que Butler alegaría que el constructo binario de identidad masculino/femenino no obedecería a reglas biológicas –que está claro que también- sino a ciertos roles sociológicos por lo que cada individuo adquiere un rol, una performance, acorde a lo impuesto por la sociedad. Con el travestismo y la apertura sexual, las políticas de la diferencia y el estallido de identidades queda en entredicho que los dos únicos roles que existan sean el de hombre y mujer heterosexual, sino que cada uno mediante la performatividad puede “interpretar” aquello con lo que se sienta más cómodo, buscando ese viejo concepto del yo, o deshaciéndolo.
Ocaña, es un ejemplo de ello, de cómo mediante la performance el artista o el individuo encuentra su voz y rompe las barreras establecidas por la sociedad patriarcal y heterocentrista. Es por ello, que siendo también en formato documental, este retrato –que no podría ser de otra forma que intermitente- representa una de las voces que dio ejemplo y contribuyó a la libertad identitaria y sexual.