On the Road

Frenesí vital Por Samuel Sebastian

Llegué al Oeste. Era un cálido y hermoso día para hacer autostop.En el camino (1957), Jack Kerouac

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Escaparse de casa es un arte que solo se puede dominar por completo entre los quince y los veinticinco años. Es el primer paso para calmar las ansias por descubrir el mundo y nada mejor para ello que dedicar varios días enteros a la observación del paisaje, a disfrutar del placer de vagabundear por una ciudad mientras todo el mundo se encuentra trabajando, olvidarse de las odiosas rutinas que nos encadenan y abrir la mente hacia nuevas experiencias, vivir una vida entera, en definitiva, cuando apenas has alcanzado la mayoría de edad. Siempre pensamos que la vida nos aportará todo lo que deseemos pero es en ese momento crucial cuando necesitamos con más fuerza que nunca, salir a buscarla con pasión. La transición hacia la madurez en la sociedad contemporánea debe ser, además, un heroico acto de rebeldía, al igual que lo es permanecer en el mundo de la infancia cuando la sociedad considera que te has convertido en un adulto.

Por todo ello, mitificar On the Road (1957) de Jack Kerouac resulta casi inevitable. Entre los años cincuenta y setenta, los Estados Unidos vivieron una época de aparente felicidad basada en un consumo despreocupado y la consolidación de una férrea moral conservadora que frenaba cualquier ejercicio de libertad individual fuera del sistema. Muy pocos mostraron una disidencia respecto de esta actitud y, entre ellos, un grupo de intelectuales, principalmente escritores, que consideraron que era necesaria una ruptura contra los vicios de una sociedad que les aburría. No lo hicieron desde un punto de vista político ni social, sino exclusivamente individual. No pretendían cambiar las estructuras que les rodeaban, al contrario, lo que deseaban era vivir al margen de ellas, pero en plena libertad y sin darle cuentas a nadie. Dentro del espíritu de aquella generación beat también se encontraba implícita la aceptación de sus propias contradicciones: no es fácil vivir continuamente a contracorriente y además se corre el riesgo de caer en la tentación de llevar una vida estable, acomodada y aburrida.

No es lo mismo leer On the Road después de haber vivido un largo periplo vital que hacerlo antes de descubrir el mundo. La fuerza de la novela de Kerouac reside en que, sin ser una novela excelentemente escrita, sí transmite la intensidad de las experiencias vividas, por eso cuando te la llevas en la mochila mientras decides cruzar el país haciendo autostop, piensas que tal vez algún día podrás vivir experiencias así. Sin embargo, cuando vuelves a leer el libro muchos años después, tienes la sensación de que, aunque nunca hayas llegado a vivir esas experiencias, siempre permanecerán dentro de ti en ese lugar intermedio entre el recuerdo inexistente y la memoria imaginada.

Kerouac y Burroughs

William S. Burroughs (izquierda) y Jack Kerouac

Era hora de que nos moviéramos. Cogimos un autobús a Detroit. Nuestro dinero se acababa. Cargamos con nuestro miserable equipaje por la estación. Por entonces el vendaje del dedo de Dean estaba negro como el carbón y todo deshecho. Teníamos el aspecto miserable que tendría cualquiera que hubiera hecho las cosas que habíamos hecho. Dean se quedó dormido en el autobús que recorrió el estado de Michigan. Entablé conversación con una apetecible campesina…

En el camino (1957), Jack Kerouac

 Nicholas Ray decía que para hacer una buena película, su autor debe poner algo de sí mismo, de su experiencia vital, debe «vivirla» para poder sentirla de verdad. En realidad, lo que afirma Ray no es nada nuevo, es la misma argumentación de los poetas franceses de la segunda mitad del siglo XIX o de los pintores románticos e impresionistas, lo que es verdaderamente interesante es que lo aplique a un arte fuertemente industrializado como el cine. Hay muchas películas que confirman esta afirmación de Ray, como por ejemplo aquella Frida (ídem, 2002) de Julie Taymor, una pulcra y académica adaptación de la vida de un personaje atormentado y revolucionario.

Y algo parecido sucede con On the road de Walter Salles, que adapta una novela descarnadamente autobiográfica y la transforma en una obra cinematográfica bien interpretada pero sin el frenético ritmo que movía a los protagonistas de la novela.

Salles acierta y muy bien en omitir las razones de los cambios de humor de los protagonistas, sus deseos más ocultos o el por qué viajaban compulsivamente de un lado a otro del país. Ciertamente, no existía ninguna razón lógica más allá de un hambre por acumular experiencias de manera desorganizada, ya fuera mediante el sexo, las drogas, la escritura, los viajes en autostop o todo al mismo tiempo. Las pasiones de los beats se mostraban de manera desinhibida y sin mesura, desentrañando las miserias morales de la sociedad a través de un lenguaje sucio y un aire desaliñado y bohemio. Las provocaciones de entonces, desde luego, no son las mismas que las de ahora, no es lo mismo fumarse un porro en público hace cincuenta años que hoy en día, por esa razón Walter Salles ha optado por mostrar de manera más explícita las escenas sexuales con el ánimo de provocar a la moralista audiencia contemporánea y realmente llega a hacerlo. La libertad y el contraste de apasionados sentimientos que a veces se respira en la película son muy cercanos a esas sensaciones tan vívidamente descritas por Kerouac y tal vez solo por eso merece la pena acercarse a ver la película. Al fin y al cabo, como decía Kiarostami, el cine no es más que un conjunto de experiencias enlatadas, puede ser fascinante, pero no dejará de ser una forma empaquetada de conservar las experiencias vitales.

On the road

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