One Floor Below
Sé lo que hiciste Por Bea González
¿Cómo vamos de certezas? ¿Y de imaginación? Pongamos que un día, de la que usted vuelve junto a su fiel labrador, Jerry, de hacer algo de ejercicio para mantener a raya esa barriga de cincuentón con dificultades para seguir una dieta, entra en su edificio, sube las escaleras, y de la que pasa por delante del rellano del vecino de abajo escucha una discusión, pongamos de pareja y no demasiado cordial. Usted, vamos a suponer que se llama Sandu Patrascu, no quiere escuchar, no es su problema, pero el cotilla que lleva dentro le hace demorarse más de la cuenta en el descansillo. En estas, escucha la puerta abrirse y rápidamente se pone a disimular haciendo que engancha a Jerry a su correa. Del apartamento de su vecina, llamémosla Laura, un piso por debajo del suyo, sale, digamos Vali, otro vecino del bloque que usted sabe casado. Se miran tensos y cruzan un frío saludo, usted sabe por su mirada que lo de la correa no ha colado, él ahora sabe que tiene un vecino con interés por los asuntos ajenos. Tras estos instantes de incomodidad mutua usted sigue subiendo hasta llegar a su casa, en la que digamos vive junto a su mujer Olga y su pre-adolescente hijo, Matei. Al día siguiente, cuando usted va en su coche realizando las típicas gestiones que su trabajo, en su negocio de intermediación (ante la compleja burocracia rumana) de registro de vehículos, recibe una llamada de Olga: su vecina, Laura, ha sido encontrada muerta en extrañas circunstancias. ¿Le contaría entonces a su mujer lo que usted creyó escuchar el día anterior, de la que volvía con Jerry de hacer un poco de ejercicio? ¿Llamaría a la policía para, como buen ciudadano que usted es, compartir la información de la que dispone, un poco por casualidad, un poco por chismoso? Es más, ¿y si la policía en su visita rutinaria a todos los inquilinos del bloque, le preguntara directamente si vio algo extraño el día anterior o si le conocía a Laura alguna compañía especial en las últimas semanas? ¿Contaría entonces lo que sabe?
Este es el brillante ejercicio ante el que nos coloca Radu Muntean en su último trabajo, One Floor Below, y es que en él, su personaje principal, Sandu Patrascu, interpretado brillantemente por Teodor Corban (Aferim!, 2015; Historias de la Edad de Oro, 2009 o 12:08 al Este de Bucarest, 2006), decide (o no) no decir nada.
Frustrando las probables expectativas del espectador poco versado en el cine de Muntean y de sus compañeros de la nueva ola (ya vieja) del cine rumano, en los minutos siguientes no asistimos a una investigación policial que acabe señalando al vecino Vali como culpable, al que tanto Patrascu como nosotros tenemos como tal; ni mucho menos arroja luz Muntean sobre las motivaciones que llevan a Sandu a renunciar a su labor de buen ciudadano, al menos según el manual disponible sobre el mismo, ante la policía, o lo que pasa a posteriori por su cabeza, aunque sí que nos lo muestre recogiendo las caquitas de Jerry con la bolsa de plástico destinada para ello, cumpliendo con su deber cívico. No nos ayudará tampoco Muntean a hacernos una idea de lo que pasa por la cabeza de Vali, Valentin Dima, (interpretado por Iulian Postelnicu en una inteligente elección de casting), cuando éste comience poco a poco a penetrar en la vida cotidiana de la familia Patrascu, casi como personificación de su conciencia, con resonancias a las películas de home invasion, creándose una relación cada vez más enrarecida y patológica entre testigo y supuesto culpable, base de un constante y bien controlado suspense, que mantendrá al espectador bajo tensión, hasta llegar a un clímax final que…no, tampoco será el que uno esperaría. Preferirá en cambio Muntean, tras la decisión de Patrascu sobre la que pivota todo el film, sumergirnos en una pormenorizada y minuciosa descripción de su monótono y anodino día a día como intermediario en su negocio de matriculación de vehículos, sin ahorrarnos ni uno solo de los pasos desde que el potencial cliente contacta con nuestro protagonista hasta que sale con su vehículo ya legalmente registrado, tras la revisión técnica pertinente, el pago de las tasas y quizás algún otro que favor realizado bajo manga. En un ejercicio de hiperrealismo ante el que, recordándonos además a la alargada conversación sobre hipotecas de The Treasure (que habíamos visto por la mañana), uno no puede evitar sentirse a veces una víctima, como espectador, del negro humor rumano, hasta que cae en la cuenta que nuestra vida cotidiana está llena de momentos así, y que justamente por eso celebramos y esperamos impaciente cada nueva cinta rumana que aparece en nuestros festivales habituales.
Una vez más, como ya lo hizo con su aclamada Martes, después de Navidad (Marti, Dupa Craciun, 2010), pero moviéndose de la esfera íntima de aquella a la social, e introduciendo un elemento de thriller, Muntean nos regala un nuevo ejercicio de minimalismo, basado en el naturalismo extremo de planos largos y fijos, que sin subrayados ni efectismos dramáticos, sin juicio ni opinión, pone el énfasis en la observación de los personajes, en apariencia inexpugnables, y de las relaciones que establecen con los otros humanos con los que están condenados a compartir espacio y tiempo.
Para tranquilizar y apaciguar nuestra acomodada conciencia de individualista clase media, quizás algo agitada tras acabar el film, siempre nos queda la posibilidad de agarrarnos al cable de considerar el elemento contextual, y potencialmente creador de distancia, de situar a Patrascu y la sociedad civil descrita en One Floor Below como aún herencia del régimen de Ceaușescu, elemento que por su parte introduce Muntean inequívocamente en algunas escenas, como la de la visita de Patrascu a su viejo amigo policía. Aunque quizás nos iría mejor si no lo hiciéramos.