One Shot (Misión de rescate)

La autoconsciencia del personaje jugador Por Lorenzo Ayuso

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“Todo lo que puedo hacer es mentalizarme de que cuando esté canoso y viejo, probablemente tenga problemas para levantarme de la cama”, confesaba Scott Adkins en 2012 1, con motivo de su participación, con un poco agradecido rol de fondo, en la entonces recién estrenada Los mercenarios 2 (The Expendables 2, Simon West, 2012). Aquel socarrón espectáculo bélico era el último de los cuatro proyectos consecutivos, todos ellos de intensa demanda física, que rodó estando convaleciente de una rotura del ligamento cruzado anterior diagnosticada en la primavera de 2011 2. Ante una lesión de ese calado se recomienda el completo reposo a la espera de someterse al tratamiento médico, de forma frecuente una cirugía, pues amenaza la estabilidad de la rodilla, al controlar su rotación interna, y pone en jaque el resto de estructuras. El artista marcial, por el contrario, se encomendó a su fisioterapeuta y mantuvo su ciclo aparentemente intacto, compungido el ánimo mientras seguía ejecutando las acrobacias con las que había trazado su firma como peleador de impacto para las nuevas generaciones de adeptos a la acción cinematográfica. La conciencia de clase del kickboxer, consagrado su físico a la causa fílmica, le denegaba el descanso, la posibilidad de delegar su responsabilidad en un doble que realizase el trabajo sucio. Instruido en la industria hongkonesa a la que emigró desde Birmingham apenas saltó la barrera de la veintena, este artesano del mamporro asume el dolor con talante martírico: en cuanto se plasma en el plano y despliega sus habilidades, su cuerpo ya no le pertenece en exclusiva a él, pues lo comparte con quienes lo miran, con quienes lo eligen como su mecanismo de evasión predilecto.

Acción y predilecto

Dentro de una carrera definida por el estajanovismo, por el afán de responder a la expectativa de verle cuadrándose para la acción continuada, sin reparar en las condiciones productivas o en otras comodidades, One Shot (Misión de rescate) (One Shot, James Nunn, 2021) sobresale no por el resultado, por otro lado compacto, sino por lo que nos refiere su realización. Partiendo de un gimmick, el del plano-secuencia con el que juega su polisémico título (único plano, único disparo, única oportunidad), sublima la naturaleza de Adkins como personaje jugador para un público-usuario que ya conoce sus trucos después de años de seguimiento en la pantalla chica, esto es, a través del mercado del directo-a-vídeo. Que se haya convertido en su primer vehículo de lucimiento estrenado en cines en España le otorga un valor especial a un filme coherente con el grueso de la faena previa del taekwondista, donde convergen patrones estéticos y narrativos ya trabajados. Cada nueva adición en su filmografía implica un salto de nivel sobre el esfuerzo anterior, una complicación de los parámetros de la hazaña, siempre en pugna con unas limitaciones económicas a menudo palpables. Tan palpables como para dejarlo a él como principal y solitario recurso escenográfico. Esto apareja la creación y repetición de equipos de confianza -director, guionista, director de acción- en un flujo ininterrumpido de trabajo en busca del perfeccionamiento, del aprovechamiento máximo de las capacidades. Así, sus películas a menudo se entienden no tanto (o no solo) como objetos autónomos, acabados en sí mismos, sino como esbozos de la posterior, más ardua en su ejecución y, con ello, más satisfactoria.

No en vano, One Shot planta su germen en su anterior colaboración con el director James Nunn, Eliminators (ídem, 2016), un desgrasado actioner de persecución con unas excelente escenas de acción, planificadas con plena conciencia del espacio. La secuencia en la que el actor forcejeaba con dos matones en el interior de un teleférico en funcionamiento, suspendido en el aire, suponía ya un desafío a la modestia inevitable del cine de bajos vuelos en el que se acostumbraba (acostumbra) a desarrollar su trayectoria como cabeza de cartel. A ese acabado contribuía la comparecencia de otro profesional recurrente, el coreógrafo sueco de origen chino Tim Man, enrolado también en la presente empresa, que marca su séptima colaboración con el pateador (y la tercera con el realizador). Caracterizado por el estilo gimnástico y ágil pero siempre contundente del que dota a sus luchas, la apetencia del especialista por enhebrar una multiplicidad de movimientos en tomas largas se adecua a las necesidades formales de One Shot, emparentada en lo argumental con Jarhead 3: El asedio (Jarhead 3: The Siege, William Kaufman, 2016), otro relato de asedio militar con Adkins involucrado (en ambos casos, con acento yanqui) que comparte la inspiración en sucesos de la historia bélica reciente como es el ataque al consulado de Estados Unidos en Bengasi el 11 de septiembre de 2012. Aquella se basaba sin rubor en el episodio de Libia, situándose en una embajada usamericana en un punto indeterminado de Oriente Medio; esta, en cambio, se aleja de la realidad inmediata y levanta una base secreta de la CIA en el mar Báltico, evocando la imaginería del terror de Guantánamo reconocible después de años de reportajes informativos.

One Shot

A la de Nunn no le interesa teatralizar aquel episodio real de Bengasi, reescribiendo un final feliz a la gesta de los valerosos americanos para facilitar su consumo distendido y enardecido. Su enfoque se aproxima al de otra recreación del mismo incidente, 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi (13 Hours: The Secret Soldiers of Benghazi, Michael Bay, 2016), en tanto se desinteresa por el discurso ideológico y adopta la perspectiva del soldado-peón, desamparado ante la eterna discusión estratégica que tiende a colocarlo en primera línea de fuego de acontecimientos que ni siquiera puede entender. Los compases previos al estallido de la acción en One Shot se definen por esa tensión jerárquica entre la analista Zoe Anderson (Ashley Greene), enviada para trasladar a un prisionero llamado Amin Mansur (Waleed Elgadi) con urgencia a Washington, y los gerifaltes de la base (Ryan Phillippe y Terence Maynard), que se oponen al sentir su autoridad cuestionada. La cámara se balancea alrededor de ellos durante el primer acto, mientras Adkins, bajo el uniforme del marine Jake Harris, permanece casi silente en segundo plano, a la expectativa. En contraste con los burócratas, enmarañados en una interminable diatriba política sin extraerse nada en claro, ni siquiera el interés en ese reo de dudosa relevancia en la estrategia antiterrorista internacional, los Navy SEALS afrontan con diáfana sencillez el objetivo último de su misión: volver a casa con vida. Terminar la partida a la que han sido convocados hasta empezar la siguiente, o hasta caer en el campo de batalla.

Para sobrevivir, para cumplir con éxito el cometido una y otra vez, se hacen imprescindibles el adiestramiento y la repetición. Por eso, una vez se inicia el abordaje de la base por parte de un comando de insurgentes es cuando la cámara se posiciona pegada tanto como es posible a la figura de Adkins, fajado en circunstancias extremas, aquellas en las que la superioridad numérica del enemigo se da por descontada. Este vuelve a ser el caso, cuando la brecha abierta en la fortaleza deja el paso libre para incontables y en su mayoría indistinguibles esbirros. El cuerpo del héroe, su envergadura, se entiende entonces como el lugar más seguro desde el que sumergirse en esta experiencia. El único posible, de hecho, como advertirá el espectador avanzado.

Dificultad Experta

Tomando un concepto que plantea la significación de Scott Adkins como avatar jugable total, resulta de lo más atinado que se confíe para su desarrollo en el guionista Jamie Russell, autor del prolijo libro Generation Xbox: How Videogames Invaded Hollywood, en torno a las hibridaciones entre las industrias del cine y del videojuego desde los años años ochenta en adelante. En sus conclusiones (el manuscrito fue publicado en 2012), el autor alega que “los cineastas son profundamente conscientes de la necesidad de apelar a una generación que se ha destetado con un mando en las manos”, una generación “que está cómoda deslizándose entre el mundo real y el virtual” 3. Tanto Nunn como Russell parecen estar sobre aviso, a juzgar por la gramática de esta peripecia en tiempo real, que mantiene de forma prolongada y estable al jugador en un punto de tensión intermedio, sin caídas de interés. Desde la introducción con la llegada en helicóptero y tras el detonante de la acometida, One Shot delinea sobre el terreno un mapa claro que se proyecta en diferentes áreas -el centro de operaciones principal, que sirve como hub desde el que Harris ha de desplazarse a otros recintos, ya sea para restablecer las comunicaciones o rescatar al preso tras una escaramuza- por cuyo tránsito se trasciende de nivel y aumenta el grado de dificultad. Se observa el empeño por conferir tridimensionalidad a los diferentes actores en liza, patente en las aristas con que se modela a Amin, un empresario que persiste en defender su inocencia pese a las continuas técnicas de tortura y las informaciones sobre su implicación tangencial en un atentado en la ciudad del Capitolio. La narración abandona ocasionalmente a su líder para centrarse en las tribulaciones de quienes lo flanquean, a fin de aportar información relevante para avanzar. Pero todos funcionan en la medida en que Adkins existe y se relaciona con ellos; son personajes no jugables, yermos y sin recorrido individual más allá de esta misión.

Por su skin, Jake Harris, pareciera un trasunto del trasunto de Jack Silva retratado por John Krasinski en la mencionada 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi. Incluso la sonoridad del nombre remite a aquel. Sin duda sería esta una versión revigorizada y amplificada, idealizada para que quien inicie sesión en One Shot pueda transfigurarse en una arquetípica imagen heroica de mercenario estadounidense. Adkins, en cambio, es más que una silueta en blanco. Como personaje jugador atesora ya un currículo de guerras en constante crecimiento y un arsenal de habilidades completo. Sobre esta idea ya se abundaba en la reivindicable Atrapado (Seized, Isaac Florentine, 2020), cuyo alter ego, Nero, había de transmitir sus refriegas, a través de una cámara colocada en su chaleco, a un antagonista que controlaba y ordenaba sus movimientos, sabedor de cuanto era capaz su títere. La barrera entre lo real y lo virtual se disuelve cuando se maneja a un intérprete tan predispuesto para responder a cualquier atolladero. Apostados a menudo a su espalda, lo que permite una visión frontal y un ángulo amplio del horizonte, podemos prever los pasos de Harris/Adkins a partir de la experiencia de jugabilidad, de ese bagaje atesorado.

One Shot

En ese aspecto One Shot nos ofrece una demo completa del desempeño de la estrella. El ceñido seguimiento al que se le somete, sumado a la tesitura belicosa, restringe las cabriolas y favorece una aproximación al combate más práctica, en línea con la propuesta marcial de Soldado Universal 4: El día del juicio final (Universal Soldier: Day of Reckoning, John Hyams, 2012), otra obra inclemente sobre la angustia del héroe tele-dirigido, donde se ponía a prueba su resistencia e integridad. Durante hora y media, créditos aparte, Adkins corre, repta, salta, maneja indistintamente artillería y armas blancas, atraviesa ventanas y apecha las golpizas de sus contrincantes, a la par que intercala secuencias dramáticas que le exigen la misma rapidez de reflejos. En resumen, se va minando físicamente en pos de una película limitada en sus aspiraciones por la pura obligación de su raigambre industrial. Una película que, en el mejor de los casos, será reconocida por el mérito técnico de preservar la ilusión del continuo sin cortes ni saltos, difuminados estos tras un preciso trabajo de planificación; en el peor, será vilipendiada por precisamente lo mismo, fundar su interés comercial en una virguería impropia de un producto considerado de derribo. Al fin y al cabo, el valor de los oners se ha devaluado (o al menos se ha abaratado) en cuanto que el rodaje en digital ha facilitado su consecución. Tal facilidad puede tornarse contraproducente: One Shot evidencia una voluntad similar a la de Tyler Rake (Extraction, Sam Hargrave, 2020) en su filigrana de 12 minutos sin cortes visibles: una demostración de fuerza cinética, paralela a la de la fortaleza y vigor de su protagonista epónimo, para plasmar un perpetuo estado de ebullición. Nunn procura con Adkins lo que Hargrave con Chris Hemsworth, aunque en un estrato productivo más bajo, más humilde, algo determinante también en su recepción, en la valoración del esfuerzo 4. Por mucho que haga, nunca será suficiente.

En coyunturas desfavorables, la supervivencia exige de fondo cardiovascular. La clave es seguir produciendo, seguir activo, cargar con el peso del espectador a los hombros. Conforme va consumiéndose metraje y va sobreviviendo al resto de intervinientes hasta quedar prácticamente solo en pie sobre el escenario, el agotamiento se aprecia en el héroe. Es un cansancio que trasciende la ficción, y se palpa en la explosividad de sus ataques, progresivamente atenuada, pero también en una mirada cada vez más apretada. La demanda no cesa, y reclama el enfrentamiento definitivo de rigor contra el final boss, el mercenario con los rasgos curtidos en el octógono del exluchador francés Jess Liaudin. La pelea contra la mole con orejas de coliflor, de presencia amenazante, habrá de calificarse como deslucida, desmañada; incluso decepcionante para un atleta tan grácil como es el saltimbanqui brummie. Sin embargo, no cabía otra alternativa para un filme que le niega a su paladín el privilegio de la pausa. Recubierto de sangre, polvo y fango, falto de aliento, Adkins termina la cinta al trote, solventando in extremis la situación para dirigirse con premura a la siguiente. Su ciclo no se cierra con el corte a créditos, pues abandona el plano-secuencia para tomar un helicóptero. Desde el suelo, Ryan Phillippe, el clase A- de Hollywood que prestaba su fama a esta producción B, lo observa partir, este sí, reposando, paladeando un cigarro con gesto casi carpenteriano. Cuestión de estatus.

Guardando…

One Shot (Misión de rescate) resume, así, no solo la conciencia de clase sino la autoconsciencia de Scott Adkins sobre la usabilidad de su imagen cinematográfica, lo que su nicho de público espera de cada nueva aventura gráfica suya. A través de sucesivos alter ego como Jake Harris, sujetos proactivos y dispuestos a mancharse las manos, pone de manifiesto una disciplina obrera que le conmina a entregarse a su oficio y a exigir y exigirse productividad y excelencia por pura ética, en un mundo regido por los trucajes, por los simulacros virtuales. Y con ello, paga a la audiencia a la que fía su carrera, sus previsiones artísticas. La relación es imprescindible, incluso cuando las lesiones desafían la integridad personal, multiplicándose y reproduciéndose en cada nuevo rodaje. “Pero merece la pena, solo tienes que seguir jugando”, aseveraba sobre el sacrificio de arriesgar la rodilla 5. Otras veces será la espalda la que aguante el suplicio. Toca dar lo que le piden mientras pueda hacerlo, mientras la barra de vida se disponga sólida. Es el sino del personaje jugador, aquel que vive para otros, para que otros experimenten lo que él. Aguantar el ritmo es lo que le identifica. Ya habrá tiempo para recargar cuando la pantalla se apague.

One Shot

  1. BROWN, Emma (2012). “Scott Adkins, an Indisputable Action Star”. En Interview Magazine. 16 de agosto de 2012. (Fecha de consulta: 15.02.2022): https://www.interviewmagazine.com/film/scott-adkins
  2. Adkins se lesionó seis semanas antes de empezar a rodar Soldado Universal 4: El juicio final. No solo siguió adelante con el filme pese a tener la rodilla gravemente dañada, sino que luego encadenó El Gringo (ídem, Eduardo Rodríguez, 2012), el episodio King’s Crown (Guillaume Lubrano, 2012) de la serie antológica Metal Hurlant Chronicles (Guillaume Lubrano, 2012-2014) y Los mercenarios 2, antes de someterse a la operación
  3. RUSSELL, Jamie (2012):  Generation Xbox: How Videogames Invaded Hollywood. Yellow Ant, Reino Unido, p. 282.
  4. La referencia no es gratuita. Podemos citar al crítico y director Borja Crespo, que remachaba así su reseña: “No sorprende, pero quizás entretenga, como Tyler Rake pero con menos presupuesto”. En CRESPO, Borja (2022). “’One Shot’: Contador de cadáveres”. En El Correo, 19 de enero de 2022 (Fecha de consulta: 15.02.2022): https://www.elcorreo.com/butaca/cine/shot-contador-cadaveres-20220119125924-ntrc.html
  5. BROWN, Emma (2012). Op. cit.
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