Orgullo + Prejuicio + Zombis
Austen meets Tarantino Por Enrique Campos
La broma de Seth Grahame-Smith, y ahora su inevitable adaptación, sólo puede afrontarse de dos formas, o bien desde la pura ortodoxia y el ceño fruncido, salir a la calle antorchas en mano gritando “¡Anatema, anatema! ¡La Austen es sagrada!”, o bien desde el mismo punto de vista de Smith: no hay nada sagrado, ni Austen, ni Shakespeare, ni el Santo Padre.
No, no hay nada sagrado, pero sí alguna que otra norma a respetar. A saber; si vas a hacer un chiste sobre asuntos intocables, y la obra de Jane Austen es intocable, más vale que el chiste sea muy bueno. Esa es la única consideración que no conviene perder de vista. Y ni Grahame-Smith sobre el papel ni Burr Steers en la pantalla se olvidan de esa regla no escrita.
Ahí va el órdago; la propia Austen hubiera encajado bien Orgullo + prejuicio + zombis. Con humor. Con deportividad. Como debe ser. El mash up, cuando se cuida, cuando respeta a las partes en “conflicto”, es divertido. ¿A quién no le gusta un batido? Un batido lleva a menudo ingredientes nobilísimos y otros que no lo son tanto; pero bien mezclados, si esos ingredientes, nobles o no, son frescos, del día, querremos repetir. Hay una diferencia sustancial entre hacer una coña a costa de la novela romántica por antonomasia y tomarse a coña la obra. Grahame-Smith en ningún momento se toma Orgullo y prejuicio a chufla. Al contrario, hay que respetar y conocer a fondo la novela para hacer lo que él hizo. La idea nunca fue introducir zombies en las vidas de las hermanas Bennet y el caballero Darcy, el quid de la cuestión era introducir las vidas de las Bennet y del aristócrata en un entorno donde han proliferado los zombies. Los zombies ya están hay cuando la novela arranca y están ahí cuando Steers empieza a darle forma a su guion. No se profana el relato como cabría suponer, ni los personajes, ni las historias de amor más grandes que la vida, ni desde luego el empoderamiento de las Bennet y por ende el feminismo de Austen. Ese es el triunfo de Grahame-Smith y Steers. Ese es el soplo de aire fresco. Los zombies no son patrimonio de los últimos 80 años, no los parieron George A. Romero ni Tourneur. ¿Por qué no sembrar la Inglaterra de finales del XIX con una plaga de no muertos? A partir de ahí, con buena parte del texto original cimentando el experimento, ven la luz infinitas posibilidades.
Orgullo + prejuicio + zombis no es La loca historia de las galaxias (Spaceballs, Mel Brooks, 1987), aquí no se juega con el absurdo ni la proliferación de gags efectistas, no es un episodio de Monty Python. En el planteamiento no hay un “en lugar de”, hay un “además de”. Los escenarios, a grandes rasgos, son los mismos por los que desfilaron, por ejemplo, Keira Knightley y Mattew Mafayden en la versión más reciente, la de Joe Wright; la dirección de arte se ha cuidado y mucho, con todos los añadidos que requiere la trama zombie y la acción trepidante, coreográfica, para que los vivos enfrenten a las criaturas tenebrosas. Un barniz tarantiniano en fondo y forma al servicio de las cuitas de Liz Bennet, permutando las macarradas de Vincent Vega por la socarronería flemática de la Pérfida Albión: “Estos zombies son cada vez más listos, pronto se presentarán al Parlamento”. Tarantino y Austen, aceite y agua. Para eso se inventaron las emulsiones, ¿no? El disparo de un pistolón decimonónico descuajeringa un cuerpo putrefacto y la pantalla escupe sangre, pero es motivo de carcajada. Un sable hace rodar cabezas, y tres cuartos de lo mismo. No suena “Little Green Bag”, suena un vals.
Steers sabe lo que se hace, aunque nadie lo recuerde participó en Reservoir Dogs (íd., Quentin Tarantino, 1992) y Pulp Fiction (íd., Quentin Tarantino, 1994). El perfume de tito Quentin se huele a cien metros. Y no importa lo más mínimo, porque logra que el conjunto resulte creíble, que la emulsión se pueda digerir. Basta con dejar fuera de la sala de cine prejuicios y orgullos de sibarita, y aceptar las nuevas variables. La experiencia de Orgullo + prejuicio + zombis no es tanto una cuestión de filias y fobias cinéfilas como de principios. ¿Aceptamos gamberrada como animal acuático? Siempre podemos ser cautos y esperar a que alguien adapte Sentido, sensibilidad y monstruos marinos. Tranquilos, el amigo Grahame-Smith tiene para todos.