Orson West
Autoria Catalana Por Manu Argüelles
La primera película de Fran Ruvira nos propone un acercamiento al tiempo espectral, aquel emulsionado tras el repliegue en lo íntimo, vector del mito y de la memoria. Para ello, se activan los mecanismos de la contemplación como disipación de la acción. Una inacción que se impresiona en un espacio fronterizo, árido e inerte -el área del Carche- línea divisoria e imaginaria que linda a Murcia y Alicante. Un lugar idóneo para que las fuerzas alegóricas del western (como figuración de la leyenda) contaminen su esencia geográfica. Hablamos de cómo los efluvios del pasado desencadenan operaciones nostálgicas y sentimentales que se dirimen en dos frentes: el de la memoria histórica, tanto de la zona como la del propio medio (el cine). Y la de la persona en singular, tanto la del director como la de la actriz principal (Sonia Almarcha), ambos originarios del lugar del rodaje. El motor que activa los resortes alegóricos es un proyecto frustrado de Orson Welles, un western, The survivors, basado en la obra de Peter Viertel e Irvin Shan. Para ello, el imponente director norteamericano se desplazó hasta la sierra tratando de buscar localizaciones idóneas. Cincuenta años después, una expedición cinematográfica vuelve al mismo lugar que enamoró a Welles, para rodar, mismamente, otro western. Un retorno doble en cuanto Sonia, la actriz de esta nueva película del oeste, vuelve a su lugar de origen, por lo que será inevitable hacer frente a las rémoras del pasado.
Fran Ruvira comentó en la presentación de Orson West que existen tantas películas como quiera el espectador, aunque no se puede negar que no todas funcionan de la misma forma.
Lógicamente, ante este tiempo suspendido y fantasmagórico se imponen narrativas descentradas y formas mestizas que concilian la forma documental (la arqueología cinematográfica y el impresionismo etnográfico) con la ficción, la semántica del recuerdo y la de la alegoría. El tejido es metacinematográfico y se juega con el emborronamiento entre realidad y ficción, pero no está construido en una estructura de myse en abyme (si lo está no acaba de cuajar), donde una película contiene otra, sino que se imponen líneas de fuga mediante trazados paralelos de varias áreas dramáticas: la de los niños, la de la actriz principal, la del rodaje y las frustraciones del director, la de investigación sobre Orson Welles en España, etc. No obstante, en ocasiones pertinentes, gracias al trabajo simbólico de la imagen y al tratamiento iconográfico de los aquetipos fundacionales del western, se encuentran puntos de intersección, pero son nexos débiles que no provocan que todas sean capas de una misma superficie. Ello casi nos empuja a seleccionar y a discriminar, donde ese tiempo suspendido acaba ralentizando tanto el film que lo agota. Por ejemplo, por más que me duela, la historia de los niños no funciona con la fuerza emocional que debería y acaba resultando prescindible. Es un cine impresionista más que explicativo que permite la expansión, tanto como la imagen paisajística lo facilita. Se agradece que Fran Ruvira deje un espacio de libertad al espectador para que él la construya sin un impositivo direccionamiento, pero también es verdad que hablamos más de un film de ráfagas y de aciertos aislados (cífrese el trabajo de la geografía física como un personaje más) que de satisfacción de todo el conjunto.