Os caminhos de Jorge
A estrada velha, onde as pessoas costumavam ir Por Fernando Solla
Con una falta de gente con la que coexistir, como hay hoy,
¿qué puede un hombre de sensibilidad hacer, sino inventar
a sus amigos o, cuando menos, a sus compañeros de espíritu?
Amanecer o anochecer. Ansia por llegar o prisa por huir en busca de un escondite. Silbato como reclamo para atraer la atención hacia nuestra persona o como antídoto contra el acercamiento de nuestro mundo alrededor. A veces, es difícil identificar las diferencias, si es que las hay.
¿Cuál es el camino hacia la libertad de nuestro espíritu? ¿Cuestionarnos el funcionamiento del mundo que nos rodea a partir de unos parámetros a los que la velocidad de la actividad global ha negado cualquier amago de aplicación práctica? ¿Circunscribir nuestro pensamiento a unos valores que la actualidad ha olvidado a pesar de ser los que definen nuestra individualidad? Lugares, objetos, niebla, humo. Canciones, poemas y cementerios. Incendio.
Miguel Moraes ofrece con Os caminhos de Jorge un documental que retrata con una sensibilidad entre prosaica y lírica la realidad de unos personajes a los que el presente parece no tener en cuenta. Juglares o trovadores que lo son a través de sus conversaciones en un bar o de sus plegarias y reflexiones. A partir del personaje de Jorge, afilador de cuchillos y apañador de paraguas, conoceremos el día a día de varios individuos que se nos presentarán uno a uno y siempre a partir de su relación con el anterior. Si uno acude un bar será para hablar con la camarera sobre el cierre del local del peluquero al que acaba de visitar… A partir de esta sinergia, Moraes traslada a la pantalla, de un modo nada ostentoso, la figura del heterónimo, es decir, ese recurso literario que un autor crea para firmar su obra bajo una personalidad fingida.
El realizador ahonda en esta imagen desarrollando un metódico trabajo tanto en la posproducción del sonido como en el montaje (a cuatro manos con Francisco Moreira) y apoyándose en la fotografía de Iván Castiñeiras y Christophe Rolin. ¿Cómo se consigue adaptar un recurso retórico a través de las especificidades técnicas del medio audiovisual? En manos de Moraes con una capacidad concluyente para potenciar la significación de las imágenes a través de la colocación y dosificación de las mismas. Modificando el punto de vista narrativo de un personaje a favor del siguiente y así continuamente sin que nos demos cuenta, el autor muestra en una sola tanda la complejidad de todos ellos. Focalizando, además, el discurso en tres puntos clave: cómo se ve un personaje a sí mismo, cómo se relaciona con el mundo que le rodea y qué papel juega cada uno en la vida del siguiente.
Este último aspecto es el que consigue dotar al filme de una significación fundamental ya que veremos la dualidad de unas personas que avanzan y no se detienen ante nada, quizá sin saber hacia dónde o quizá conscientes del final, pero inmóviles a ojos de los que las contemplan desde el exterior. ¿Quién es la camarera que me sirve un café cada mañana cuando no realiza esta tarea? ¿Qué mueve a Jorge a recorrer millas de distancia, siempre por carreteras secundarias, para arreglar mi paraguas? Pues quizá la satisfacción de sentirse útil y de saber que será gracias a su dedicación que me resguardaré de la lluvia y que, por tanto, será él quien finalmente venza a los elementos.
No habrá respuesta explícita a tantas preguntas que nos formularemos durante el visionado del documental, aunque al plantearlas, el realizador convierte al espectador en punto imprescindible de este vector significativo, intercambiando su función de dotar de longitud (en este caso profundidad) a los personajes que discurren en pantalla u orientación, direccionando su trayectoria en este viaje que parece eterno, a través de la niebla y del incendio final. Entre las cenizas o quizá confundiéndose con ellas.
Todo lo descrito hasta aquí lo conseguirá Moraes a través de la fuerza de las imágenes. Una cámara capaz de retratar lo cortante de un papel como si del filo de uno de los cuchillos que acera Jorge se tratara. Quizá de puertas afuera las personas sólo seamos, pues eso, personas que no tienen la necesidad de andar explicándolo todo continuamente. Pero, ¿qué pasa cuando debemos rendir cuentas ante nosotros mismos? Cuando la decepción no es ante el mundo que me rodea y sí conmigo quizá valga la pena hacer un alto en el camino y escucharme, sin filtros.
Reflexionando de paso sobre el precio que atribuimos a aquellos objetos cuyo valor sentimental resulta inalcanzable, Moraes nos plantea dos últimas (y únicas) preguntas: ¿quién queda aquí? ¿Quién se ha marchado?