Otel·lo y Dos
Atlantida Film Fest 2013: A cada Desdémona su Otelo y a cada Fedra su Hipólito Por Fernando Solla
“¡Malditas sean vuestras dos familias!”
Para los que crean que ya está todo dicho en el terreno de las adaptaciones actualizadas (es decir, ambientadas en la actualidad) de las obras de Shakespeare, sin duda este Otel·lo que nos presenta el Atlántida Film Fest romperá sus esquemas. Película de difícil digestión, y no por su falta de calidad o interés sino por la situación anímica prácticamente ansiolítica a la que somete al espectador. Película, igualmente, excesiva y, a medida que avanza el metraje, progresivamente incómoda que, a pesar del mosqueo monumental en que ha sumido a un servidor (y seguro que a muchos otros espectadores), invita a nuestro cerebro a reflexionar sobre la esencia y los impulsos bajo los que se rige la naturaleza humana, haciendo que nos cuestionemos e interpongamos en complicados juicios de valor contra nosotros mismos de una manera violenta y cruda, francamente desagradable. De manera opuesta, aunque complementaria, a lo que nos plantea la reciente Los increíbles (David Valero, 2012), Hammudi Al-Rahmoun nos propone una ficción documentalizada, es decir, se sirve de la técnicas narrativas propias de un documental para contar la(s) historia(s) que se trae entre manos. Actores que se interpretan a sí mismos (o al menos utilizan sus nombres reales) para una película que bebe directamente de la hermosísima Vania en la calle 42 (Vania on 42nd Street, Louis Malle, 1994) y quizá algo más (Shakespeare obliga) de Looking for Richard (Al Pacino, 1996). Al-Rahmoun analiza, de una manera algo maniquea y tramposa que roza muy peligrosamente la artificiosidad, y más teniendo en cuenta el tono que quiere dar a su largometraje, los efectos (y defectos) del poder, la justicia, la traición, la lujuria…
Muy hábilmente, evita llegar a ese lugar común que expone la necesidad o no de reflejar la atemporalidad y contemporaneidad de los textos del bardo y la dificultad que pueda tener el gran público para acceder a sus obras si se mantiene el formato original y, en cambio, se centra en cómo las personas/personajes asimilan la esencia de los roles que interpretan interiorizando psicológicamente (a la vez que exteriorizan físicamente) sus estados de ánimo.
La película será tanto la adaptación de Otel·lo como el rodaje en sí y la relación que establece el director (Youcef Allaoui) con sus actores y entre ellos.
Divertido y logrado el juego de Al-Rahmoun, realizador de la cinta, que se reserva el papel protagonista, que a su vez interpretará al celoso que da nombre al título, dirigido, en la ficción, por uno de sus actores, que interpretará al obsesivo y odioso realizador (Allaoui). ¿Y dónde está Yago? Tenemos a un Otel·lo profesor de árabe de la Universitat de Vic, a la vez que sindicalista de UGT, que realiza las funciones de asesor jurídico de Extranjería y a una Desdémona que estudia Ingeniería de caminos por el simple hecho de ser una de las carreras más difíciles. Pero, ¿y Yago? No desvelaremos ningún secreto, pero sin duda ahí reside lo más interesante de un largometraje que sino insistiera tanto en el componente sexual, evitara el innecesario epílogo y, finalmente, no confundiera giro argumental con trampa y/o engaño hacia el espectador construiría un discurso mucho más sólido.
Dos
Interesantísima coproducción de dos países, Grecia y España, que aunque sumidos en una crisis global que abasta prácticamente cualquier campo, demuestran con ejemplos cinematográficos como el que nos ocupa que en lo referente al séptimo arte podemos estar (aislada y remotamente) tranquilos. El cine español de hoy en día lo conocemos (nos interesemos más o menos por/con él) prácticamente todos. El griego no tanto. Lo vimos con The Boy Eating the Bird’s Food (Ektoras Lygizos, 2012) y, ahora con Dos, de Stathis Athanasiou. Quizá lo más fascinante de esta película (una de las propuestas más interesantes que hemos podido ver en el Atlántida Film Fest sea el abanico de filigranas mediante el cual el debutante realizador altera el orden cronológico a placer (el suyo y el nuestro). Película hecha de imágenes y susurros (gran relevancia de la voz en off) que atrapa al espectador, hipnotizándolo. Barcelona, convertida en plató cinematográfico, pocas veces ha lucido tanto en una pantalla ni ha sido descrita con tanta precisión como en esta ocasión (“…una ciudad cada vez más europea en el peor sentido de la palabra. De independiente ha pasado a ser Hollywood”). Barcelona, ciudad de náufragos. Lugares geográficos idealizados en nuestra memoria que, cuando queremos volver a ellos, caemos en la cuenta de que ya no existen. Idilios fracasados, del mismo modo como las relaciones amorosas, que terminan con una camarera vaciando un cenicero y retirando dos tazas vacías de una mesa de bar. Personajes clásicos reencarnados una y otra vez en todos y cada uno de nosotros. Afrodita maneja los hilos de dos marionetas como Fedra e Hipólito, pareja de griegos que se conocerá en Barcelona, pero también de Héctor y Nerea, dos madrileños afincados en la ciudad condal. La relación de los primeros nunca sabremos si es real o simulada en el rodaje de una película que, a su vez, visionaran en un televisor nuestra segunda pareja, burlándose del destino de los desdichados amantes pero, irredimiblemente, siguiendo sus pasos y repitiendo su fracaso. Habitaciones a medio amueblar, paredes sin pintar, desorden… El espacio que nos rodea como reflejo de nuestra situación vital.
Personas/personajes (como en el caso de Otel·lo) desubicadas y perdidas. Tenemos una Fedra que hace mucho tiempo que no va al teatro y a un Hipólito que, lejos de actuar sobre las tablas que lo vieron nacer, se dedicará a deambular por la vida rodando películas más o menos anodinas. A un Héctor, aspirante a gran chef, cocinando en un restaurante cualquiera y a una Nerea, bailarina de profesión y afición, trabajando como teleoperadora… Como decíamos, fascinante película dentro de otra película, que invierte el tiempo cronológico de ambas historias románticas sin que nos demos cuenta y, a la vez, haciéndolas avanzar. Un placer de visionado del que me gustaría destacar la dirección artística (tanto de interiores como exteriores), unas interpretaciones creíbles y emotivas y, a pesar de que el uso de los personajes clásicos se muestre en ocasiones un tanto caprichoso, una particular y efervescente lectura de la historia de Fedra e Hipólito. Película altamente recomendable que esperamos no vea limitada su exhibición a los festivales cinematográficos (entre los que por cierto, está causando sensación). Seguiremos atentos las aportaciones del recién llegado Stathis Athanasiou.
Dos