Our Town
Por Laura del Moral
Boston es un pequeño paraíso para los amantes de las artes escénicas y tener la oportunidad de disfrutar en la sala más íntima del Huntington Theatre de Our Town (1938), dirigida e interpretada por David Cromer, director y actor norteamericano de enorme talento, es de esas experiencias que te conmocionan durante un largo tiempo.
Hace 75 años dejar un escenario completamente desnudo de cualquier elemento que no fueran los propios actores sorprendió a los contemporáneos de Thornton Wilder, algunos de los elementos de la obra que fueron calificados por muchos de radicales (los flashbacks, la ausencia de decorado) se han convertido en clásicos del teatro en las décadas posteriores y es que hay que decir que si algo caracteriza el teatro del escritor estadounidense son sus innovaciones escénicas.
En la puesta en escena de Cromer los espectadores nos sumergimos en el espacio de los actores, la iluminación es la misma en toda la sala de modo que los intérpretes pueden ver perfectamente al público y por supuesto hay una carencia total de cualquier elemento escénico; de lo que se trata es de despertar nuestra imaginación, de que esa ciudad sea para cada uno de nosotros nuestra ciudad; algunos evocaran a su primer amor, otros recordaran aquel camino de vuelta a casa después del colegio o tal vez aquellos desayunos de domingo en familia.
Parece que la nostalgia impregnara toda la representación pero no podemos quedarnos sólo con esa sensación, Our Town por encima de todo es un canto a la vida y ésta, al fin y al cabo, es un cúmulo de recuerdos y otro tanto de sueños y esperanzas.
La relación de Cromer con Our Town viene de lejos, en 2008 la estrenó en Chicago y en 2009 la llevó a un pequeño teatro off-Broadway de Nueva York, dónde fue aclamada por crítica y público y se convirtió en la producción de más larga duración de toda la historia de la obra, después la llevaría a Los Ángeles en un montaje en el que participaría Helen Hunt. En esta ocasión, el elenco al completo de la compañía del Huntington Theatre ha conseguido unas interpretaciones sobrias, directas, sinceras, una labor magnífica que brilla en su sencillez.
Tal vez en España no tenemos muchas referencias acerca de esta obra pero en Estados Unidos forma parte de la mayoría del imaginario colectivo pues se estudia en casi todos los colegios en secundaria, es un texto aparentemente sencillo, pero encierra un retrato que esconde una gran profundidad, complejidad y soledad, lo que Cromer ha sabido representar poderosamente. Ha logrado otorgar un tono distinto al de otras adaptaciones que se han realizado que en muchas ocasiones han pecado de una cierta tendencia a caer en el sentimentalismo por la interpretación generalizada de que la obra sólo habla de que hay que vivir cada momento como si fuera único, y en un análisis superficial podría parecerlo pero Wilder va mucho más allá, lo que nos recuerda es que debemos vivir y disfrutar el presente pero en un sentido mucho más amplio; como dice el propio Cromer “si conseguimos fijarnos en cada instante, en sí mismo, es sorprendente, pero también es cierto que no se puede vivir así todo el tiempo, siempre perderemos algo de la vida y lo lamentaremos, pero eso es parte de ella también”.
A muchos tal vez les haya venido a la memoria la adaptación cinematográfica que se realizó en 1940, Our Town (Sinfonía de la vida, 1940) dirigida por Sam Wood en la que el propio Thorton Wilder participó como guionista.
En la película Martha Scott encarnaba el papel de Emily Webb, el cual ya había interpretado en Broadway dos años antes y por el que había sido muy aclamada y en el que supo combinar esa candidez necesaria en el principio de la historia para después alcanzar el protagonismo que requería en el tercer acto de esta sinfonía dirigida por el director de escena, Frank Craven, que también había realizado ese mismo papel en el teatro. Encontramos también a un jovencísimo William Holden y a un más que destacable Thomas Mitchell.
El film consiguió recoger la esencia de la obra, logró recrear la atmósfera que Wilder perseguía, ese microcosmos en el que miramos la vida de los actores como si se tratara de la nuestra propia. Es especialmente remarcable ese juego de claroscuros que consiguió Bert Glennon, el director de fotografía, que intensifica de una forma magistral cada momento de la historia.
Pero regresando al Huntington Theatre, ¿dónde está lo trivial y donde esta lo relevante en cualquier persona que por ejemplo prepara el desayuno, se enfrasca en una discusión doméstica, vive una escena amorosa o muere?
Our Town nos empuja a pensar sobre el paso del tiempo. Logra otorgar una calidad excepcional a la vida cotidiana, sin moralizar, nos muestra la grandeza y complejidad de nuestras vidas.
La historia transcurre en un pequeño pueblo, Grover´s Corners (New Hampshire) y se va orquestando a través de un director de escena, que es interpretado por el propio David Cromer durante la mayoría de las representaciones, que se dirige directamente a nosotros y es el que va a tratar de despertarnos, de “golpearnos en la cabeza” con la importancia de vivir en el presente, en el aquí y ahora; lo conseguirá ordenando y distribuyendo los sucesos, haciéndolos retroceder y avanzar en el tiempo según las necesidades de la narración, poco a poco nos irá introduciendo en la vida cotidiana de los habitantes de este pueblo, fundamentalmente en la vida de los protagonistas, George Gibbs (Derrick Trumbly) y Emily Webb (Therese Plaehn).
La vida diaria, el amor, la pérdida y la muerte se condensan en escenas cotidianas. Wilder solía comentar que durante el tiempo que pasó estudiando Arqueología en Roma aprendió que los ojos de un arqueólogo debían combinar la visión de un microscopio con la de un telescopio y quiso trasladar esa lección a Our Town. En una primera impresión esa visión microscópica nos sitúa en lo que parece un estudio de un pueblo de Nueva Inglaterra, según nos vamos adentrando en la representación parece una meditación sobre la dificultad de, cómo dice la obra, ”la realización de la vida mientras vives” pero escondido en el texto está esa constante repetición de las palabras cientos, miles, millones…como si el público cada vez miráramos al pueblo desde una perspectiva y una distancia cada vez mayor, como si lo viéramos a través de un telescopio, ese concepto de tiempo y espacio que son una constante en toda la obra.
Our Town es un continuo juego de luces y sombras, una alegoría que comienza en la grieta del amanecer cuando la ciudad está despertando y concluye con los muertos en el cementerio, como el mismo ciclo de la vida.
La función alcanza su clímax en el acto final en el que el director norteamericano ha reinventado la escena culminante de la obra de una manera sorprendente que despierta nuestros sentidos. Cuando terminó la representación tenía ese nudo en el estómago que se produce cuando algo te ha tocado por dentro, David Cromer ha conseguido hacer una pieza inolvidable y que no deja indiferente, un golpe maestro de la magnífica visión que tiene de la dirección teatral.
Estupendo artículo. Mi más sincera enhorabuena. Se ve que conoce bien la obra y la película de Sam Wood .
Katy, escritora