Oz, un mundo de fantasía

Un mago débil, egoísta, narcisista y mentiroso Por Fernando Solla

¿Te atreves a criticar al gran Oz?Frank Morgan en El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939)

Esta vez no ha podido ser. Sam Raimi no ha conseguido deslumbrarnos como hizo con la trilogía de Spider-Man (2002-2007). La encomienda era realmente difícil y aunque el resultado no es (ni mucho menos) para lanzar cohetes, sí que hay algunos aspectos destacables que sin  conseguir que de nuestro regreso a Oz resulte el viaje que durante tantos meses habíamos planeado, sí que permiten que salvemos la película de la quema a la que desde hace algún tiempo estamos arrojando muchos de los productos con las que los responsables de las grandes productoras cinematográficas intentan boicotear (sin conseguirlo) nuestra afición por el séptimo arte. Del mismo modo, hace ya tiempo que un puñado de realizadores que en el pasado tuvieron una voz propia, determinante y definitoria del panorama cinematográfico de las últimas décadas parecen navegar, salvo honrosas excepciones, más o menos a la deriva (en algunas ocasiones, las menos, incluso hasta a naufragar estrepitosamente). Es como si las majors expandieran su poder dominante, consiguiendo el voto de gente como Ang Lee, Kenneth Branagh, Sam Mendes, Tim Burton, Zack Snyder, Bryan Singer o el citado Sam Raimi para conseguir una especie de puesta de largo del blockbuster, disfrazando la claudicación autoral de la mayoría de ellos mediante el juego del prestigio. Prestigio para el producto, injustamente deleznado prácticamente por omisión en tiempos no tan pretéritos, pero desprestigio para el autor cuando el resultado es si no malo, incapaz de satisfacer ni a seguidores fieles ni a consumidores potenciales. Todos sabemos que un cheque bajo el brazo supone el apósito más eficaz para aliviar cualquier atisbo de remordimiento al respecto, y tampoco pecaremos a estas alturas de una candidez tal que nos haga olvidar que el cine es una industria y, como tal, su misión primordial es hacer dinero. Entonces, ¿por qué este desasosiego? Ah, sí. Ya me acuerdo. Es que lo queremos, a lo que aspiramos, es a hablar de Cine, el que se paga con la moneda de la ilusión. Lástima que en muchas ocasiones nuestra ilusión la paguemos cara, literalmente, en taquilla, dejándola en el vestíbulo de las salas de proyección, donde durante y después del visionado de las películas / productos sólo se respira decepción y salimos cabizbajos, deseando que la climatología exterior oxigene nuestras mentes y en cualquier caso sea menos agreste que la cinematográfica.

Oz

Consciente también del acto igualmente injusto y reduccionista que supone meter a estos autores y sus productos en el mismo saco y salvando las excepcionales (en todas las acepciones categóricas posibles) Hulk (Ang Lee, 2003), Watchmen (Zack Snyder, 2009) y Skyfall (Sam Mendes, 2012); a la espera de la recién estrenada Jack, el cazagigantes (Jack the Giant Slayer, Bryan Singer, 2013) y destacando la figura de Christopher Nolan como el autor / realizador que mejor ha conseguido hermanar cine y Cine a través de su obra, pasamos a centrarnos en el caso que nos ocupa: Oz, un mundo de fantasía de Sam Raimi. Incorrecta e incoherente traducción de Oz the Great and Powerful, no sólo por la evidente falta de adecuación significativa, sino también por la ausencia de cualquier tipo de relación con el contenido argumental, incluso estético, que finalmente vemos en la gran pantalla.

La cinta de Raimi intenta ser, consiguiéndolo sólo parcialmente, una película de personajes. En principio esto supone un acierto, ya que el camino de baldosas amarillas nunca se nos antojará tan apetecible de seguir como en El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939).

El mundo ya está construido y cincelado vívidamente en nuestra memoria, asimilado desde nuestra experiencia cinematográfica más joven. Y es una suerte, porque después del aterrizaje forzoso del Oz personaje (no de la ciudad color esmeralda) en el mundo de fantasía, el paisajismo hiperbólicamente multicolor y kitsch parece aprovechar parte de lo rodado por Tim Burton en su Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 2010), así como la partitura, compuesta en ambos casos por Danny Elfman. Visto el resultado, parece ser que tanto a Burton como a Raimi el yugo de Walt Disney les supone un peso que dificulta un arado cinematográfico recto, cuyo pulso narrativo trace una línea firme hacia un punto de encuentro con el resto de su filmografía. Oz, como ya pasaba con Alicia, tiene momentos inspiradísimos y deslumbrantes que derrochan un sentido del humor irónico, pero a medida que avanza el metraje, la historia no lo hace al mismo ritmo y se queda estancada en una especie de alegoría de lo común y lo convencional, convirtiéndose en uno más de los productos sobre los que teoriza y pretende escarnecer y para nada llegando a emular al icónico título precedente ni a sus personajes.

Oz 3

¿Cuál es el mayor problema, pues, de la película de Raimi? Lo novedoso resulta torpemente explicado, inverosímil, incomprensible, insuficientemente desarrollado y en exceso reduccionista. Lo homenajeado, recreado o alusivo, más que simpático resulta reiterativo, innecesario, intrascendente y, aunque entretenido, inferior al material de partida. ¿O quizá no? Una sensación agridulce, incluso amarga puede llegar a embargarnos al recuperar al mago original, al de Victor Fleming, después de ver la actual incursión del realizador de Posesión infernal (Evil Dead, 1981). Aquellos personajes eran bastante planos, cándidos, inocentes. Las brujas eran la buena y la mala y en ningún momento nos planteábamos el porqué. En la película de 2013 los personajes luchan por salir de su arquetipo, pero la batalla se libra a medio gas y eso resulta anímicamente desconcertante e inquietante para el espectador. Por un lado, queremos ver algo parecido a la película original, pero al mismo tiempo somos plenamente conscientes que en la actualidad la inocencia y candidez de antaño no tienen cabida. Nos parece muy interesante el intento de emular, eso sí, el espíritu de L. Frank Baum, autor de las historias primigenias donde todo empezó, republicano recalcitrante que supo crear un mundo a modo de espejo mágico de la realidad esencial del sistema político y, sobretodo, de los individuos que gobiernan y lo que es más insólito, de esa masa que cree necesitar y busca contra toda costa un líder que les dirija y les controle. Esa sumisión la ha sabido retratar muy bien Raimi. También ha dejado constancia de la importancia que tenía para Baum que la mujer asumiera un papel destacado en la política, con esta especie de tripartito de brujas, Theodora (Mila Kunis), Evanora (Rachel Weisz) y Glinda (Michelle Williams). Lástima que más allá del rescate antropológico, los matices queden tan diluidos y el guión no favorezca el desarrollo de los personajes, negando a las tres actrices (el caso de Weisz es el más agravante) la posibilidad de superar una interpretación tan desconcertada como las inquietudes de sus personajes. Algo más puede hacer James Franco con su mago Ozcar, aunque esa diatriba del ilusionista de barraca de feria que asume como motivación vital la consecución de fama, riqueza y una mujer hermosa con la que compartir lecho nos parece algo gastada. Que ya lo hemos visto, vaya.

Finalmente, me gustaría destacar, una vez más, el imaginario político que Raimi sabe explotar bastante bien (a costa del público potencial, básicamente infantil y juvenil, eso sí), la broma musical a costa de los munchkins, la estética y plasticidad de los monos alados, la batalla sobre el campo de adormecedoras amapolas, la comicidad de los personajes animados (el monito Finley y la muñeca de porcelana), y por encima de todo, ese juego con los formatos cinematográficos: del más clásico 1.33 : 1 en la secuencia inicial en blanco y negro para pasar al panorámico 2.35 : 1 multicolor que nos instala en el mundo de Oz. Eso sí, si lo que realmente busca el espectador es una experiencia única que no sólo iguale, sino que trascienda el mensaje y espíritu de la obra original, recomendamos fervorosamente Wicked: the Untold Story of the Witches of Oz, musical que desde hace casi una década se representa sobre los escenarios internacionales y que debido al éxito comercial de Les Miserables (Tom Hooper, 2012) tendrá su versión cinematográfica en 2014, dirigida por Stephen Daldry. El Oz de Sam Raimi funciona bastante bien a modo de aperitivo. Quien busque algo más, mejor que pase página.

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