Pactar con el diablo
Eres libre de caer en la tentación Por Alicia Germán Díaz
Pactar con el diablo (The Devil’s Advocate, Taylor Hackford, 1997) es la adaptación de la novela homónima de Andrew Neiderman, un novelista estadounidense especializado en escribir best-sellers de lectura ligera que a sus 77 años todavía hoy sigue en activo, encontrándose entre sus últimos proyectos la adaptación de Pactar con el diablo a un musical de Broadway. Y es que a pesar de las malas críticas que la película recibió por parte de medios especializados, fue un éxito de taquilla a nivel mundial.
Probablemente, el contexto en el que se estrenó el film fuera un factor bastante favorable para su triunfo comercial, ya que la década de los noventa fue especialmente productiva para los thrillers relacionados con casos judiciales, en gran parte gracias a las adaptaciones de las novelas de John Grisham con títulos como La tapadera (The Firm, Sidney Pollack, 1993), Informe pelícano (The Pelican Brief, Alan J. Pakula, 1993) o El cliente (The Client, Joel Schumacher, 1994).
Imagen del juicio de O. J. Simpson de Los Angeles Times
Pero por otro lado, no deja de ser curioso que este subgénero cinematográfico se volviera especialmente fructífero en la misma época en la que se desarrolló un juicio que acaparó las portadas de todos los medios estadounidenses: el caso O. J. Simpson. Un célebre deportista que fue acusado de matar a su exmujer y su pareja y cuyo fenómeno mediático empezó con su arresto en junio de 1994 y terminó con el veredicto de “no culpable” en octubre de 1995. El juicio causó tal conmoción (sobre todo, debido a lo que suponía que Simpson fuera afroamericano y sus supuestas víctimas de raza blanca) que más de una década después se llegaría a hacer un documental de más de siete horas y una multipremiada temporada de American Crime Story sobre el mismo. Ese momento de renovado interés del público por este tipo de narrativas fue aprovechado por los jefes de los estudios de Warner Bros para dar luz verde a films como Tiempo de matar (A Time To Kill, Joel Schumacher, 1996) y la adaptación de la novela de Neiderman.
Para ello, optaron por confiar en Taylor Hackford, un director que no había destacado especialmente en su carrera, pero que había conseguido un éxito en taquilla en los ochenta, Oficial y caballero (An Officer and A Gentleman, 1982). Hackford, consciente del material que tenía entre manos, supo confiar en las superestrellas de su elenco (con Keanu Reeves y Al Pacino a la cabeza) y les dio carta blanca para realizar una interpretación intensificada de sus personajes; el nivel estrambótico llega a su máximo potencial con la encarnación de Pacino de satanás, risas malévolas y líneas de monólogo bramadas al viento incluidas.
Por otro parte, acorde con la narrativa y género de la película, la fotografía está preñada de planos holandeses y composiciones que alimentan la incomodidad y paranoia en el espectador, complementados con muchos planos subjetivos para introducirnos en la psique de los personajes (los cuales resultan especialmente productivos para empatizar con el personaje de Mary Ann, interpretado por la entonces desconocida Charlize Theron) y cámaras en mano en los momentos más surrealistas o particularmente tensos.
Pero echemos un vistazo al trasfondo narrativo de este film de Serie B made in Hollywood. Algo nos dice que hay más elementos tras su éxito que las superestrellas que lo protagonizan y el gusto de la sociedad del momento por las tramas de abogados.
El arte de la venganza
Para llevar a término sus planes, el diablo no elige cualquier disfraz, sino el del presidente de un importante bufete de abogados llamado John Milton. Un nombre cargado de significado, ya que hace referencia al célebre poeta inglés del siglo XVII que durante muchos años se creyó defensor de la figura de Lucifer por su obra El paraíso perdido (Paradise Lost, 1667).
En el poemario, Satán es un ángel caído que acaba de perder la rebelión por el control de los cielos y jura vengarse de dios a través de sus criaturas que ahora viven felices en el Paraíso, Adán y Eva. Sin embargo, Milton no se limita a hacer la lectura simplista de Satán como la encarnación del mal, sino que nos hace partícipe de su aislamiento y sufrimiento, lo cual pese a la religión protestante que procesaba Milton, suponía toda una revolución, dando como resultado lo que algunos académicos creen que es la pieza literaria más empática con la figura del diablo.
Y si en el Paraíso Perdido, Satanás se vengaba de dios haciendo caer en la tentación a Adán y Eva, en Pactar con el diablo, el señor del averno utiliza a uno de sus numerosos vástagos, Kevin Lomax, un prometedor abogado penalista de una pequeña ciudad que nunca ha perdido un solo caso y que desconoce sus orígenes diabólicos, y a su mujer Mary Ann. La profesión de abogado penalista, por supuesto, tampoco es elegida al azar: al fin y al cabo, se trata de una posición de poder que se caracteriza por representar a almas a la espera de juicio por sus pecados.
La soberbia, el rey de los pecados
Aunque Kevin sucumba a la mayoría de pecados a lo largo de la cinta: lujuria, avaricia, ira… tal y como el propio diablo llega a señalarle, su mayor punto débil y lo que precipitará su descenso a los infiernos es su soberbia. Su currículum intachable y sus ansias de victoria para demostrar su enorme valía ejercen una fuerza superior sobre su ética moral, avivada durante años por su ultrareligiosa madre. Así, como un Narciso enamorado de su propio reflejo, Kevin va subiendo los escalones que le llevarán al éxito sin ver que la escalera en realidad es descendente y sin permitir que le lastre el rastro de cadáveres que deja a su paso, incluido el de su esposa, Mary Ann.
La caída de Eva
Si bien la figura de Mary Ann no tiene otra función que representar lo que Kevin está dispuesto a sacrificar para alcanzar el triunfo, su particular descenso a los infiernos también es relevante en otros ámbitos. Al principio de la cinta, la relación de Mary Ann y Kevin es una relación moderna: tanto él como ella trabajan, comparten las mismas ambiciones y toman juntos las decisiones sobre su futuro. Sin embargo, cuando Kevin consigue el puesto en el bufete de Milton y se mudan a Nueva York, ella se queda sin trabajo y empieza a entrar en una espiral de desesperación.
Él se centra solo en ganar casos, cada vez está menos en casa y empieza a coquetear con la idea de tener affairs y ella, con un nivel de codependencia de su pareja al que no está acostumbrada, se centra en encajar en su nuevo mundo lleno de lujos y en la decoración del apartamento nuevo, viendo como su mundo se va comprimiendo a esas cuatro paredes y quedándose reducida a un ama de casa cuyo único rayo de esperanza para obtener una mínima felicidad es quedarse embarazada. Cuando incluso le quitan esta opción, y el diablo acaba violándola mental y físicamente, pierde la poca cordura que le quedaba y comete suicidio. Esta línea narrativa, pues, tiene como trasfondo un comentario sobre la imposibilidad de que la mujer pueda llevar una vida plena a la sombra de su marido y la necesidad imperiosa de que ambos se traten como iguales en la relación.
El dilema del libre albedrío
Pese a la gran capacidad de persuasión del diablo, las reglas del libre albedrío dictaminan que al final el paso definitivo para vender su alma, deba ser decisión de Kevin. Y aunque la soberbia le haga sentirse tentado por el éxito que Satán le ofrece, tal y como hace Narciso en su mito, Kevin finalmente decide acabar con su vida como vía de escape. Esto le ofrece una segunda oportunidad y le permite volver atrás en el tiempo, al juicio que desencadenó todo. Y aunque esta vez decida hacer lo correcto y no seguir representando a un hombre claramente culpable de sus crímenes, cuando el diablo disfrazado se le presenta una vez más clamando a su soberbia, una vez más desde esa escalera descendente, Kevin cae de nuevo en la tentación. Por tanto, no es que Kevin no tenga la capacidad de tomar decisiones por sí mismo, sino que él en su propio libre albedrío decide una vez más pecar ante la tentación del diablo.
Esto defiende por tanto la visión cristiana del libre albedrío, sin embargo, son numerosas las religiones que certifican el poder de la providencia por encima del libre albedrío y muchas las escuelas de pensamiento que plantean que en realidad el hombre no es libre y su destino ya está escrito. Nos toca a cada uno decidir a cuál creer. Desde luego, no deja de ser irónico que años después Keanu Reeves acabara interpretando a otro personaje marcado por tomar las riendas de su propio destino en Matrix (The Matrix, The Wachowski Brothers, 2001). Recordemos que toda la trilogía giraba en torno a esta misma pregunta: “¿es el hombre realmente libre y dueño de su propio destino?” Como respuesta queda para la posteridad la frase que le plantea Morfeo (The Matrix Reloaded, The Wachowski Brothers, 2003): “Yo solo puedo mostrarte la puerta, tú eres quien debe atravesarla”.
Diseño visual de las imágenes: Alicia Germán
BIBLIOGRAFÍA:
MILTON, John (2009): El paraíso perdido, S.L.U. Espasa Libros, Madrid.
TUSIET, María. (2007): “Paraíso interior”, en Revista de Libros, nº 121. [Consulta: 1.02.2018]: https://www.revistadelibros.com/articulo_imprimible_pdf.php?art=3208&t=articulos
PÉREZ GARCÍA, Concepción (2004): “La filosofía en Matrix”, en Filosofía para Niños, nº 2. [Consulta: 10.02.2018]: http://www.artegijon.com/filomatrix/articulo.pdf