Paraíso: Esperanza
¿Qué quieres de nosotros, Ulrich? Por Christian G. Carlos
Y a todo esto, con Paraíso: Esperanza hemos llegado a la tercera y definitiva película de esta trilogía tan poco común. Poco común tanto por lo visto como por la forma de presentarlo. Golem, la distribuidora española, ha optado por un estreno semanal, en cines y en plataformas en internet de pago por visión. Una estrategia que, independientemente de los resultados económicos -difícilmente estimables por la imposibilidad de saber qué resultados exactos hubieran dado otras formas- habrá dejado un buen recuerdo entre los cinéfilos que la hemos seguido y habrá servido para seguir abriendo puertas a los nuevos horizontes que parece exigir la proyección de cine. Sólo por este motivo, Seidl y Golem ya han hecho la diferencia y se han ganado un espacio.
El tiempo lo dirá, pero la paradisíaca trilogía merece tener un hueco en el imaginario colectivo aún cuando no estemos seguros de qué pretendía Ulrich Seidl. Hablábamos en Paraíso: Fe (Paradies: Glaube, 2012) de la incertidumbre que nos causaban las intenciones del director austríaco. Yo me niego a juzgarle como simple provocador o retratista de miserias. Entonces, ¿por qué y para qué esta trilogía? Sobre todo a propósito de esta tercera entrega, que levantará comentarios menos positivos. ‘Esperanza’ no es la línea que cierra el círculo. No hay círculo ni obra redonda. Cabe observar estas tres películas como retratos independientes, probablemente sin una intención de proyecto conjunto, a pesar de la relación de parentesco entre las tres protagonistas, relaciones de género y los evidentes paralelismos en el lenguaje cinematográfico usado.
Pero salvo por estas formalidades, hay entre las tres historias pocos puntos de conexión que nos permitan trazar una idea clara. Seidl nos presenta tres problemas, e incluso en la forma de los problemas es inconstante. La primera entrega consigue llevarnos del caso concreto de Teresa a la idea universal de rechazo, de decadencia. Las dos siguientes se quedan en los casos particulares de Anna Maria y Melanie, sin aparente intención de trascender. Nos hace imposible trazar una idea conjunta. Salvo, curiosamente, por las escenas iniciales y finales, que parecen servir como paréntesis inicial y final. Como si todo empezara por culpa de esto y se excusara gracias a lo otro. Cada película es un paréntesis, un caso aislado; lo que hay dentro de los paréntesis –aunque común por lo degenerador y provocador- son casos aparte. Lo que se parecen son los paréntesis.
Me podrán decir que no tiene ninguna importancia y que he acabado buscando explicaciones donde no las había. Pero me gusta creer que hay un pensamiento, una filosofía detrás de todas esas imágenes brutas. Ese pensamiento lo relaciono con lo único que se repite: la presentación inicial de los personajes. De todos se nos ha mostrado, en minutos iniciales y con brevedad, a qué se dedicaban y se ha señalado que empezaban sus vacaciones. Todo ello vinculable a Días perros (Hundstage, Ulrich Seidl, 2001). Si para Goya era el sueño de la razón el que producía monstruos, para Seidl parece que son las vacaciones quienes lo producen. Precisamente las vacaciones, el momento en que la persona deja de trabajar y puede dedicarse a sí misma. El sí mismo, el yo, queda señalado y marcado con la etiqueta del fracaso, de lo perverso. La persona es, por sí misma y en su naturaleza, lo que rompe. Más lejos podríamos llegar si hiciéramos un análisis de género teniendo en cuenta que la mujer siempre aparece como víctima, parte herida.
Si hay un caso claro de toda esta idea es la del médico en Paraíso: Esperanza como tercera entrega. Un hombre recto, que ronda los cincuenta pero mantiene unas relaciones y un estado de forma de lo más saludables. Sin que haya un motivo especial, surge una atracción entre él y Melanie, una adolescente que está apuntada al campus para adelgazar donde él trabaja. Que no haya motivo especial nos dibuja al médico como a un pedófilo que lucha contra sus instintos. Esos instintos, los más naturales y animales, se dejan ver en la memorable escena –quizás la mejor de todo lo que hemos visto- donde Melanie aparece estirada, dormida y perjudicada por un exceso de alcohol y el médico aprovecha para olerla. A cuatro patas, olisqueando como haría cualquier otro animal, o incluso con más perversidad que cualquier otro animal.
Paraíso: Esperanza, la trilogía y el paréntesis termina del mismo modo que en la primera entrega: si en primer lugar era Teresa quien intentaba comunicarse con Melanie a través de un teléfono que no le daba línea, en esta ocasión era Melanie quien lo intentaba y tampoco funcionaba. ¿Por qué señalar esos fallos en la comunicación? Probablemente, y si seguimos con nuestra idea, será para marcar que todo lo social ha fallado, ha aparecido lo natural y es a partir de ello que ha sucedido la tragedia.