Paraíso: Fe

Esa herida ya no duele Por Christian G. Carlos

Escandalizar es algo más complejo de lo que parece. Es una capacidad despreciada, tanto si se consigue como si no. En caso positivo de la misión, porque aquello que escandaliza es repulsivo, rara vez se toma con la perspectiva necesaria para valorar su función y significado. En caso negativo, el desprecio aparece por el fracaso del director al no transmitir aquello pretendido. La típica coletilla “director pretencioso”. Ambos juicios se basan en una idea no demostrable: nadie puede saber –por lo menos con el simple visionado de la cinta- qué es aquello pretendido por el director. Lo que haremos será tratar de evitar caer en el error de juzgar una obra partiendo de ese supuesto.

Yo no sé lo que pretendía Seidl, sí sé que Paraíso: Fe no escandaliza.Es importante tenerlo en cuenta, sobre todo si se ha visto la trilogía paradisíaca del director austríaco por orden. Veníamos de un paseo por el amor que lo hacía saltar todo. Y llegábamos a la fe confiando en un resultado parecido. A la cabeza de esta segunda obra está Maria Hofstätter, actriz presente en varias de las películas dirigidas por Ulrich Seidl. Fácil de recordar –o quizás sería mejor decir ‘difícil de olvidar’- por su papel en Días Perros (Hundstage, Ulrich Seidl, 2001), en el que interpretaba a una impertinente autoestopista. Quizás para jugar con ese recuerdo se la coloca como la protagonista de esta cinta, interpretando el papel de Anna Maria, de fuertes convicciones religiosas y con dinámica de misionera.

La primera mitad de la película la pasamos de casa en casa, acompañados por Anna Maria y una figura de la Virgen. La intención es convertirlos a la religión católica. Para ello, contamos con la paciencia y la torpeza de Anna Maria, en un papel más calmado que el de la autoestopista, pero igual de persistente. La fórmula Seidl nos deja momentos de lo más curiosos en este primer tramo, como cuando la protagonista visita a un viudo y una divorciada que se han juntado sin casarse. Asistir a ese debate de convicciones contrarias, defendiendo posturas inamovibles con argumentos estancados, es sin duda un espectáculo. Una sutil sátira que coge mucha fuerza gracias a la propuesta del director austríaco: filmar las escenas mezclando actores profesionales y amateurs, sin darles unas líneas de guion determinadas, sólo ideas generales. La incomodidad, la incomunicación, el difícil encuentro entre quiénes debaten, tan habitual en la vida diaria, retratados con claridad.

Paraíso Fé

También rescatamos de ese primer tramo el plano Seidl, del que ya hablamos. Llegué a contar hasta 30 planos de ese tipo o derivados de él cuando aún no había llegado la mitad del film. Destacar nuevamente el lujo estético de esos encuadres y el mimo a todos los elementos de la fotografía. Es extraordinario cómo consiguen funcionar y hablar por sí solos. La marca estética del austríaco, muy presente. Con el segundo tramo vienen las incógnitas para la fórmula Seidl. Aparece en la historia el marido olvidado de Anna Maria, un minusválido seguidor de la religión musulmana llamado Nabil. Por cómo aparece en la historia, por cómo es tratado el tema, la película pierde cierta pasión. Curiosamente, cuanto más a flor de piel están los sentimientos. Seidl hace un ejercicio con pocas sorpresas. Se acoge al choque de contrarios para causar el impacto –si es que pretende causar impacto, escándalo- con posturas arquetípicas: el hombre contra la mujer, lo cristiano contra lo musulmán.

Probablemente sea por dos motivos que Paraíso: Fe, hiere menos que Paraíso: Amor. En primer lugar, por lo comentado en el último párrafo sobre los arquetipos y el impacto tan controlado y poco sorprendente. Estamos ya muy habituados al desencuentro de esas figuras de contrarios, diríamos que es lo esperado. Y contra lo esperado ya estamos preparados y vacunados, imposible la herida. En segundo lugar, y el motivo más importante: el tema se hace  anacrónico. Aquí las sensibilidades ya son de lo más subjetivas. Quizás si hubiera sido educado en un colegio religioso o si tuviera actualmente un contacto directo con la religión –positivo o negativo- la cinta me hubiera herido. Seidl insiste con escenas de lo más íntimas, llegando a tomar el cristo como objeto sexual, y sin embargo no hiere. Lo que acaba dejando es sensación de lejanía, de preocupación anacrónica. La fórmula Seidl aplicada a una temática ya superada y que despierta poco interés, una combinación que deja frío.

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