Pina
Por Laura del Moral
“Era una niña solitaria que se pasaba el día escondida bajo las mesas del bar que tenían mis padres”.
Así definía su infancia Pina Bausch. Una niñez así te tiene que marcar para el resto de tu vida sin embargo Pina supo canalizar muy bien esta timidez y soledad a través de su cuerpo y más tarde de sus coreografías, de este modo fue capaz de crear, entre otras, Café Müller (1978), una de las coreografías más desgarradoras que se pueden contemplar sobre un escenario.
Wim Wenders, por su parte, ha retratado como pocos la soledad y la difícil búsqueda de uno mismo en la gran pantalla. Ambos por separado nos han llevado a experimentar importantes trayectos vitales, esos que cuando atraviesas ya nunca más puedes volver a ser la misma persona.
Si en un proyecto se unen Pina Bausch y Wim Wenders sólo puede producirse una especie de conmoción. Y es así. Así es. Eso es Pina (2011).
Pina es un viaje a través del cuerpo, de los sentidos, de la naturaleza, de los movimientos que se repiten. Pina es fragilidad. Pina es fuerza. Pina es visual y sensorial. Pina es dolor y es color. Pina es saber que todos estamos perdidos y Pina también es esperanza y sabiduría.
Todo estaba en ella y todo está en el filme, todos los universos posibles se retratan, un sacrificio que sobrecoge por su fuerza e intensidad en Le Sacre du printemps (La consagración de la primavera) con música de Ígor Stravinski, donde los bailarines se arrastran, se retuercen, se mezclan con la tierra. El agua está en Vollmond (Luna Llena), una pieza de gran belleza escénica que fluye entre el dolor y el amor, nos lleva por aguas turbulentas y aguas más calmadas y cada espectador se sumergirá en la que acompañe mejor a su curso vital. Kontakthof se acerca al público, mezcla la escena con la realidad, desprende humor y al mismo tiempo habla de la soledad, del paso del tiempo, de la compleja relación entre hombres y mujeres. Está también Café Müller, en el presente y en el pasado, con imágenes de la propia Pina cuando lo interpretó, entre las sillas que inundan el escenario está la necesidad de amor, está la soledad por todas partes, están los ojos cerrados en un viaje hacia la oscuridad, están los movimientos que se reiteran una y otra vez cargados de simbolismo.
La cámara de Wenders también está ahí, cercana y distante, está él y están imágenes que nos traerán recuerdos de sus películas, los tranvías colgantes de Wuppertal de Alicia en las ciudades (Alice in den Städten, 1974), parajes solitarios que nos llevarán a París, Texas (1984).
En este homenaje a la coreógrafa sus discípulos del Tanztheater de Wuppertal bailan con un agujero en el estómago, quedándose completamente vacíos y a nosotros, mientras tanto, al mismo tiempo que Pina nos lo da todo también nos va dejando indefensos. Pina Bausch nos enseñó que no importa la edad, ni el tamaño, ni la belleza, ni el físico para bailar. Sus bailarines no tienen complejos, se dejan hacer y hacen, participan completamente del juego de Pina, se moldean a su antojo, se entregan, bailan con su rostro, con sus manos, con sus hombros, con sus piernas…
Wim Wenders tardó años en descubrir como iba a rodar esta película, no encontraba el modo de plasmar en la gran pantalla lo que la danza realmente es capaz de transmitir, encontró la fórmula en el 3D, de este modo ha conseguido que los cuerpos y los rostros de los bailarines tomen volumen y nos arrollen, que la profundidad de los espacios se precipite hacia nosotros y que por un instante nos sintamos capaces de atrapar el movimiento.